El “Año de la Vida Consagrada”

2014 12 07 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

El pasado domingo, primero de Adviento, comenzó el “Año de la Vida Consagrada”, que se prolongará hasta el dos de febrero de 2016, fiesta de la Presentación del Señor. Con este motivo, el papa Francisco ha escrito una preciosa Carta Apostólica, cuyos primeros destinatarios son los religiosos y religiosas de la Iglesia Católica, pero  también los religiosos de otras confesiones cristianas y no cristianas, y el pueblo fiel.

La Carta tiene tres partes: objetivos, expectativas y horizontes de la vida consagrada. Respecto a los objetivos, el Papa señala estos tres: mirar al pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza. Sobre las expectativas, el Papa indica que él espera de los religiosos y religiosas estas tres cosas: que vivan con  alegría, que “despierten al mundo” con una vida profética y que sean expertos en comunión. En cuanto a los horizontes, el papa Francisco desea que toda la Iglesia reconozca la riqueza que para ella supone la vida consagrada, que haya una gran apertura del pueblo cristiano hacia el carisma religioso en su inmensa variedad y que los obispos promuevan los diversos carismas religiosos, antiguos y modernos.

En el capítulo de los objetivos hay que destacar este: “que cada familia religiosa recuerde este Año sus inicios y el desarrollo histórico, para dar gracias a Dios” y que cada uno de sus miembros se pregunte si “Jesús es realmente el primero y el único amor, como nos propusimos cuando profesamos nuestros votos” y por “la fidelidad a la misión que se nos ha confiado”.

Tiene también mucha importancia la llamada que el Papa hace a los religiosos y religiosas a vivir con esperanza el futuro. El Papa es conocedor y consciente –no en vano él mismo es jesuita- de que el estado religioso pasa por algunas “dificultades” graves, tales como “la disminución de las vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental”, las “insidias del relativismo” y “la marginación e irrelevancia social” de la vida consagrada en la actualidad. Es ahora cuando es indispensable afianzar la esperanza teologal, es decir, la esperanza que “no se basa en los números o en las obras”, sino en Dios. “Esta es la esperanza que no defrauda y la que permitirá a la vida religiosa seguir escribiendo una gran historia en el futuro”.

A mí me ha gustado especialmente que a la hora de proponer la promoción de las vocaciones a la vida religiosa, el Papa diga estas hermosas y realísimas palabras: “La vida consagrada no crece cuando organizamos bellas campañas vocaciones, sino cuando los  jóvenes que nos conocen se sienten atraídos por nosotros, cuando nos ven hombres y mujeres felices”. No es que el Papa niegue la validez y conveniencia de promover las vocaciones. Lo que quiere decir es que “esto solo” es poco menos que inútil si no está respaldado por la alegría de la propia vocación. Porque es “la vida la que debe hablar, una vida en la que se transparenta la alegría y la belleza del Evangelio y de seguir a Cristo”. Destacaría también esta expectativa: “espero de vosotros lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales…Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en búsqueda del sentido de la vida, sedientos de lo divino…”.

Me gustaría que todos conociéramos con detalle esta Carta del Papa, especialmente los mismos religiosos y religiosas. Y que el pueblo cristiano encontrara en el Año de la Vida Consagrada una oportunidad para meditar estas palabras suyas: “¿Qué sería la Iglesia sin san Benito y san Basilio, san Agustín y san Bernardo, san Francisco y santo Domingo, sin san Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Ávila, santa Ángela Merici y san Vicente de Paúl?”.

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