Rito de colación del ministerio del lectorado

Homilía del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, en el rito de colación del ministerio del lectorado a tres seminaristas · Seminario de San José, 23 mayo 2015

Queridos hermanos:

Estamos clausurando el Tiempo Pascual. Eso explica que las lecturas de esta Misa sean las de la Vigilia de Pentecostés y que hablen del Espíritu Santo. La primera lectura –tomada del profeta Joel- nos presenta la maravillosa promesa de derramar su Espíritu con una generosidad ilimitada. El evangelio nos ha recordado el anuncio realizado por Jesús del don del Espíritu Santo mucho antes de que tuviera lugar, pues lo hizo durante su vida pública, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos. Detengámonos un poco en cada una de estas lecturas.

 

Joel anuncia una profecía maravillosa: Dios derramará su Espíritu “sobre toda carne”, es decir, sin ninguna restricción de personas. El Espíritu se dará a los ancianos y a los jóvenes; incluso a los esclavos y esclavas. La generosidad de Dios no puede ser más grande, porque los esclavos y esclavas no eran considerados en la antigüedad seres humanos y carecían de todos los derechos, incluso de los más primarios y elementales. Dios no excluye a nadie a la hora de derramar su Espíritu.

 

Este Espíritu lo derrama Dios sobre todos los hombres con una finalidad bien concreta: hacer profetas a quienes lo reciban. Ser profeta significa ser hombres y mujeres inspirados por Dios, no necesariamente para anunciar cosas futuras, para hacer predicciones, sino sobre todo para guiar a las personas por los caminos de Dios y proporcionarles un fuerte impulso para que puedan progresar en el amor a Dios y al prójimo.

 

Estas palabras, queridos Jesús, Norberto y Donaldo deben llenaros de gozo y de ilusión. Ya habéis recibido el Espíritu Santo en el Bautismo y en la Confirmación; además, siempre que participáis en la Eucaristía –que es a diario o con mucha frecuencia- recibís su acción, sobre todo, por medio de la comunión sacramental. Si  Dios quiere, lo recibiréis también un día para perdonar los pecados y consagrar el Cuerpo de Cristo. Pero ya en el ministerio de lector lo recibís para comenzar a ser profeta, es decir, para guiar por los caminos de Dios a los hombres y mujeres con quienes os encontréis de ahora en adelante. El Espíritu Santo os ayudará a comprender las Escrituras, a ahondar en su hondo sentido de salvación, a descubrir en ellas la luz y el amor de Dios a los hombres, encarnarlos en vuestra propia vida y comunicárselo a los demás. Si hasta hoy la lectura y meditación de la Palabra de Dios han sido algo habitual en vuestra vida, desde hoy han de serlo de modo especial. Y no sólo para que saquéis vida y fuerza de ella, sino también para que la podáis descubrir a los demás. El Espíritu Santo os ayudará. Por eso, tened confianza en el mensaje de esa Palabra y tened la ilusión de comunicársela a los demás. Porque el Espíritu está de vuestra parte.

 

El evangelio proclamaba el cumplimiento de la profecía de Joel. Dice el texto: “El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso en pie y exclamó: Quien tenga sed que acuda a Mí. Así dice la Escritura: de sus entrañas manarán ríos de agua viva”. El evangelista hace esta precisión: “Se refería al Espíritu que habían de recibir los creyentes en él: todavía no se daba el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”.

 

Jesús se presenta como quien puede saciar las aspiraciones más hondas del corazón humano. Eso es tener “sed”. Esas aspiraciones son mucho más que el dinero, el placer y el poder. Las grandes aspiraciones del corazón humano son la justicia, la paz, la alegría, el amor, la unión con Dios, la entrega a los demás por amor de Dios. El que tenga esas aspiraciones, esos anhelos, que acuda a Jesús. Porque él dice que los puede saciar y colmar.

 

Ahora bien, el cumplimiento de esta promesa tenía una condición previa: antes Jesús debía ser glorificado. Lo resalta muy claramente el evangelista con estas palabras: “Todavía no se daba el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Jesús será glorificado, cuando broten de sus entrañas ríos de agua viva. Es decir, cuando su costado sea traspasado y broten de él agua y sangre. Nosotros tendemos a pensar que Cristo es glorificado con la resurrección y ascensión. Pero en realidad, la glorificación de Cristo comenzó cuando comenzó su Pasión y, en particular, con el episodio del costado traspasado. La Pasión de Jesús y su sangre derramada nos han procurado el agua viva del Espíritu Santo. Del corazón traspasado de Jesús brotan ríos de agua viva. Gracias ellos, podemos recibir el Espíritu Santo y ser purificados de nuestros pecados y santificados. La Pasión está, por tanto, íntimamente relacionada con Pentecostés y Pentecostés íntimamente vinculado con la Pasión todo depende del amor del corazón de Jesús, que ha trasformado su Pasión en un don de amor inmenso y de amor divino.

 

Queridos hermanos. Esos ríos de agua que manan de la Cruz de Cristo y llegan hasta nosotros por medio del Bautismo y de la Eucaristía son portadores de vida y de fecundidad. Este es el simbolismo fundamental del agua viva. Esa agua hay que canalizarla y difundirla en nuestro derredor para que el Espíritu Santo produzca conversiones, vocaciones y afanes de santidad. Son muchos los que la necesitan. Pensemos en los jóvenes; pensemos en tantos matrimonios quebrados o con serios problemas; pensemos en los hijos de tantos padres separados que sufren las consecuencias de esa separación y en los que no reciben una mínima educación cristiana.

 

Pidamos al Espíritu Santo que venga, que nos llene con el agua viva de su vida y de su amor, y que nos lance a un apostolado vibrante y esperanzado. Acudamos a la Santísima Virgen como acudieron los Apóstoles, para unirnos a Ella en la espera del Espíritu. Amén.

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