Homilía de don Francisco Gil Hellín en la eucaristía de despedida de la diócesis

Texto de la homilía que don Francisco ha pronunciado esta mañana en la catedral en su eucaristía de despedida.

 

A finales del año 2001, comenzó a rumorearse en Roma que el Santo Padre Juan Pablo II había pensado nombrarme arzobispo de Burgos. Este rumor se hizo cada vez más insistente y el día 27 de marzo de 2002, llegó al Consejo para la Familia el nombramiento que al día siguiente la Santa Sede haría público. En efecto, a la salida de la misa concelebrada para la bendición de los Oleos en la Basílica de san Pedro, era de dominio público.

 

Y así fue, pues el 28 de marzo fui nombrado Pastor de esta diócesis. Dos meses después, concretamente el 23 de mayo tomé posesión y comencé mi nueva tarea en la Iglesia como miembro del Colegio de los Obispos. Y, por tanto, como responsable de la esta Iglesia local y corresponsable de toda la Iglesia. Hoy ha llegado el momento en que Dios quiere que sea otro obispo el que os pastoree en su nombre.

 

Propiamente llegó el día en que el Papa hizo público el nombramiento del obispo auxiliar de Madrid, don Fidel Herráez, como  nuevo arzobispo de Burgos, Como dije en el día de dar a conocer este nombramiento, desde ese momento el protagonista es él, aunque yo siga como Administrador Apostólico hasta el próximo sábado, cuando se le entregue el báculo de Pastor y se siente en la cátedra episcopal.

 

De todos modos, sería un desagradecido y faltaría a la verdad si dijera que no me alegra esta despedida que habéis organizado. Me alegra. Y me alegra mucho.

 

En primer lugar, porque quiero deciros que desde el momento en que pisé esta bendita tierra hasta hoy, si alguien me hubiera pasado el mensaje que le pasaron a Jesús según el Evangelio que hemos leído, podría responder con sus mismas palabras, echando la mirada sobre vosotros: “Estos son mi padre, mi madre y mis hermanos”. Soy consciente de mis limitaciones y mis errores. Pero ellos no han sido obstáculo para que vosotros hayáis sido durante todos estos trece años, la razón de ser de mi vida y de mi ministerio. Os he querido de verdad, he rezado por vosotros, me han alegrado vuestras alegrías y me han dolido vuestras penas.

 

Durante estos años he tenido la oportunidad de hacerme presente en todas y cada una de las parroquias de la  diócesis; en no pocas, bastantes veces. Recuerdo que en la primera visita pastoral, fuimos a todas las parroquias, por pequeñas que fuesen, en alguna ocasión, a alguna que no llegaba a cinco habitantes. Ha sido una gran suerte para mí hacer esto. Pues así he podido comprobar la hidalguía y lealtad que caracterizan a esta tierra castellana y he palpado la hondura de sus virtudes humanas y cristianas.

 

Es verdad que nos está tocando vivir un momento de declive sociológico y espiritual, dado que la población decrece y envejece, y la secularización también se deja sentir, como lo demuestra la crisis de tantos matrimonios y el alejamiento de la práctica religiosa de las nuevas generaciones. Pero más de una vez he pensado que puede suceder lo que he visto que ha sucedido en un pequeño bosque de encinas, al que le llegó el agua y la poda: las viejas encinas han rejuvenecido con rapidez y exuberancia, debido, sin duda, a que sus raíces eran robustas y llenas de vida, aunque parecía que estaban débiles.

 

Esto tiene que llenarnos de esperanza y santo celo, para seguir impulsando la nueva evangelización. Las virtudes humanas y cristianas que han  sembrado tantos padres en sus hijos y tantos abuelos en sus nietos, y que los sacerdotes no habéis dejado de cuidar, son la mejor garantía del futuro florecimiento espiritual de esta tierra. ¡Tengamos fe y confianza en Dios y sigamos impulsando la promoción de la familia y de las vocaciones sacerdotales! ¡¡Cómo me hubiera gustado ver el seminario con abundantes candidatos. Dios no me ha concedido esta alegría, pero confío que se la dará a don Fidel!!

 

Me hubiera gustado también que la devoción a Santa María la Mayor y al Santo Cristo de Burgos hubieran arraigado mucho más en las nuevas generaciones. Agradezco al Cabildo y a los diversos arciprestazgos el interés que habéis puesto durante los últimos años para promover ambas devociones. Pienso que la promoción de la Novena a la Patrona Santa María la Mayor y la Imagen del Santo Cristo, que hemos empezado a dar especial culto y procesionar el día de Viernes Santo y en el Septenario de septiembre pueden ayudar a extender estas dos benditas manifestaciones de piedad popular y, mediante ellas,  la fe y el amor a Jesucristo, a su Madre y a su Iglesia. Hoy se habla mucho de primer anuncio y de nueva evangelización. Aquí tenemos dos medios bien concretos, aunque no sean los únicos ni los más importantes.

 

Antes de concluir, me gustaría decir una palabra a los religiosos y religiosas de la diócesis. ¡¡Sois una parte importante de la pastoral diocesana y tenéis un papel principalísimo en la educación de nuestros niños y adolescentes, dado el número de los que pasan por vuestros colegios!! No ignoro las dificultades que estáis encontrando en el día a día. Pero os animo a que sigáis con la mano en el arado, sabiendo que, a la postre, quien más siembra es quien más cosecha recoge. Tened la fe y la confianza de nuestros labradores, que no dejan de sembrar aunque la cosecha haya sido corta o adversa. Sed fieles a vuestro propio y específico carisma; y vividlo con toda radicalidad. ¡¡Esa es vuestra mejor aportación a la diócesis!! Vaya un saludo muy especial y mi gratitud a todos los consagrados de clausura a quienes hubiera deseado hacer una visita para despedirme.

 

Saludad de mi parte a vuestros enfermos e impedidos y a cuantos sabéis que no han podido venir en este día frío y desapacible.

 

Roguemos todos por todos y pidamos al Señor que nos haga fieles servidores suyos. Yo os prometo acordarme de vosotros y de los vuestros en la misa de cada día. Os agradezco de antemano que hagáis lo mismo por mí.

 

¡¡Gracias de todo corazón por todo!!

Comentarios

Se el primero en publicar un comentario.

Danos tu opinión