Nuestros nuevos beatos

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 17 de abril de 2016.

 

El 23 de abril tendrá lugar en la Catedral, nuestra iglesia madre, una auténtica fiesta de la fe a la que estamos todos convocados. Por primera vez en la historia de nuestra Diócesis tendrá lugar aquí la beatificación de cinco hermanos nuestros, nacidos en nuestra misma tierra: el sacerdote don Valentín Palencia y cuatro jóvenes discípulos y colaboradores suyos: Donato Rodríguez, Germán García, Zacarías Cuesta y Emilio Huidobro. Todos ellos murieron martirizados el 15 de enero de 1937 en el monte Tramalón de Ruiloba (Cantabria) durante la persecución religiosa acaecida en la España de comienzos del siglo XX.

 

En Valentín Palencia y compañeros encontramos un modelo de vida y de fe que nos puede ayudar, en los momentos actuales, a vivir el seguimiento de Jesús con más autenticidad y estímulo. Sin duda que aquellos jóvenes que acompañaron a don Valentín en el martirio, siguieron a su lado en esos momentos difíciles, no solo por su propia convicción, sino porque habían descubierto en aquel sacerdote un referente importante en sus vidas que no podían abandonar en su última hora: su trato amable, su cercanía a los más pobres, sus esfuerzos denodados por sacar adelante el Patronato de San José, su pedagogía activa y motivadora inspirada en el burgalés Padre Manjón, su profunda espiritualidad, su entrega diaria y permanente a todos y cada uno de los niños a él encomendados… No extraña que, contemplando su vida, dijeran de él «que era todo misericordia». Y ante tanta misericordia derramada, ¿cómo no apuntarse también ellos a ese río de misericordia que es el único capaz de transformar el mundo frente a la sinrazón de la violencia?

 

Porque eso es lo que vamos a celebrar con gozo: la misericordia de Dios que se sirve a lo largo de la historia de instrumentos débiles para hacerse presente en el corazón del mundo. Don Valentín y sus compañeros son para nosotros testigos de la necesaria misericordia que estamos llamados a hacer realidad también hoy en nuestra tierra. Esa misericordia de Dios es la que llenó el corazón de don Valentín y de aquellos jóvenes desde el momento de su crismación en el Bautismo: allí quedaron unidos sacramentalmente a Cristo y consagrados al Señor para ser sacerdotes, profetas y reyes y exhalar con sus obras el perfume de una vida santa.

 

Esa misericordia es la que hizo que don Valentín se entregara denodadamente a los niños más pobres de nuestra ciudad, como públicamente fue reconocido en sus diferentes condecoraciones: su voluntad era que todos encontraran en su Fundación un hogar donde tener una educación que les permitiera afrontar el futuro con dignidad y esperanza, desde sus propias capacidades. Esa misericordia es también la que unió aquellas vidas tan distintas: la biografía de cada uno de estos hermanos nuestros, que os invito a conocer, es muy diferente, pero todas quedan vinculadas por su voluntad de ser instrumentos del amor de Dios en favor de los demás desde sus propios carismas: la enseñanza, la música… Y la misericordia es también la que define el momento final de su vida: una muerte ofrecida, perdonando, sin odio hacia sus verdugos, reconciliando y sembrando la paz auténtica que nace del perdón.

 

Esta ocasión ha de servir, como recordamos los Obispos españoles en el documento Constructores de la paz, para «recoger todos la herencia de los que murieron por su fe perdonando a quienes los mataban y de cuantos ofrecieron sus vidas por un futuro de paz y de justicia para todos los españoles». En efecto, la misericordia que es la señal de identidad de esta celebración, debiera contribuir a desear también la justa memoria y dignidad de todos los que perdieron su vida en aquel conflicto fratricida. Por eso, al honrar felizmente a nuestros nuevos beatos, y acogiendo la herencia que nos dejan de perdón y magnanimidad, hemos de compartir y sentir también el dolor de las familias que todavía no han podido hacerlo con sus familiares caídos y desear  que pronto puedan hacerlo.

 

Os invito a todos a participar con alegría en esta fiesta de la fe: es una hora de gracia para nuestra Iglesia y para la sociedad burgalesa. Confiamos ya a la intercesión de los nuevos beatos nuestra Iglesia Diocesana de Burgos: la entrega y el compromiso de sus sacerdotes, el crecimiento de la fe de los niños y jóvenes, la unidad de las familias, la presencia misionera de los laicos, la permanente tarea de ser germen de reconciliación, la atención a los más pobres, la renovación pastoral, el testimonio público de la fe, las vocaciones sacerdotales… Que todos guardemos con cariño la memoria de estos hijos de la Iglesia fieles hasta el martirio, «ejemplos señeros de santidad» por su apertura a Dios y a los hermanos.

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