Rito de admisión al diaconado y presbiterado

Seminario diocesano de San José, sábado 21 marzo 2015

1. Cuando un ciclista aspira a participar en competiciones internacionales, como la vuelta a España o a Francia, comienza por someterse a un serio y continuo entrenamiento y correr en vueltas locales, comarcales y provinciales. Luego, cuando ya está bastante rodado, es llamado a formar parte de un equipo. Finalmente, ya enrolado en ese equipo, compite a nivel internacional. Los más valiosos llegan a ganar alguna etapa, y los verdaderamente campeones entran triunfadores en los Campos Elíseos de París o en Paseo de la Castellana de Madrid.

Este símil nos ayuda a comprender un poco mejor el rito que ahora estamos celebrando: la admisión al sacerdocio de estos hermanos nuestros; dos del seminario de S. José y tres del seminario Redemptoris Mater.

Efectivamente, aspirar a ser sacerdote es enrolarse en el equipo Jesucristo, hacer una serie de pruebas y verificar si nos hemos enrolado por propia iniciativa o si ha sido una respuesta a la invitación de Jesucristo. Cuando se llega a la certeza moral de que, efectivamente, uno quiere enrolarse en el equipo de Jesucristo no porque le guste sino porque quiere responder a la llamada de Jesús, entonces se hace la solicitud formal de entrar en el equipo y se recibe la respuesta del que está legitimado para darla, es decir, del obispo de la diócesis a la que uno se quiere incorporar.  Esta solicitud y esta respuesta es el Rito de Admisión.

Yo estoy muy contento de poderos admitir en el equipo ministerial de Jesús para trabajar a sus órdenes en la empresa de la nueva evangelización de nuestra diócesis. Estoy seguro de que vosotros también estáis contentos; lo mismo que vuestros familiares y amigos. Demos, pues, gracias a Dios por ello.

2.  Acabo de decir que Jesucristo cuenta con vosotros para la nueva evangelización de Burgos. ¿Qué quiere decir esto?

Cuando yo me ordené sacerdote, hace cincuenta años, ni yo ni mi obispo hablábamos en estos términos. Sencillamente, mi obispo me imponía las manos para que fuera a una parroquia o a otro destino a seguir incrementando y potenciando una comunidad cristiana, más o menos floreciente y practicante. La fe se trasmitía con naturalidad en la familia, donde se enseñaba y aprendía a ser cristiano, a rezar, a querer a los pobres y ancianos, a vivir de modo austero y sacrificado.

Esta realidad ya no existe y vosotros vais a encontraros con algo completamente distinto a lo que me encontré yo y muchos de los aquí presentes. Ahora no se trata ya de incrementar y potenciar una comunidad cristiana existente. Esa comunidad hay que crearla. No quiere decir que tengáis que partir de cero. Ciertamente, hay un segmento de gente que vive la fe y la práctica religiosa. Pero las nuevas generaciones no son cristianas, aunque hayan recibido el bautismo: no conocen a Jesucristo, no celebran los sacramentos, no viven la moral cristiana, no tienen criterios cristianos. Además, cada día será mayor el número de quienes no habrán recibido el bautismo.

Jesucristo os envía a ese mundo y vosotros le decís con el Rito de Admisión que acogéis con gusto su propuesta y que puede contar con vosotros para anunciar la Buena Nueva en esta diócesis de Burgos, sobre todo, a las nuevas generaciones.

Sería para echarse atrás si tuvierais que hacerlo con vuestras cualidades, talentos, trabajo, esfuerzo y preparación. La empresa es demasiado ardua y arriesgada para vuestras fuerzas. ¡Y para las de todos nosotros!

Pero no vais a estar solos en la tarea de la nueva evangelización en nuestra diócesis. Os acompañará Jesucristo, que es quien os ha llamado a trabajar en su viña. Por eso, la tarea se hace apasionante. Porque, con Jesucristo, los frutos están asegurados. Él mismo lo ha dicho: “Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”. También ha dicho que si creemos de verdad en él, “haremos obras aun mayores” que las que él realizó.

Para ello tendréis que haceros grano de trigo dispuesto a enterrarse y morir. Lo hemos escuchado hace poco en el evangelio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. Es la dialéctica del Misterio Pascual: para resucitar, hay que morir; para redimir, hay que clavarse en la cruz; para triunfar hay que pasar por la humillación. No hay otro camino para la fecundidad espiritual.

Morir es destruir el hombre viejo; morir es enterrar la comodidad, la vida fácil, el afán de hacer carrera, la soberbia de prevalecer sobre los demás, el deseo de ser servido en vez de servir. Morir es luchar para cumplir la voluntad de Dios, no la nuestra. Morir es amar el trabajo constante y sacrificado, amar la pobreza, querer a los demás por encima de nosotros mismos, gastarse y desgastarse para anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los pecadores y a los pobres.

Por eso, desde hoy tenéis que hacer una opción más fuerte de querer pareceros a Jesucristo. Y, por tanto, de ser más orantes, más estudiosos, más apostólicos, más serviciales, más humildes, más alegres.

Queridos todos: el Rito de Admisión trasciende a los que lo hacen y nos implica también a nosotros: a mí, a mis colaboradores más inmediatos, a los formadores del seminario, a los sacerdotes presentes y ausentes, a sus familias. Nosotros tenemos que ser “hermanos mayores”; hermanos que les quieren, que les acompañan, que les dan buen ejemplo, que les ayudan en sus dificultades, que les trasmiten la alegría de la presencia del Señor.

Aprovechemos este rito para renovar nuestros afanes de entrega y pidamos a la Santísima Virgen que sea para los que hoy piden la Admisión y para nosotros, la “Estrella de la nueva evangelización”

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