La familia cristiana ante el nuevo curso pastoral

2014 09 14 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

En los años sesenta y setenta del siglo pasado, la familia española sufrió un fortísimo impacto social y religioso. En ese momento comenzó un declive, paulatino pero creciente, en la transmisión de la fe de los padres a los hijos. El tema “Dios” dejó de aflorar en las conversaciones habituales, los criterios cristianos sobre el sentido de la vida, del dolor y de la muerte dejaron de manejarse y la práctica de la oración en familia  y la misa dominical dejaron de ser una costumbre.

Esto no supuso que la mayoría de los padres se hicieran ateos, hostiles o indiferentes al fenómeno religioso. De hecho, siguieron optando por los colegios de religiosos y religiosas para la educación de sus hijos y, con todas las matizaciones que haya que hacer, solicitando el bautismo y la primera comunión para sus hijos. Justo es reconocer que, en no pocos casos, estos sacramentos eran considerados más como momentos de fiesta familiar y una costumbre social que un convencimiento. También es verdad que no pocos padres siguieron preocupándose, incluso más, de la educación cristiana de sus hijos y solicitando esos sacramentos por convencimiento de fe. La mayoría, sin embargo, aunque pedía la enseñanza de la religión en el colegio o instituto y enviaba a sus hijos a la catequesis, sufrió un serio quebranto en su fe.

Estas tendencias se han agudizado en las últimas décadas. En no pequeña medida, debido al ambiente permisivo de la sociedad y a la legislación hostil al matrimonio tradicional. Una de las consecuencias ha sido aumento notable de niños que no han recibido el bautismo. Aunque no hay estudios científicos sobre el particular, la estimación de los agentes de pastoral es que puede oscilar entre un 25 y 30%, con clara tendencia al alza. También ha crecido mucho el número de niños que, estando bautizados, no han tenido un “despertar a la fe” cuando llega el momento de la Primera Comunión.

Como cabía esperar, los párrocos han tomado cartas en el asunto y ofrecen itinerarios para ese despertar religioso, en vistas a la administración de los sacramentos. Pero, sabedores de que ese despertar comporta la implicación de los padres, las propuestas que ofertan no sólo se dirigen a los niños sino también a sus padres. Muchos de estos los toman como una “obligación más” que hay que asumir o incluso “un precio” que hay que pagar si quieren que sus hijos se bauticen y hagan la primera comunión. Otros se justifican con razones de tiempo y de trabajo. Tampoco faltan los que manifiestan una actitud negativa frente a las propuestas de la parroquia o permanecen pasivos respecto a cualquier iniciativa.

Por lo que respecta a la diócesis, la experiencia del “despertar religioso” para los niños menores de seis/siete años ha sido muy positiva y esperanzadora. Muchos padres y, sobre todo, madres han asistido con regularidad a las catequesis y medios de formación ofertados por sus respectivas parroquias. Es preciso proseguir en este camino y hacer que no sólo aumente el número de padres que asisten a estos medios sino también su interés y compromiso. Los padres han de ser conscientes de que no es un capricho ni, menos todavía, un castigo de la parroquia sino una necesidad imperiosa impuesta por la nueva situación de fe. Además, puede suceder –y sucede- que Dios se sirva del “despertar religioso” de los hijos para que los padres redescubran la fe de modo más genuino y vuelvan a sentir el gusto por la práctica religiosa.

Ante el nuevo curso pastoral y en vísperas del comienzo del Sínodo sobre la familia, deseo confirmar, apoyar y animar a los sacerdotes y catequistas en este empeño de “despertar la fe” de los niños y de involucrar cada vez más a los padres en esta tarea. Deseo también invitar a los padres a implicarse en esta tarea, venciendo todas las dificultades que les salgan al paso. Dios no se deja ganar nunca en generosidad y los frutos serán, a la corta o a la larga, abundantes.

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