Misa vespertina de la Cena del Señor
Queridos hermanos. Estamos conmemorando la Última Cena de Jesús, cena que se hace presente en la Eucaristía. Jesús quiso celebrar su Pascua durante la fiesta de la Pascua judía. La primera lectura nos ha narrado la realidad y el sentido de esa fiesta que cada familia judía debía celebrar todos los años. En ella, en efecto, comenzó la historia del pueblo judío, la historia del éxodo, del camino hacia la tierra prometida, la historia que dejaba atrás una situación en la que eran esclavos sometidos a unas condiciones de vida durísimas y en la que eran sacrificados sus niños varones al nacer.
Jesús sabía que la Pascua judía era símbolo y anticipo de la pascua nueva, definitiva y eterna que sería inaugurada por él. Por eso, quiso celebrar su pascua en ese marco y prepararlo con gran cuidado. San Pablo nos lo ha dejado escrito en la segunda lectura de hoy: “El Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: ‘Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Lo mismo hizo después de cenar: tomó la copa y dijo. ‘Esta copa es la nueva alianza sellada con mi Sangre. Haced esto cada vez que la bebáis en memoria mía’».
Esta es la Pascua cristiana. Jesús trasforma toda la situación: sabe que será entregado, procesado, condenado, maltratado, ajusticiado en una cruz como un malhechor y un esclavo. En l a noche del Jueves Santo toma por anticipado todos estos acontecimientos, los hace presentes en el pan y el vino y los trasforma en ocasión de la entrega más generosa y completa de sí mismo por nuestra salvación. No cabe imaginar una trasformación más radical que esta: unos acontecimientos crueles se convierten en instrumentos de un amor grande, y la muerte se cambia en vida.
El evangelio de Juan no nos refería el episodio de la Última Cena. No podía hacerlo, porque este evangelista no refiere ese episodio, aunque ya había hablado de él en el discurso del Pan de vida. En vez de la Última Cena de Jesús refiere otro episodio, muy significativo y que es la mejor explicación simbólica de lo que es la Eucaristía y el modelo de comportamiento de quienes somos sus discípulos. En efecto, al final de este episodio dice: “Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho”.
Lo que él había hecho era darnos la Eucaristía y lavar los pies a los suyos. En la Eucaristía nos daba la entrega de su vida; en el lavatorio de los pies, un acto de servicio. Si dar la vida por otros es un hecho raro y algo que no ocurre todos los días, servir a los oros sí es algo que podamos y debamos hacer todos los días. Toda nuestra vida cristiana debe ser un acto de servicio. Eso es lo que Jesús ha querido expresarnos de modo muy gráfico en el lavatorio de los pies.
Pedro no quería aceptar este servicio. Le arecía que Jesús perdía su dignidad haciendo aquello, que era propio de esclavos. Era verdad. Jesús renuncia a su propia dignidad para servir humildemente. Pedro termina aceptando que Jesús le lave los pies.
Todos nosotros debemos aceptar que Jesús nos lave los pies, que nos libere de nuestros pecados. Debemos aceptar, en particular, que nos purifique en el sacramento de la Penitencia, a fin de poder participar en la Eucaristía.
Queridos hermanos: Jesús, lavando los pies a sus discípulos, nos hace conocer el sentido de todo su misterio pascual. Más aún, el entero misterio de su vida. Ya lo había dicho: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por todos”. La Muerte de Cristo es un acto de servicio llevado hasta el extremo.
Esto nos hace comprender que la Eucaristía es Jesús que se pone a nuestro servicio: nos da su Cuerpo en alimento y nos da su Sangre como bebida. No cabe un modo de servir más completo y más perfecto.
Jesús desea mostrarnos con toda claridad la necesidad de servir a los demás y en qué consiste ese servicio, porque es esencial para la vida cristiana. Los cristianos no estamos hechos para ser servidos sino para servir de una manera efectiva y servir por amor. Nuestra vocación es una vocación de servir por amor. No basta sólo servir, porque sería rebajarse a la condición de esclavos. Tampoco es suficiente servir con las palabras, sino que se necesita servir con hechos. Servir con hechos por amor: ¡¡este es el fin de toda nuestra vida!
Sin embargo, esto no quiere decir que todos tengamos que servir en las mismas cosas y de la misma manera. El ojo sirve al cuerpo de verdad pero de modo distinto a como lo realizan los oídos, las manos, el corazón y los demás miembros. Así ocurre en nuestra existencia. Un sacerdote sirve entregando su vida por las almas que tiene encomendadas, entregándose sin descanso a la predicación, a la celebración de los sacramentos, al cuidado pastoral de sus fieles. Y haciéndolo de buena gana, con gusto, con ilusión, con cariño. Muy distinto es el servicio de los padres. Su servicio principal es trasmitir la vida y trasmitir la fe a sus hijos, gastándose y desgastándose para educarlos en lo humano y en lo divino. Una persona constituida en autoridad sirve realizando con dedicación, competencia y honradez la tarea que debe realizar. Un profesional: médico, abogado, empresario, periodista, escritor sirve si realmente cumple con amor su tarea.
Pero hay un servicio que nos compete a todos: el servicio de la caridad a los pobres del alma y del cuerpo. Todos conocemos a personas necesitadas. No hace falta ir lejos de nuestra familia, ambiente de trabajo o ambiente social. Recordemos hoy que Jesús no tuvo a menos realizar una tarea que estaba reservada a los más rebajados de la sociedad: los esclavos. Al hacerlo, elevó el servicio humilde al más alto rango y nos enseñó que el mejor modo de ser grandes es servir a los pequeños y necesitados.
Pidamos al Señor que infunda en nosotros este espíritu de amor y de servicio. No son el dinero, el poder, el placer los que salvarán al mundo y nos darán a nosotros la felicidad. Lo que salvará al mundo y a nosotros nos hará felices y dichosos es servir por amor a todos, especialmente a los más pobres del cuerpo y del alma.