«La muerte es un tabú y no estamos preparados para afrontarla»
Ezequiel Rodriguez Miguel nació en 1954 en el Valle de las Navas, en la pequeña localidad burgalesa de Melgosa, aunque sus raíces están en Hontomín donde pasó su niñez. Fue ordenado sacerdote en Burgos en 1979, su primer destino fue Salinas de Rosío, junto a Medina de Pomar. Tras un año de viajes a Brasil, volvió a España y ejerció 14 años como sacerdote en Miranda, en la parroquia de San José de las Matillas y como capellán en el Hospital Santiago Apóstol de Miranda. Actualmente ejerce desde hace un año, como capellán de los dos tanatorios de Burgos capital, donde asiste a las familias de las personas fallecidas y coordina los oficios religiosos.
En este ambiente, cualquiera podría pensar que le ha tocado vivir la parte más dura del sacerdocio, al estar casi a diario en contacto con la tristeza, las lágrimas y la muerte. Pero él no lo ve así: «Yo ya tenía la experiencia como capellán en el Hospital de Miranda y te puedo asegurar que la enfermedad y el ambiente de un hospital es más duro incluso que los tanatorios. La muerte desde el compromiso de la fe supone un mensaje de esperanza, para mi es una experiencia enriquecedora personalmente, porque da pleno sentido a la vida del sacerdote al ayudar a superar los difíciles momentos por los que atraviesan los familiares cuando pierden a un ser querido. Y es muy gratificante cuando los familiares se despiden agradeciéndolo y con un apretón de manos».
Un tabú en nuestra sociedad
Hablar de la muerte en nuestra sociedad da tanto respeto que todo parece preparado para que el trance pase de refilón por los familiares, lo más rápido posible, sin apenas tiempo de reflexionar sobre lo que ocurre. «Hemos convertido el tema de la muerte en un tabú, incluso en la Iglesia hablamos muy poco de la muerte- reflexiona Ezequiel- Los proyectos de vida inmediatos prevalecen, la muerte no es estética y no nos la planteamos como realidad final que a todos nos tocará. Por eso hay muchas personas, especialmente los jóvenes, que les cuesta mucho asimilar una perdida, porque no han recibido ninguna formación sobre la muerte, es un tema tabú que no se aborda y que nos coge por sorpresa».
Sin embargo, según él, debemos partir de que muerte y vida van unidas inseparablemente, «como los ríos no se entienden si no desembocan en el mar, porque está hechos para ello, la vida humana tiene su sentido entroncada con el más allá, porque la muerte no es el final del camino, como nos anunció Jesús, sino que es la plenitud. La vida humana, con sus avatares, encuentra se sentido y plenitud al final con el paso hacia felicidad que ansiamos y que en la vida no es posible».
La muerte de un familiar es momento de duelo y lo que la Iglesia hace en ese momento es transmitir cercanía, cariño y esperanza , en definitiva el amor del Padre, el Dios misericordioso. Ezequiel comenta que esto es algo que no se puede hacer con palabras y grandes discursos, sino con gestos, con detalles. «Lo importante es que les llegue el amor de Dios, la esperanza ante la muerte y la cercanía de la Iglesia con ellos». Por eso, es importante que ayude el ambiente en los tanatorios, que no siempre es el adecuado. Reconoce que hay personas que acuden a saludar a los amigos, a charlar sobre sus asuntos y trabajos, y «queda muy lejos el consuelo a las familias, el acompañamiento y la oración por la persona fallecida, que debe ser el motivo de la visita». Pero el momento del entierro o la visita al tanatorio no bastan. Según Ezequiel, «es necesario dar un paso más en el acompañamiento a las personas que pasan por un duelo difícil cuando pierden un ser querido, por eso debiéramos mantener un contacto para visitar, arropar y ayudar, a quienes viven este difícil trance, siempre que así lo deseen».