Sentido del año Jubilar

Jubileo en tiempo de pandemia.

En medio de la pandemia que estamos atravesando se nos convoca para un Año Jubilar. Como nuestros mayores, también acudimos a los pies del Cristo de Burgos y de Santa María La Mayor, patrona de nuestra Diócesis, que tantas lágrimas han consolado en tiempos de dificultad. Es un momento de gracia: en medio de las dificultades que atravesamos, sentimos la cercanía de nuestro Dios que providentemente guía nuestra historia. A ellos acudimos para que nos sigan protegiendo y dando el vigor necesario para ser discípulos misioneros.

Pero, ¿qué significa el Jubileo?

Partimos de que el jubileo es una experiencia profundamente humana. “En la vida de cada persona los jubileos hacen referencia normalmente al día de nacimiento” (TMA 25), aunque también se celebran otros acontecimientos importantes en la vida de las personas (aniversario de boda, sacerdocio o profesión…). Para las personas y las comunidades que celebran estos aniversarios se trata de momentos importantes que marcan sus vidas. Desde el punto de vista creyente podemos decir que se convierten en auténticos “años de gracia”.

En el Antiguo Testamento están presentes muchas referencias que nos hablan de que “el jubileo era un tiempo dedicado de modo particular a Dios”. Con una cadencia de siete años (año sabático) y cincuenta años (año jubilar) una de las consecuencias más significativas del mismo “era la emancipación de todos los habitantes necesitados de liberación” (TMA 12). De esa manera se hacía memoria y se recuperaba la intención del acto creador de Dios que nos convoca a la fraternidad universal, al destino universal de los bienes, a la belleza e integridad de la creación…

Paradigma de ese año de gracia particular es el pasaje que se recoge en el Nuevo Testamento: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, ya los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 16-30). “Todos los jubileos se refieren a este tiempo y aluden a la misión mesiánica de Cristo venido como consagrado con la unción del Espíritu Santo, como enviado por el Padre. Es Él quien anuncia la buena noticia a los pobres. El jubileo, año de gracia del Señor, es una característica de la actividad de Jesús y no sólo la definición cronológica de un cierto aniversario” (TMA 11).

¿Y las indulgencias?

El Papa Francisco afirmó: “El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia (…). El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su indulgencia misericordiosa” (MV 22).