In memoriam D. Nicolás López Martínez

por administrador,

¡Gracias! Esta es la última palabra que esta mañana, en la lucha fatigosa entre la vida y la muerte, en medio de un dolor espantoso, me balbuceaba, por dos veces. Poco después lo temido se confirmaba: D. Nicolás ha muerto.

Burgos, ciudad, provincia, Diócesis, han perdido uno de sus grandes hombres. Nacido, pronto iba a hacer 81 años, en la ciudad de los Condestables de Castilla, su Medina de Pomar; los años de formación en el Seminario de Burgos y en la Universidad Pontificia de Salamanca modelaron a un intelectual riguroso en el pensar, brillante en el decir, elegante y meticuloso al escribir.

Profesor a los 25 años, por sus aulas hemos pasado tres generaciones de sacerdotes. Todos le recordamos con cariño y respeto. Todos hemos “sufrido” aquellos exámenes orales en los que D. Nicolás intentaba adivinar lo que uno sabía o ignoraba. Profesor, de lejos, aparentemente, distante; en la cercanía, un sentimental. Aquél sabio, en tantas materias, se convertía en un hombre sencillo que gozaba contando sus aventuras o sus contactos con cardenales, obispos, hombres de estado, políticos, o, hablando de algo tan prosaico, para él una pasión, como es la pesca o las setas, aquí siempre él había encontrado la pieza mayor.

Investigador riguroso, escrupuloso a la hora de corregir pruebas, conocedor, como pocos de todas las posibilidades del lenguaje. Asistió como perito al Concilio Vaticano II; heredamos su mucho y bien hacer en la Facultad de Teología, en la Academia Fernán González, en la Hermandad médico-famacéutica “San Cosme y San Damián”, sus muchos escritos sobre la Catedral, Santa Casilda, San Juan de Ortega y otros muchos temas históricos y teológicos, sus colaboraciones en RNE: “¡Buenos días nos de Dios!”…. Dialogar con él, mejor, escucharle, una gozada, conocía, de memoria, capítulos enteros del Quijote, hace unos días, en la clínica me repitió unas páginas que, recitadas por él, ganaban en belleza. Del Quijote, me confesó, aprendió esa antología de adjetivos que solía colocar en el momento justo.

Le gustaba sorprender, a veces, te llamaba por teléfono o escribía una dedicatoria en un libro que te dejaba sin palabras, “Jesús, con estos detalles uno es consciente de que existe”. Claro que el mismo tono lo usaba para el ataque, no me hubiera gustado ser su blanco.

D. Nicolás. Usted esta mañana me daba las gracias. Esta tarde, haciéndome eco de muchos que tanto le debemos, en justicia ¡Gracias!
¡Descanse en paz!

Jesús Yusta Sainz