El hombre y la mujer nacen

Cope – 6 enero 2013

El discurso que el Papa dirige a la Curia Romana y a los representantes oficiales de los Estados para felicitarles la Navidad, suele abordar temas de gran actualidad e importancia para la vida de la Iglesia y del mundo. En el de este año, Benedicto XVI ha tratado tres asuntos de la máxima trascendencia: la ideología de género, el diálogo y la nueva evangelización. La ideología de género ha sido el que desarrolló en primer lugar y al que concedió más espacio.

Benedicto XVI comienza planteando lo que entra en juego con la ideología de género: no sólo el matrimonio y la familia sino el mismo hombre. Si hasta ahora, la crisis de la familia tenía detrás un malentendido concepto de la esencia de la libertad humana, actualmente, la crisis es mucho más profunda: pues se pone en entredicho la visión misma del ser humano, lo que significa realmente ser hombre.

Remitiéndose a un estudio muy documentado del Gran Rabino de Francia, Gilles Bernheim, Benedicto XVI va directamente a la famosa frase de la feminista Simone de Beauvoir: «La mujer no nace, sino que se hace». Y se pregunta: ¿Qué subyace en esa afirmación? Nada menos que algo tan importante como «una nueva filosofía de la sexualidad». Según ella, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza –que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de contenido– sino que el sexo es un papel social que se elige de modo autónomo. Uno mismo determina si es varón o hembra. El juicio que esta filosofía merece al Papa es éste: es «una falacia evidente».

¿Dónde radica la falacia de esta filosofía? Veamos. Esta filosofía sostiene que «el hombre no tiene una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega su propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear». Ahora bien, según el relato bíblico de la creación, pertenece a la esencia de la naturaleza humana haber sido creada por Dios como varón y mujer. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente, es esta dualidad originaria la que se impugna. Desde ahora ya no es valido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó». El hombre y la mujer ya no existen como naturaleza de la persona humana. La consecuencia no puede ser más radical, según Benedicto XVI: «El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad». Ha desparecido el hombre concreto y ha sido substituido por el hombre abstracto, que luego elige para sí mismo, de modo completamente autónomo, si es varón o mujer. La dualidad –ser varón y hembra– no es un modo de ser persona establecido por la creación, que se integran y complementan mutuamente. Ya no se nace varón o hembra, sino que uno elige ser varón o ser hembra. Y como la elección no tiene por qué ser permanente, uno puede ser ahora varón y ser mujer en otro momento.

Las consecuencias no pueden ser más deletéreas. Benedicto XVI las señala con toda lucidez: «Si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia». La ideología de género cambia la libertad de elegir por la libertad de elegirse. El hombre ya no es criatura sino creador. Pero en lugar de ser ensalzado, queda degradado, porque pierde la razón de su verdadera grandeza: ser imagen del Creador. El hombre queda degradado en la esencia de su ser. Una vez más se comprueba que cuando se niega a Dios se disuelve también la dignidad del hombre. Con razón sentencia Benedicto XVI: «Quien defiende a Dios, defiende al hombre». Y al revés.

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