Apertura del encuentro de Villagarcía

18 marzo 2013

De nuevo volvemos a encontrarnos en Villagarcía, que se ha convertido en cita obligada del peregrinaje pastoral de nuestras diócesis. Siguiendo el símil de los peregrinos de Santiago, a estas alturas de nuestro caminar, traemos la mochila bastante cargada. Los dos últimos paquetes que hemos metido en ella podrían llevar estos nombres: la Iniciación Cristiana y el Ejercicio de la caridad. Uno y otro son fruto de los tres años que hemos dedicado a cada uno de esos importantísimos temas en la vida de la Iglesia, en general, y de las nuestras, en particular.

Somos conscientes de que no hemos agotado estos temas y que no son asuntos que, una vez abordados, hay que olvidarse de ellos. Al contrario, la urgencia creciente de la nueva evangelización hace que cada día tengan más protagonismo los diversos itinerarios de Iniciación cristiana que ya hemos ido implantando en nuestra diócesis. La experiencia, en efecto, nos dice que está creciendo el número de los adultos y de los niños en edad escolar que no han recibido el Bautismo y comienzan a llamar a las puertas de nuestras parroquias para que les llevemos hasta el encuentro con Cristo mediante la fe, la conversión, y los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Sabemos también que el número de jóvenes y menos jóvenes que no están confirmados y no han hecho la primera comunión es muy numeroso. Sobre todo, es muy amplio el número de los que, habiendo recibido los sacramentos de la Iniciación y practicado la fe, se han ido alejando cada vez más de la práctica cristiana y hasta de la fe.

Todos estos colectivos forman parte de la viña a la que Dios nos llama para colaborar en su afán de salvar a todos los hombres. Baste pensar que el Papa ha creado con carácter estable el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización y que ese es el tema que ha tratado el último Sínodo Ordinario de los obispos y será, sin duda, el tema sobre el que versará la anunciada exhortación postsinodal de Benedicto XVI.

Por ello, uno de los ejes de la presente Jornada es el de la Iniciación cristiana, aunque ahora contemplada desde la dimensión catequética.

Con el tema de la caridad sucede algo parecido. Como ha recordado el Vaticano II y el Magisterio posterior, especialmente el de Benedicto XVI, la caridad es uno de los tres ministerios esenciales de la vida de la Iglesia. De modo que, así como la Iglesia no puede existir sin el anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos, tampoco podría hacerlo sin el ministerio de la caridad. Eso explica que ya desde la era apostólica, la Iglesia haya salido siempre al encuentro de las necesidades de los hombres para darles una respuesta adecuada, según sus posibilidades. Han variado las formas, pero el objetivo ha sido siempre el mismo: remediar las necesidades materiales y espirituales tanto de sus propios hijos como de quienes llamaban a sus puertas pidiendo ayuda.

La agudeza de la crisis que estamos padeciendo en España está demostrando hasta qué punto esto es verdad. Y me refiero no sólo a la caridad cuantificable en recursos humanos y espirituales que se imparten a través de las Cáritas Parroquiales y Diocesanas, sino a esa otra caridad no cuantificable, que no sale en los periódicos ni en las encuestas sociológicas, sino que pasa completamente inadvertida, pero que es impresionante. Me refiero a la ayuda que las familias cristianas están aportando a sus miembros que se encuentran en paro, que sufren enfermedad permanente, que están padeciendo las heridas que infligen las separaciones, los divorcios y los abortos, y tantas, y tantas realidades dolorosas.

A toda esta problemática hemos dedicado también otros tres años. Como decía a propósito de la Iniciación, el tema de la Caridad lejos de pasar a un segundo plano en nuestra acción pastoral, debe estar cada vez más presente. Nuestra Jornada también se hace eco de ella, aunque sea de modo menos directo.

Hay una cuestión que no tiene menos importancia ni es menos urgente de ser abordada. Me refiero al de la ignorancia religiosa de nuestras comunidades. Los obispos y, más todavía, los sacerdotes, tenemos la experiencia de que esa costra se ha hecho mucho más espesa en los últimos años y que en este momento es alarmante. De hecho, Benedicto XVI ha hablado de «emergencia educativa». Si un día nuestro pueblo pudo recibir el nombre de «teólogo», porque era capaz de acoger, comprender y disfrutar los Autos Sacramentales de nuestros grandes autores, hoy ese pueblo, especialmente las generaciones más jóvenes, tiene una ignorancia casi completa de las verdades más fundamentales; con el agravante de que los modernos medios de comunicación, especialmente la televisión, no sólo no han ayudado a paliar esta deficiencia, sino que están sembrando el alma de nuestras gentes de ideas contrarias a la fe cristiana. Como sabemos, esta situación no es sólo de nuestra tierra o de España, sino algo muy extendido en todo el mundo, especialmente en el Occidental.

Todos los obispos y sacerdotes estamos preocupados por este tema, tan extremadamente grave. De hecho, fue esta preocupación la que llevó a los obispos que tomaron parte en el Sínodo Extraordinario de 1985, a pedir al Papa un Catecismo básico para toda la Iglesia, en el cual se incorporasen las doctrinas que se encontraban en los Catecismos de San Pío V, Ripalda y San Pío X, y entre ellas, las del Vaticano II. Ese Catecismo tenía que asumir también los nuevos modos de expresión que respondiesen mejor a las sensibilidades de nuestro tiempo.

El gran Papa, el Beato Juan Pablo II, dio cumplida respuesta en un tiempo récord. Pues, a los siete años de la petición de los obispos, promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica. Dada la responsabilidad eclesial y competencia teológica del entonces Cardenal Ratzinger, a él le encargó el Papa la tarea. Él fue quien –ayudado por tantas personas cualificadas– sacó adelante el proyecto y puso a nuestra disposición un Catecismo acorde, en la materia y en el lenguaje, a las necesidades de nuestro tiempo. Como he dicho antes, en él se recoge la doctrina del Concilio Vaticano II y la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente la de los últimos Pontífices.

El Papa actual, además de dirigir los trabajos del Catecismo y colaborar en el Vaticano II como teólogo del Cardenal Frings, después del Concilio ha estudiado a fondo los contenidos y la hermenéutica del Vaticano II. Nada más lógico que, al convocar el Año de la Fe para conmemorar los cincuenta años del comienzo de aquel magno acontecimiento eclesial, haya querido vincular a él la difusión y estudio del Catecismo de la Iglesia Católica. Como ha repetido en muchas ocasiones, la fe y la caridad van inseparablemente unidas y una y otra necesitan el firme apoyo de la doctrina. Sin este apoyo, la fe degeneraría en pietismo o en puro subjetivismo y sus frutos de vida cristiana serían escasos y superficiales.

Los obispos y sacerdotes de esta región del Duero hemos hecho nuestra la propuesta del Papa, tanto en lo que respecta a la celebración del Año de la Fe como al estudio y difusión del Catecismo de la Iglesia Católica. Se comprende bien que hayamos querido dedicar a él estas jornadas anuales de Villagarcía.

Las Jornadas girarán en torno a tres grandes núcleos. El primero expondrá la oportunidad del Catecismo de la Iglesia Católica en el momento histórico que nos toca vivir. El segundo contemplará la íntima relación que existe entre el Catecismo y la Iniciación Cristiana. El tercero, se centrará en los posibles usos pastorales del Catecismo hoy.

La metodología será la que suele ser habitual en nuestras reuniones pastorales, sectoriales o de conjunto: exposición de los temas, reflexión en grupos y puesta en común.

Sólo me resta recordarnos todos: obispos, presbíteros y agentes de pastoral que las Jornadas no son una iniciativa nuestra sino que el Espíritu está detrás de ellas. Os invito a que no olvidemos frecuentar su trato y pedirle su luz y su fuerza: luz para ver con claridad y fuerza para tomar las decisiones que sean necesarias. Acudamos también a la intercesión de Santa María, como Estrella de la Nueva Evangelización. De este modo, cuando volvamos a nuestras diócesis, nuestra mochila de peregrinación pastoral llevará un apetitoso paquete para compartirlo con los demás sacerdotes y agentes de Pastoral. Muchas gracias.

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