Eucaristía en la apertura y bendición del Centro «Úrsula Benincasa de las Religiosas Teatinas de la Inmaculada Concepción»
Burgos – 18 mayo 2013
En la Vigilia de Pentecostés abrimos nuestros corazones a la acción del Espíritu que, como don de Cristo glorificado, impulsa a todos los hombres a insertarse en el pueblo de Dios.
Todo hombre de buena voluntad está llamado a integrarse en el Cuerpo de los hombres rescatados por la sangre del Cordero, y a estar vivificado por el Espíritu que fue exhalado por Cristo en la cruz, garantizando su unidad.
Dios ha querido casarse con la humanidad, siendo para ella un esposo maravilloso. No porque la humanidad fuese santa e inmaculada, sino porque la sangre del Cordero la purificó y la hizo más digna, santa y limpia de todo pecado.
En esta unidad de la Iglesia, y en beneficio de ella, el Espíritu promueve los carismas a fin de enriquecerla. Por ello, en la Iglesia de Cristo no tenemos miedo a que el Espíritu promueva instituciones, familias que, correspondiendo a esas insinuaciones formen como órganos, miembros que, unidos entre sí, benefician a todo el organismo de la Iglesia de Dios.
Por eso, yo querría deciros, queridas hermanas y queridos fieles cristianos, que tenéis una misión importante de construir la unidad que promueve el Espíritu de Dios. ¿Cómo? Siendo dóciles a un carisma concreto, que lo tenéis bien determinado en la vida de la Fundadora y de vuestras hermanas mayores. No tengáis miedo a vivir ese carisma; cuanto mejor correspondáis a él, tanto mayor será el beneficio para la unidad de la Iglesia de Cristo. Los cristianos, la Iglesia Católica, no tiene miedo, como decía, a estos organismos, porque todos ellos han de tender a la unidad del Cuerpo místico de Cristo. Por ello, ánimo, Madre, ánimo, queridas hermanas: a cultivar ese espíritu que ha promovido el mismo Espíritu Santo. No tengáis miedo de romper la unidad de la Iglesia. Siendo muy fieles es el mejor modo de promoverla, siendo muy fieles a la vocación que habéis recibido.
Por tanto, el primer fruto que yo pediría de vuestro espíritu sería el cultivar esa cohesión y unidad. Ya sé que lo hacéis, pero de una manera decidida y directamente promovida cada día, continuamente actualizado en vuestro espíritu específico, secundando la estrecha comunión en la Iglesia en la unión con el Papa y con los Obispos. A ella van dirigidas las oraciones que cada día eleváis a Dios por quienes tienen la misión, como Madre General y Consejo asesor, de dirigir vuestros pasos.
Y como una consecuencia inmediata y directa, y este es el segundo fruto que yo pediría hoy al Espíritu, os pido que cultivéis y crezcáis en la fraternidad. Que sea una construcción bien asentada sobre la roca, no sobre la arena. Porque la fraternidad es el amor que recibís de Cristo para devolvérselo a vuestras hermanas. Sabéis bien que no se trata de un mero sentimiento, más o menos pasajero, sino de un auténtico amor y entrega al bien de ellas. Fraternidad, no solo entre las que convivís juntas temporalmente por una misión concreta, sino fraternidad recia con todas las que comparten la misma vocación; y extendiéndola a todas las que, de un modo u otro, participan en vuestros apostolados específicos y en vuestras tareas, especialmente académicas. Así haréis presente en nuestra sociedad ese carisma que inició vuestra Fundadora.
Así, pues, COMUNIÓN, que no es simplemente una conjunción de pareceres, sino una docilidad y un abrirse plenamente a las insinuaciones del Espíritu Santo y FRATERNIDAD, que se hace más concreta en ese tú, no simplemente por simpatía o por coincidencia de pareceres, sino por percibir a cada una como sujeto de aquel mismo espíritu de entrega acogido y correspondido.
Y el tercer fruto que yo también desearía pedir al Espíritu Santo es la FECUNDIDAD APOSTÓLICA. En Europa, y concretamente en España, es necesario un apostolado santamente «descarado», que aporta influencia benéfica a vuestras labores apostólicas; un fuego que os renueve en el amor a Cristo y un viento que os orienta y empuja a hacer descubrir a Cristo y su Iglesia, no como lugar de presión o de menoscabo en la libertad, sino como lugar donde se realiza plenamente la alegría de la propia vocación, y la dignidad de hombres y mujeres que asumen la llamada de Dios. No puede suceder que chicos y chicas que hayan estado cerca de vosotras en una profesionalización de los saberes, puedan un día quejarse de que no conocen a Cristo o no lo han tomado en serio, habiendo sido vosotras sus maestras, sus educadoras, sus formadoras en valores centrales de la vida. Queridas hermanas, y entonces qué, ¿forzar? ¡De ninguna manera! Pero, a la vez, sí, sí, forzar, pero con la fuerza de la oración, con la fuerza del sacrificio, para que se abran a un diálogo orientador que se percibe, no como coacción, sino como madurez, que adquiere todos los quilates de una fruta sabrosa y preciosa.
Queridas hermanas: os he dicho las tres ideas que quería exponeros: comunión, fraternidad, frutos apostólicos. Y, para ello, que cada uno de nosotros sea santo. Porque si nuestra relación con Cristo no es abundante y rica, vuestro querer formar y educar a los demás serán vistos como presión, mientras que si correspondemos a la llamada a la santidad, la vuestra será una influencia gozosa, benéfica, que acogerán como la mejor expresión de la amistad y de la caridad.
Gracias por vuestra presencia en nuestra diócesis, por la tarea que ahora iniciáis oficialmente. Gracias por vuestra santidad. Y gracias por el apostolado que vais a realizar en toda nuestra diócesis y ahora en concreto en esta parroquia donde está ubicado vuestro hogar. Que la Venerable Madre Úrsula Benincasa se sienta hoy plenamente feliz, percibiendo ya los frutos personales en vosotras y los frutos apostólicos en quienes van a ser puntos de referencia en vuestra actividad humana y apostólica. Invocamos a la Virgen Blanca para que esté muy cerca de vosotras y os ayude, como a los apóstoles, a secundar estas insinuaciones del Espíritu Santo en vuestros corazones. Amén.