A la Cofradía de San Juan del Monte

Parroquia de Santa María de Miranda de Ebro – 3 junio 2013

Hoy hace 50 años moría Juan XXIII. Era el día en que bajaban los sanjuaneros de la gruta de san Juan del Monte, después de haber celebrado la fiesta. Al enterarse de este acontecimiento, todos los sanjuaneros al unísono plegaron las pancartas y decidieron bajar en riguroso silencio. Fue un detalle muy hermoso, que se ganó el aplauso de los mirandeses y, de modo especial, del clero de Miranda. No era para menos, porque encerraba un profundo sentido humano y cristiano, y demostraba el cariño que los sanjuaneros y, más en general, la comunidad cristiana de Miranda profesaba a aquel Papa.

Hoy nos hemos reunido para celebrar el cincuenta aniversario de aquel acontecimiento. ¿Qué hemos de subrayar en esta celebración? Ante todo, el amor que todos hemos de profesar hacia el Papa, para seguir el ejemplo que nos dejaron aquellos sanjuaneros.

El Papa es el Vicario de Jesucristo en la tierra. Es el fundamento visible de la unidad de la Iglesia. El que recibió de Cristo el encargo de pastorear a sus ovejas y a sus corderos: fieles y demás pastores. «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos». Al Papa se le quiere no por sus cualidades y talentos, sino porque representa a Jesucristo en la Tierra. Querer al Papa es querer al mismo Jesucristo: «Il dolce Cristo in terra», de santa Catalina de Siena. Querer al Papa es: rezar por él, conocer sus enseñanzas, tratar de vivirlas y tratar de difundirlas.

Amor al concilio Vaticano II. Juan XXIII fue el Papa que convocó el Concilio, a pesar de que era muy mayor. No se detuvo en las dificultades ni inconvenientes. Fue, en cambio, sumamente dócil al Espíritu Santo. El Señor no le permitió terminarlo, pero le reservó el mérito de haberlo convocado, sin saber muy bien lo que implicaba; pero confiado en la acción del Espíritu Santo.

He dicho que Juan XXIII tiene el mérito de haberlo convocado. Se sabe que los Papas Pío XI y Pío XII prepararon su celebración, pero no lo convocaron. Juan XXIII recogió esa herencia y lo convocó al poco de ser elegido Papa.

He dicho también que sin saber del todo hacia dónde le llevaba la divina Providencia. Os cuenta una anécdota. Hubo que preparar el aula conciliar en san Pedro y, entre otras cosas, hubo que alquilar cuatro o cinco mil sillas. Aquel alquiler suponía bastante dinero; por lo cual, el secretario del Concilio, monseñor Felici, le dijo un día a Juan XXIII: «sería oportuno comprarlas, porque nos vamos a gastar un dineral». El Papa respondió, «no se preocupe, que terminamos en Navidad» (estaban en octubre de 1962). El Papa pensaba, por tanto, que el concilio duraría unos meses; en cambio, duró más de tres años: desde el 12 de octubre de 1962 hasta el 8 de diciembre de 1965.

Podemos pensar que Dios se sirvió de la docilidad y santidad de Juan XXIII para convocar el concilio Vaticano II. Este concilio ha sido tan importante que es la gracia más grande que Dios ha concedido a la Iglesia durante el siglo XX –según Juan Pablo II– y está destinado a guiar a la Iglesia durante todo el XXI. Benedicto XVI convocó el Año de la Fe para conmemorar los 50 años de su comienzo. El Papa Francisco lo ha ratificado.

¿Qué hacer para ello? Conocer el concilio; Para ello un medio excelente y el más adecuado para vosotros es conocer el Catecismo de la Iglesia Católica. Este podría ser el principal fruto de la celebración que nos ha convocado esta mañana.

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