Solemnidad del Corpus Christi

por administrador,

Plaza de S. Fernando – 2 junio 2013

Estamos reviviendo el acontecimiento que acabamos de proclamar en el evangelio. Aquí está, en primer lugar, el mismo Jesús de entonces. Porque la Sagrada Eucaristía realiza el prodigioso milagro de hacernos presente a Jesucristo, como Persona divino-humana que está viva y nos ve, nos oye, nos escucha y nos habla. Jesucristo en la Eucaristía no es un símbolo o un recuerdo de alguien que existió hace dos mil años y luego desapareció, dejándonos sólo un recuerdo maravilloso. Tampoco es una utopía. No. La Eucaristía es presencia verdadera del Resucitado, que se hace presente a los que han respondido a su llamada haciéndose discípulos suyos. Ese Resucitado, Jesús, está aquí.

Y estamos nosotros, que representamos a aquella muchedumbre variopinta que le seguía. Como entonces, aquí hay niños, mujeres y hombres de toda condición y situación. Seguramente no tenemos hambre de pan material, como ellos. Pero también tenemos hambre: hambre de paz para nosotros y nuestra familia, hambre de consuelo para nosotros y nuestros seres queridos, hambre de justicia para que las riquezas sean distribuidas más equitativamente, hambre de trabajo, porque seguro que hay muchos que no lo tienen o tienen miedo a perderlo; hambre, sobre todo, de Dios, porque somos conscientes de que nuestra vida necesita tener un sentido, nuestros matrimonios tienen sed de verdad en el amor mutuo y exclusivo, y nuestra actividad quiere ser algo más que un medio para ganarnos la vida y subir en la escala social.

Al vernos así, Jesús hace lo mismo que entonces: se compadece de nosotros y nos dice: no os disperséis que yo quiero ayudaros, quiero saciar vuestras hambres. Haced la experiencia y veréis que no os engaño.

2. Pero nosotros no hemos venido solos. A la Eucaristía siempre se viene acompañados de todos los hermanos que comparten nuestra fe y con los que estamos unidos por el mismo Bautismo. Junto con ellos formamos no una muchedumbre, sino un inmenso gentío, en el que hay hambre de pan, de cultura, de compañía, de compasión y de amor. Jesús, viendo ese inmenso gentío, se compadece de nuevo y quiere poner remedio a esa hambre. Y, para ello, se dirige a nosotros y nos dice: «Dadles vosotros de comer» Remediad vosotros esa hambre.

Pero nosotros, como entonces los apóstoles, le decimos: «Sólo tenemos cinco panes y dos peces, y ¿qué es esto para tanta gente?». Pero Jesús insiste: que no se marchen, repartidlos, que quiero hacer con ellos un gran milagro.

Queridos hermanos: cuando Jesús repartió los panes y los peces junto a Cafarnaum era evidente la desproporción con las necesidades. Pero los apóstoles pusieron todo lo que tenían y él realizó el resto. Ahora sucederá lo mismo: si cada uno de nosotros pone en manos de Jesús todo lo que tiene, Jesús hará el resto y asistiremos a un milagro aún mayor. Pero hay que poner en sus manos todo. Unos, tenéis fuerzas físicas; otros, tiempo disponible, porque estáis jubilados; otros, experiencia acumulada durante años de ejercicio de la profesión; otros, talento; otros, habilidades manuales; otros, capacidad de escuchar; otros, ansias de realizar cosas grandes en pro de una sociedad más justa. Además, todos tenemos deseos ardientes de poner remedio al paro juvenil, acabar con el aborto, la trata de las personas y la violencia de género. ¡Cuánto podemos hacer, cuántas hambres podremos remediar si nos decidimos a poner en las manos de Jesús eso poco que cada uno tenemos, si nos decidimos a ser solidarios de verdad!

«Dios no existe, –decía ayer un novelista en unas declaraciones que recogía la prensa local– porque bastaría que moviese un dedo para remediar las necesidades de este mundo». Hermanos: Dios sí existe, pero nos ha creado libres y, por eso, no nos impone su voluntad, sus reglas de actuar sino que pide nuestra colaboración. Quiere que le dejemos hacer y que compartamos –con libertad y responsabilidad– nuestros haberes. Dios quiere repetir ahora el milagro de los panes y los peces, pero quiere contar con nosotros. Es, pues, la hora de la generosidad, la hora de salir de nuestro egoísmo, la hora de convertir las miserias materiales y morales de nuestro mundo en una gran oportunidad para hacer algo grande. ¡¡Qué distinta sería la realidad, si cada uno de nosotros hiciera por Dios y por los demás lo mucho que es capaz de hacer!!

Nuestra diócesis quiere dar un paso en este sentido. Por eso, Cáritas ha pensado realizar un gesto especial en este Año de la Fe, para que Jesús pueda hacer el milagro entre nosotros. El gesto consiste en crear 6 Cáritas en el mundo rural y dotarlas de medios suficientes para la integración social de las personas necesitadas. Para ello, necesita trescientos mil euros en el plazo de tres años (100.000 x 3). A eso se refieren las pancartas que están ahí detrás. Luego habrá mesas petitorias para recoger vuestra aportación. Sed generosos, poned en manos de Jesús vuestros cinco y panes y dos peces, que él hará lo demás.

Pidamos al Señor que quienes estamos aquí nos decidamos a confesar nuestra fe con más alegría, con más convicción y con mucho mayor garbo.

¡Jesús: haznos comprender hoy, día de tu Cuerpo y Sangre, que el mundo necesita que tus discípulos lo seamos de verdad!

A los peregrinos a la Catedral en el Año de la Fe

por administrador,

Esta es la primera parroquia que viene en peregrinación, en este Año de la Fe, a este templo catedralicio. Templo singular, puesto que está indicando la unidad de toda la comunidad cristiana de Burgos.

Hemos cantado a Jerusalén que para nosotros es un punto de referencia porque nuestra vida es un camino hacia Dios, hacia esa Jerusalén celeste de la cual es un símbolo la Jerusalén terrestre y que se reproduce en cada una de las mansiones donde Dios habita y que son puntos de referencia en nuestro acceso a Dios. Por eso hoy quería saludaros como la primera parroquia que hace este camino. La catedral es bien conocida para todos. Quizá hoy vais a deletrear algunos aspectos más concretos de las bellezas, de los detalles, de las riquezas, de los tesoros que nos han ido legando nuestros antepasados.

Pero yo, lógicamente, desearía para todos y cada uno de vosotros que esta visita supusiera una renovación gozosa de la comunión de vida que tenemos con Dios nuestro Padre, con Cristo Jesús nuestro hermano, en el Espíritu Santo. No es tanto el templo, que en este caso es bellísimo, cuanto el símbolo de la Iglesia de Jesucristo, es decir, de su Esposa, de la comunidad de los bautizados con la que Cristo ha querido fundir su vida y hacerla partícipe de la vida divina que tiene con el Padre en el Espíritu Santo. Sí, la Iglesia es la Esposa amada por la cual se da gozosamente la vida y Cristo nos lo ha manifestado.

Por eso, aprovechando esta ocasión del Año de la Fe, los cristianos renovamos el gozo de haber sido mirados por Dios con amor y haber sido elegidos para ser suyos. Porque nosotros hemos asentido y renovamos nuestra profesión, pero renovamos nuestra adhesión a aquel que nos eligió primero, por tanto bien con que los cristianos hemos sido agraciados. La fe ha sido para nosotros el gran don recibido en nuestra existencia. Ciertamente, previo a la fe, hemos recibido esta vida humana, pero ¿de qué nos serviría esa maravilla de la vida humana si no hubiéramos conocido a Dios y Dios no nos hubiera hecho don, regalo, de esa amistad divina?

Por ello realizáis esta visita que en la materialidad de la catedral está expresando el deseo de conocer más y más a Dios. El conocimiento material de este templo nos lleva al deseo de conocer más y más, en toda su riqueza, nuestra fe. Ahí tenemos el catecismo que podemos ir ahondando y con el que enriquecernos en estos meses que quedan del año de la fe, y sucesivamente sin límite de tiempo. Cada celebración en la comunidad cristiana tiene que despertar en nosotros la curiosidad santa de Dios, una curiosidad que nos haga descubrir nuevos horizontes de la riqueza que poseemos. Como un niño va percibiendo detalles nuevos conforme va siendo más consciente y va cayendo en la cuenta de distintos aspectos, así nosotros somos esos hijos de Dios que vamos descubriendo las riquezas de la casa de Dios, es decir, de nuestro cohabitar con Él, de las riquezas que Él nos ha dado y de los distintos detalles y manifestaciones de su amor. Seguro que todos, –también a mí me ocurre de vez en cuando-, cuando leemos la escritura o algún salmo, percibimos y descubrimos aspectos que, aun habiéndolos tenido delante de los ojos, no habíamos percibido en toda su hondura.

Por ello, queridos amigos, que esta visita no cumpla solo con la materialidad requerida para lucrar la indulgencia plenaria sino que os ayude a abrir horizontes, agrandar la perspectiva de ser miembros de esa amada Iglesia Esposa de Cristo. Eso es lo que deseo para todos vosotros, y en vosotros, para todas las parroquias que vendrán durante los meses que quedan hasta finalizar el Año Santo de la Fe.

Muchísimas gracias y que llevéis a vuestros hogares, a vuestros ambientes, a vuestras familias el deseo de que el Señor os llene de gracia y de consuelo espiritual.