Democracia y principios intocables

2014 07 20 mensaje arzobispo de Burgos pdf

El presidente A. Lincoln ha pasado a la historia por decir que era inmoral tener esclavos y haber luchado por abolir la esclavitud. Martín Luther King por liderar un movimiento que reclamaba nuevos derechos para los negros y haber perdido la vida en ese empeño. ¿Por qué uno y otro tenían autoridad moral para levantar esas banderas, dado que la esclavitud era legal y la segregación racial también? ¿Por qué las Naciones Unidas tuvieron esa misma autoridad para incluir en su Declaración universal unos derechos que violaban expresamente algunos Estados miembros?

La respuesta es clara: Lincoln, Luther King y las Naciones Unidas obraban así, y terminaron con esas lacras cuyo solo recuerdo abochorna, porque tenían detrás unos principios que son intrínsecos a la persona humana y, por tanto, anteriores y superiores a cualquier decisión de los Estados o de los grupos. Hay hechos que son injustos aunque una pretendida ley quiera hacerlos justos.

Es lo que sucede con la defensa de la vida, cuyos líderes son los continuadores de Luther King. No en vano el movimiento provida surgió en los Estados Unidos a raíz de la legalización del aborto, tras la sentencia Roe v. Wade, de 1973. Las generaciones más jóvenes tienden a ver el debate sobre el aborto no tanto en términos de liberación cuanto de justicia. Puesto que el feto es un ser humano vivo, independientemente de que sea deseado o no –argumentan- el aborto es una injusticia radical que nos afecta a todos y ante la que todos hemos de implicarnos para ponerla fin.

Gracias a un pastor luterano y activista político de izquierdas antes de convertirse al catolicismo y hacerse sacerdote, J. Neuhaus, en los Estados Unidos ha surgido una alianza cada vez mayor entre los evangélicos y católicos en cuestiones éticas y sociales. De ese movimiento proviene la Declaración de Manhatan, firmada por 150 líderes religiosos de las principales confesiones cristianas de Estados Unidos, en la que explican que hay algunos principios que son intocables e innegociables y que están más allá de la división izquierda-derecha.

La fuerza de este Manifiesto radica en que lo que llama “verdades innegociables” lo son no porque sean “confesionales” sino porque están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. Entre ellos está la sacralidad de la vida humana desde el momento de la concepción natural hasta la muerte, el reconocimiento del matrimonio como unión entre un hombre y una mujer, y los derechos de conciencia y la libertad religiosa.

A la hora de pronunciarse sobre estas cuestiones no sirven las etiquetas “izquierda”, “derecha”, “progresista”, “conservador”. En el centro de esas cuestiones está la dignidad humana; la única etiqueta admisible sería la de “defensores de la dignidad del hombre”.

¿Por qué, entonces, no hay acuerdo en torno al núcleo de esos principios “innegociables”? Probablemente por lo que Benedicto XVI calificó de “dictadura del relativismo”, que niega la posibilidad de una verdad objetiva y universal. Deberíamos ser conscientes de que, si negamos que haya una verdad objetiva y universal, estamos entrando en el terreno de la pura arbitrariedad y donde cualquier cosa puede ser justificada. “Justificación” que vendrá de la mano de los poderosos de turno, que no suelen ser, precisamente, las clases populares.

No es difícil adivinar que en ese caldo de cultivo estamos inyectando el veneno más letal a la convivencia y a la democracia. Es urgente que todos, especialmente los intelectuales vayamos más allá de las expresiones “derecho a decidir”, “compasión”, “igualdad” cuando hablamos del aborto, de la eutanasia y del matrimonio gay y descubramos que lo que está en cuestión son los derechos y deberes derivados de la dignidad humana.

Comentarios

Se el primero en publicar un comentario.

Danos tu opinión