Vuelta a la vida de cada día
2014 09 07 Mensaje arzobispo de Burgos pdf
Pienso que muchos de los lectores habituales u ocasionales de esta columna habréis disfrutado de unos días de vacaciones. Otros, quizás habéis tenido que contentaros con los fines de semana y poco más. Incluso no faltarán quienes, en lugar de descansar, han tenido que hacer frente a situaciones especiales que les han supuesto un esfuerzo supletorio. De todos modos, independientemente de las circunstancias del verano, con septiembre volvemos a la normalidad y tenemos la sensación de comenzar o recomenzar de nuevo. ¿Qué podríamos plantearnos para esta nueva andadura?
Personalmente pienso que todos hemos de aspirar a ser mejores personas y proponernos hacer todo el bien que podamos a los que se crucen en el camino de nuestra vida, comenzando por la mujer, el esposo, los hijos y los compañeros de trabajo. Dentro de este capítulo habría que pensar en algún gesto solidario con los enfermos, ancianos solos, matrimonios en crisis o quebrados, emigrantes, parados. Si todos damos parte de nuestro tiempo y de nuestro dinero a estas personas, además de sentirnos mucho mejor con nosotros mismos, habremos creado un mundo más humano y más habitable.
Un segundo ingrediente para el nuevo curso que ahora comenzamos es ser más positivos ante la vida: quejarnos menos y disfrutar más con lo que tenemos. Actualmente existe una tendencia muy acusada a quejarnos y lamentarnos de todo. Sin negar que existan dificultades y aspectos negativos, habrá que convenir que no es lo único ni lo más importante. Necesitamos descubrir tantas cosas positivas y agradables que nos depara la vida: el matrimonio bien avenido, los hijos, los nietos, la comida de cada día, la salud, la amistad, la cobertura social de la enfermedad y de la educación y mil cosas más que nosotros disfrutamos y de las que están privadas muchísimas personas del tercer y cuarto mundo. La visión negativa de las personas y de los acontecimientos tiene el efecto de la tinta del calamar: lo emborrona todo de negro, distorsiona la realidad y no conduce a ninguna parte.
A la hora de volver de nuevo a la vida ordinaria, habría que pensar también en dar a Dios mucho más espacio en nuestra vida. El hombre no es ateo por naturaleza, al contrario, es naturalmente religioso. Cuando contempla la grandeza y belleza de la creación, los fenómenos cósmicos y los grandes acontecimientos se siente superado y necesitado de un ser superior. Esta impresión se agudiza cuando se detiene a preguntarse por los grandes porqués de su existencia: por qué ha venido al mundo, por qué un día morirá, por qué existe el dolor, sobre todo, el de los inocentes, por qué triunfa el tramposo y fracasan las buenas personas y qué hay después de la muerte. El materialismo no resuelve estas cuestiones. Tampoco la ciencia y el progreso. Tiene razón Eagleton, un pensador actual muy escorado, por otra parte, al marxismo, al decir que “el Dios de los cristianos sigue siendo insustituible” y que “ninguna forma simbólica ha igualado la aptitud de la religión por relacionar las verdades más elevadas con la existencia cotidiana de incontables hombres y mujeres”.
Los cristianos deberíamos repensar, de cara al nuevo curso, que la mejor herencia que los padres y abuelos pueden transmitir a sus hijos y nietos es la fe que ellos han heredado. Para ello, no necesitan ser grandes teólogos ni grandes expertos. Si bendicen la mesa antes de las comidas, si Dios es un tema más de las conversaciones, si van a misa los domingos, si ayudan a Cáritas, si dan catequesis en la parroquia, si ven buenos programas de televisión… están creando un clima en el que sus hijos y nietos asimilarán la fe con la misma naturalidad con que respiran el aire puro.
¡Buen regreso y buen comienzo de curso a todos!