Una Iglesia sin fronteras

2015 01 11 mensaje arzobispo de Burgos pdf

 

Permitidme que anticipándome al próximo domingo 18 de enero, Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, me dirija en primer lugar y especialmente a ellos, los emigrantes y refugiados. Lo hago como Pastor de esta Iglesia que peregrina en Burgos y a la vez como hermano y compañero de camino. Acabamos de celebrar hace unos días, en Navidad, que Dios acampó entre nosotros y que en él está la vida y la luz. Pero también hemos recordado que “vino a su casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). ¿Veis? El mismo Dios sufrió el rechazo de los hombres y lo sigue sufriendo, ahora mismo, cada vez que nos cerramos a su luz, a su amor, y cada vez que cerramos la puerta ante un hermano que llama.

Por eso el papa Francisco ha querido recordarnos en esta Jornada que formamos parte de “una Iglesia sin fronteras, madre de todos”. Palabras que ya escribió hace más de un año en su preciosa exhortación La alegría del Evangelio: “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras, que se siente madre de todos” (EG 210). Y añadía: “¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo!” Soy testigo de lo mucho que ha cambiado Burgos con vuestra llegada a lo largo de los más de doce años que llevo al frente de esta diócesis. Estos cambios, en muchos casos, han sido para bien: vuestra presencia enriquece nuestra vida social, nos recuerda valores y costumbres que estábamos perdiendo, renueva la vitalidad de colegios y catequesis, enriquece nuestras parroquias con vuestros cantos y tradiciones… e incluso nos hace caer en la cuenta de que hay otras formas de alabar al mismo Dios y de vivir la fe. Todos podemos aprender y aportar desde un conocimiento y diálogo mutuo. A la vez soy consciente de las fronteras que, en muchas ocasiones, habéis tenido que superar, o que todavía encontráis: barreras de tipo legal, de idioma, de comprensión, de acceso a recursos básicos, o quién sabe si también por parte de algunos cristianos… Porque como recuerda el papa Francisco en su mensaje para esta jornada, “no es extraño que estos movimientos migratorios susciten desconfianza y rechazo también en las comunidades eclesiales; esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado”.

Aunque estamos en Burgos, nuestra mirada contempla también hoy  lo que está pasando más allá de nuestras fronteras. Hace menos de dos meses el papa Francisco recordaba ante el Parlamento Europeo en Estrasburgo que “no se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”. En este sentido, me uno también a la denuncia de los obispos españoles “contra cualquier actuación en que no se tengan en cuenta los derechos humanos”, y a su petición de “crear condiciones de vida más humana en los países de origen” para una “progresiva disminución de las causas que originan las migraciones”.

Queridos amigos todos, inmigrantes y autóctonos: actualicemos el acontecimiento de Pentecostés, donde el soplo del Espíritu de Dios hizo que se vencieran miedos, se abrieran puertas y los que tenían diferentes idiomas y nacionalidades fueran capaces de entenderse en un mismo lenguaje. No nos encerremos cada uno en nuestra torre, en nuestro grupo, sino hagamos de esta Iglesia de Burgos una comunidad abierta, servidora, acogedora de la diversidad. Que María, la Madre, nos ayude a ser “Iglesia madre de todos”.

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