Un día en el despacho de don Francisco
Son las doce del mediodía. Fiel a la tradición romana y “siempre que puede y se acuerda”, se levanta, eleva la vista hacia una vidriera de la Anunciación -su actual despacho fue otrora un comedor para invitados de honor- y reza el Ángelus. Es el parón de media mañana de una frenética jornada de trabajo entre documentos, visitas, entrevistas con colaboradores y firmas de todo tipo de escritos. El pastor de la diócesis, Francisco Gil Hellín, realiza cada mañana una intensa actividad administrativa en su despacho de la Casa de la Iglesia.
Pocos imaginan el trabajo que el arzobispo realiza en una jornada cualquiera. Su agenda es muy apretada, “como para no aburrirse”, comenta con una sonrisa. Recuerda, de sus tiempos mozos como seminarista, que “los obispos eran más lejanos, y guardaban las visitas para el final de la mañana, a última hora”. Algo que él, ahora, intenta cambiar: “Recibo las visitas en cualquier momento de la jornada, y dejo los trabajos que puedo hacer personalmente, mientras estoy solo en el despacho; pero las visitas tienen prioridad en mi agenda”, revela. Recibe a gente de todo tipo, aunque los más habituales son los sacerdotes, los religiosos, algunos laicos y, “los misioneros que siempre que se acercan a Burgos aprovechan para visitar al arzobispo, y yo los recibo muy gustoso”.
Y, entre visita y visita, revisa el correo, responde las cartas y firma los documentos que tiene pendientes de aprobar. Un intenso trabajo en el que le ayuda mucho Javier, su secretario, al que “agradece enormemente el servicio prestado”; “sin él todo sería mucho más complicado”, asegura. Javier Pérez Illera es, además, sacerdote en una parroquia de Burgos, pues “quería que su dedicación como secretario no fuese incompatible con su servicio sacerdotal”. Él es quien colabora directamente con Gil Hellín: concreta las visitas, planea y organiza su agenda y atiende a todos los que acuden a encontrarse con él, “siempre con una sonrisa y muy atento”, en palabras del arzobispo.
Aunque sea pequeña, atender una diócesis como la de Burgos, no es tarea sencilla. “Su estructura es más reducida que la de otras grandes diócesis”, como Madrid o Barcelona. Pero, aún así, hay mucho trabajo por hacer: “Lo que más nos ha costado a lo largo de mis años en Burgos ha sido registrar todos los inmuebles de la Iglesia, tal como nos pedía la administración civil”, indica. “Gracias a todos los colaboradores hemos hecho las cosas a tiempo y no nos ha pillado el toro como en otras diócesis”, señala no sin cierta satisfacción.
Inmensa tarea de gestión
Y es que son muchas las cuestiones por gestionar en la diócesis burgalesa. Por fortuna, Gil Hellín cuenta con otros colaboradores que le ayudan a “dar respuestas oficiales a algunos documentos”, atender diversos aspectos judiciales, resolver cuestiones económicas o repensar mejor la actividad pastoral en las parroquias y delegaciones. Con sus vicarios episcopales y vicarios de zona se reúne al menos una vez al mes, junto con el equipo de gobierno de la diócesis, para repensar los aspectos que requieren una mayor atención. También se reúne con frecuencia con el vicario de pastoral, “quien me comunica todo lo que los delegados de las distintas secciones están realizando en sus respectivos campos”.
A pesar de toda la ayuda que le brindan sus colaboradores, hay cuestiones que no se pueden escapar de la supervisión directa y exclusiva del arzobispo. Especialmente sensible es a todo lo que atañe al “Seminario diocesano y a la Facultad de Teología”, donde procura “no tirar la toalla y seguir esforzándonos por cuidar la calidad y la cantidad de nuestros seminaristas”. También está bajo su responsabilidad directa, “y en último término”, los nombramientos de los sacerdotes, así como “las relaciones con la Conferencia Episcopal Española y con la Nunciatura” y su servicio de puente entre la diócesis y la Santa Sede.
En definitiva, una tarea de gestión, entre papeles y visitas, que pasa desapercibida. Mientras el reloj avanza, la actividad del arzobispo no para. Menos mal que esta tarde su agenda le da un respiro que seguro aprovecha para cuidar las flores de su jardín o continuar escribiendo sobre el Vaticano II. Porque los obispos también tienen derecho a su descanso.