«Enterrar a los muertos es la expresión de respeto y valoración de la persona»
Ezequiel Rodríguez Miguel nació en 1954 en el Valle de las Navas, en la pequeña localidad burgalesa de Melgosa, aunque fue en Hontomín donde pasó su niñez. Tras pasar 14 años en Miranda, como párroco de San José de las Matillas y como capellán en el Hospital Santiago Apóstol de esta localidad, se trasladó a Burgos capital, donde desde hace dos años ejerce como capellán de los dos tanatorios que allí se encuentran.
En distintas épocas y en todas las culturas se respeta a los muertos y se tienen ritos de despedida por la creencia en un mundo desconocido y espiritual. Sin embargo, hay diferencias notables derivadas del concepto distinto sobre la divinidad en el cristianismo: «En la muerte del cristiano y en sus exequias,- explica Ezequiel- la Iglesia confiesa, celebra y vive la fe en Jesucristo muerto y resucitado. En ellas, se celebra el Misterio Pascual, para que quienes por el bautismo fueron incorporados a Cristo muerto y resucitado, pasen también con Él a la vida eterna».
Es por esto que enterrar a los muertos es una obra de misericordia presente en este año jubilar. Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales «ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades». «Si en cada una de ellas se pone remedio a una carencia, ¿qué mayor debilidad que nuestra finitud?», expone Ezequiel. «La muerte nos iguala a todos los seres humanos, y no todos tienen la posibilidad de una despedida digna. Pensemos en época de pestes, guerras, pobreza, indigencia». Por eso, desde el amor misericordioso del Padre, la Iglesia, en su predilección por los necesitados, manda despedir con dignidad y respeto a los difuntos. «Hoy en día, una manera de vivir la séptima obra de misericordia corporal es también la participación en el entierro de aquellas personas que han significado algo para nosotros». Y es que enterrar a los muertos era (y sigue siendo) la expresión de respeto y valoración de la persona, «el difunto no queda simplemente olvidado y deja de existir». Todos los cultos a los muertos parten siempre de la creencia de que, de una u otra manera, viven en el mundo del «más allá».
Enterrar y orar
Pero además, la obra de dar entierro a los difuntos va acompañada de otra: La séptima obra de misericordia espiritual, que es «orar a Dios por los vivos y por los difuntos». «Pienso que la oración por los difuntos tiene esta doble vertiente: En primer lugar, es expresión de nuestra vinculación con ellos; de esta forma, reafirmamos nuestra fe en la resurrección y que el amor es más fuerte que la muerte. En segundo lugar, rezamos para que en su tránsito a la otra vida, Dios Padre lo acoja en su Reino. Confiamos que en virtud de nuestra plegaria, el amor de Dios actúa saludablemente en la persona por la que oramos». Por todo esto, para los creyentes son tan importantes las plegarias por los difuntos. La Iglesia ofrece diversas fórmulas, modos y momentos, sobresaliendo la Eucaristía como la oración más perfecta.
La liturgia de exequias es por tanto un canto a la esperanza. «Aunque como todos los seres humanos, tenemos miedo a lo desconocido, para los cristianos el amor es más fuerte que la muerte. La fe, que es confianza plena en Dios Padre, mitiga nuestros miedos». Y ante la próxima celebración del día de Todos los Santos, «recordemos que nuestros santos esperaban impacientes este día, el de la muerte. Santa Teresa de Jesús decía: ‘vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero…’ La Iglesia celebra la fiesta de los Santos el día de su muerte, no de su nacimiento porque considera que el día de la muerte es el nacimiento a la Vida».