«A mis queridos sacerdotes»

Carta del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, dirigida a los sacerdotes de la diócesis con fecha 31 de enero de 2017.

 

Queridos hermanos:

 

Nuestra vida diocesana, gracias a Dios y también en gran parte a vosotros, percibo que transcurre con normalidad. Opino que este tono de “normalidad” es siempre bueno y deseable, tanto en nuestra vida personal como eclesial y social, por lo que tiene de propicio para seguir creciendo serenamente en profundidad y fecundidad evangélica. En este clima y en estas primeras semanas del nuevo año, me ha parecido oportuno enviaros esta carta que, por lo específico de su contenido, os dirijo sólo a vosotros los sacerdotes, como colaboradores más inmediatos del ministerio episcopal que se me ha encomendado y como hermano y servidor vuestro.

 

Os agradezco muy de verdad que me estéis dando la oportunidad de ir teniendo un encuentro fraterno y pausado con cuantos sacerdotes estáis en la diócesis. Deseo y confío que podamos completar ese recorrido en torno a la Pascua del Señor. De nuestros hermanos en misiones he ido hablando con bastantes, con ocasión de sus breves estancias por aquí. Son muchas las conclusiones positivas que me vais evidenciando. Puedo deciros con fundamento y con satisfacción que el clero de nuestra Iglesia diocesana tenéis buena “salud sacerdotal” en los diversos elementos que la configuran. Como os he manifestado en otras ocasiones, este “don”, porque es gracia, es el resultado conjunto de la acción de Dios, de tantos hermanos y hermanas que os han acompañado y acompañan con su cercanía  y oración (familias, vida consagrada contemplativa y activa, asociaciones, movimientos, seglares diversos…) y de vuestro esfuerzo y respuesta personal. Pido a Dios que para gloria suya, bien de la Iglesia, servicio a la sociedad y alegría personal vuestra, prosigamos todos, en nuestras respectivas tareas,  con ese buen tono, espiritual y humano, como sacerdotes de Jesucristo. Bien sabéis ya que podéis contar conmigo en todo lo que pueda serviros.

 

Cuando concluya las entrevistas con todos vosotros voy a iniciar una visita a cada comunidad de vida consagrada. Con las religiosas y religiosos de vida contemplativa fui ya encontrándome durante las primeras semanas de mi servicio episcopal en nuestra diócesis; he vuelto a visitar algunos de los monasterios, con la intención de que al finalizar este curso haya estado ya por segunda vez con esas comunidades. Con nuestra Facultad de Teología, Delegaciones diocesanas, Movimientos y Asociaciones he ido teniendo también reuniones durante estos meses pasados. Me ha parecido necesario igualmente tener los encuentros oportunos con las diversas instituciones civiles más cercanas (políticas, militares, académicas, medios de comunicación…) de nuestra ciudad y provincia. La comunicación con las instituciones eclesiásticas y civiles, que fuera de la diócesis lo requieren, también se está llevando con normalidad. Las visitas pastorales, como sabéis, están formando parte habitual de la planificación semanal; hasta ahora me ha sido posible estar ya en 114 parroquias.

 

Hay una realidad que siento especial necesidad de compartir con vosotros. Me refiero a las vocaciones: al especial cuidado de la vocación bautismal cristiana en sus posibles y diversas concreciones y, teniendo su importancia específica cada una de ellas, permitidme que aquí me refiera a la propuesta vocacional tanto para el sacerdocio como para la vida consagrada. El Señor sigue llamando, pero también cuenta con nosotros. Cuenta con el indispensable esfuerzo que todos (repito “todos”) debemos hacer para que la respuesta a su llamada sea posible y generosa. Por supuesto, que muy en primer lugar hemos de «rogar al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mateo 9, 38). Hemos de pedir confiada, humilde e insistentemente a Dios esas vocaciones. Y, al mismo tiempo y con no menor intensidad, debemos poner cada uno de nosotros un empeño constante para que en los ámbitos de la familia (realidad ésta decisiva para la Iglesia y la sociedad que requerirá igualmente nuestros mejores esfuerzos), de la educación escolar y universitaria, en las catequesis, en las celebraciones litúrgicas, en las homilías…, y en el conjunto del quehacer pastoral con los niños y los jóvenes, de modo que pueda hacerse perceptible la voz de esa llamada y existan las condiciones adecuadas para que se pueda dar la respuesta.

 

Esta realidad se enmarca también en nuestro plan de Pastoral cuando nos invita a concretar el «diseño y puesta en marcha de un plan diocesano vocacional«. Estamos en ello. Conviene igualmente tener en cuenta que esta será la temática del próximo Sínodo de los Obispos. Pienso que nuestra constancia en este empeño y, muy especialmente, nuestra forma de vivir la propia vocación, serán indispensables para que niños y jóvenes escuchen y respondan a la llamada del Señor. Conscientes de que a lo largo de la historia de salvación Dios ha contado siempre con la mediación humana para el anuncio del Evangelio, pensemos que en el plazo de dos o tres décadas será decisivo en nuestra Iglesia diocesana lo que en la pastoral vocacional hagamos o dejemos de hacer en estos años.

 

Por último, y unido a lo que acabo de deciros, permitidme que os ruegue muy encarecidamente que todos y cada uno de nosotros retomemos el interés y compromiso concreto con nuestros Seminarios Diocesanos de S. José (Mayor y Menor) y el misionero “Redemptoris Mater”. El Papa Francisco, en alguna de sus intervenciones, invita a los seminaristas a «ofrecerse con humildad, como arcilla para modelar, para que el alfarero, que es Dios, la trabaje con el agua y el fuego, con la Palabra y el Espíritu. Se trata de entrar en aquello que dice san Pablo: ‘ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí’. Solamente así se puede ser diácono y presbítero en la Iglesia, solo así se puede apacentar al Pueblo de Dios y guiarlo no por nuestros caminos, sino por el camino de Jesús, es más, sobre el camino que es Jesús”. Ciertamente el Seminario es el lugar privilegiado donde se moldea la arcilla y se abre a la acción del Espíritu. Por lo mismo, al tiempo que pedimos al Señor que envíe a su Pueblo dignos  y santos sacerdotes, debemos retomar el esfuerzo de colaborar al máximo para que haya muchos jóvenes formándose en el Seminario del modo más coherente posible para el servicio sacerdotal en los próximos decenios. Sin duda alguna la entrega contagiosa en el ejercicio del ministerio sacerdotal, la unión y ayuda mutua entre los sacerdotes y el apoyo constante e ilusionado a los sacerdotes directamente formadores de los seminaristas, serán factores esenciales en nuestra colaboración para suscitar vocaciones sacerdotales. Los Seminarios de la diócesis han sido y siguen siendo realidades tan importantes como fecundas para nuestra Iglesia diocesana y para numerosos lugares a través de nuestros sacerdotes misioneros.

 

Que Dios os siga acompañando en vuestras respectivas tareas pastorales, en las circunstancias y en la etapa de la vida en que cada uno os encontréis. Vivid con alegría vuestra misión sacerdotal. Manteneos, os lo ruego también, lo más unidos y en comunión que os sea posible. Os encomiendo de verdad a cada uno al Amor de Dios.

 

En Él os bendigo y abrazo.

 

+Fidel

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