Multiaventura, música, fútbol, idiomas, golf, robótica y hasta cocina. La oferta de colonias, campamentos y otras actividades de ocio y tiempo libre para los chavales se multiplica y diversifica de forma exponencial cada verano. En los años previos a la crisis, muchas familias optaron por ese tipo de experiencias, que no siempre encajan en los parámetros de un campamento propiamente dicho. El factor económico tuvo reflejo, sin duda, en el repunte de los campamentos «de toda la vida», los de las parroquias y otros que se organizan en el ámbito asociativo, y es que estos son más ecónomicos. Pero ¿es este un factor decisivo cuando los padres deciden dónde enviar a sus hijos en vacaciones?
Juan José Ángel Madrid, director de Voluntared Escuela Diocesana, una institución que nació hace más de 30 años para capacitar y formar a monitores de tiempo libre, argumenta que quizá las familias buscan algo más cercano, un estilo determinado. «Ahora, –se cuestiona– ¿por la opción de fe? Pues no lo sé. Los padres sí que saben a lo que van, otra cosa es por qué los lleven».
«En los campamentos católicos de nuestras parroquias también incorporamos multiaventura, o robótica, lo uno no quita lo otro, pero lo importante es la forma y el estilo. Lo que importa es la persona, el niño que empieza a descubrir como persona sus capacidades, a ser autónomo… Nosotros a esto le ponemos un apellido, que es tiempo libre educativo. No quiero decir que otros no eduquen, pero no se centran en ello. Estamos para educar, no para entretener, no para pasar el tiempo, no para cubrir una necesidad que la familia tiene para conciliar con el trabajo durante el verano. Si podemos favorecer eso, bien, pero no es el objetivo. Es una actividad más, aunque importante porque son entre 12 y 15 días fuera de casa, dentro de un proceso».
En la misma línea, la directora pedagógica de Voluntared, Idoia Larrea, insiste en que un elemento diferenciador de los campamentos organizados por parroquias, o por algunos movimientos, como el de scouts, es que hay que hacer una lectura en clave de proceso. «No es una actividad puntual en la que tú te sitúas en la lógica del cliente, en la que lo que tú estás haciendo como padre es comprar un servicio. Los padres apostamos por que nuestros hijos estén en este tipo de actividades porque no se limitan a la actividad puntual del verano, sino porque hay un itinerario que se va haciendo a través de la catequesis, en el centro de tiempo libre, o en los grupos, y es un proceso más a largo plazo. Cuando en algún momento los padres nos planteamos comprar un servicio de otro tipo, pues igual que tiene más el componente del idioma, o algo más específico como la robótica, la cocina, estás comprando otro tipo de competencias, más orientadas a los futuros desempeños profesionales de los hijos, tienen un objetivo diferente, y entonces evidentemente el estilo no tiene nada que ver. Aquí estamos hablando de algo mucho más holístico, mucho más integral, la intervención educativa».
ALREDEDOR de 1.700 niños y adolescentes participarán este verano en alguno de los campamentos católicos que se organizan en nuestra diócesis, la mayor parte de ellos (18) parroquiales, y otros promovidos por grupos y movimientos diversos. Algunos cuentan ya con una gran experiencia, como los de algunas parroquias de Gamonal (La Inmaculada y San Pablo los organizan desde hace más de 25 años) o las de Medina y Salas, en la provincia. Otros se están retomando en los últimos años. Y aunque la competencia es fuerte (hoy todo tipo de entidades ofertan actividades de ocio tiempo libre y han proliferado las empresas especializadas), lo cierto es que muchas familias continúan decantándose por los campamentos que se organizan en el ámbito eclesial.
Junto a la centralidad de la persona, Idoia menciona también como clave diferenciadora «la dimensión comunitaria a la hora de socializar a los chavales, ya que en función de cómo se articule el diseño de la actividad puede ser una primera toma de contacto con lo que puede ser una experiencia de participación: asumir responsabilidades, proponer, o sea que, al final, también toda esa parte que tiene que ver más con esa dimensión comunitaria es un elemento que está presente dentro de las actividades que se ofrecen desde las parroquias».
Un proyecto pastoral
Juanjo introduce, además, un tercer factor distintitvo, el más importante: la dimensión trascendente, «que se cuida en todo momento como algo transversal, continuo, desde la mañana, que se empieza con la oración, con una motivación, presentando el día con claves educativas y trascendentes; luego se cuida también en las reuniones de grupos, es decir, qué pinta Dios en todo esto, en cada una las cosas de las que se habla, ya se hable del juego o se hable de la paz, o que se hable de la música. Yo, como persona y como cristiano, ¿qué respuesta tengo que dar, cómo lo tengo que vivir, cómo lo viviría Jesús de Nazaret? Y luego se utilizan en muchos campamentos lo que unos llaman tiempos de silencio, otros tiempo de reflexión, al atardecer del día, que es un momento de encontrarse consigo mismo para sentir, para reflexionar, para que eso que estás viviendo cale. Por la noche se tiene un rato de oración, de dar gracias por el tiempo vivido. Y por supuesto, están las eucaristías los domingos o en cualquier otro momento».
La mayoría de campamentos van dirigidos a niños entre los 7 y 18 años y buena parte de ellos se desarrollan en la provincia, aunque también en otras limítrofes. La media de participantes por tanda ronda los 80 chavales, aunque en algún caso el grupo llega a superar el centenar, comenta el delegado diocesano de Infancia y Juventud, Agustín Burgos. Poco a poco se han ido incluyendo actividades multiaventura, algún día en la playa e incluso algún deporte de riesgo, comenta Agustín, «y en algunos casos la oferta para los no tan niños adquiere rasgos especiales con presencia en otros países (Inglaterra, Francia) que permiten desarrollar la competencia lingüística en otros idiomas y participar en actividades de Iglesia allí».