Reconciliaos con Dios

Mensaje del arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 31 de marzo de 2019.
El arzobispo, confesando en el transcurso de una celebración penitencial.

El arzobispo, confesando en el transcurso de una celebración penitencial.

 

Vamos recorriendo el camino hacia la Pascua y, en la liturgia de este IV domingo de Cuaresma, la 2ª Carta de San Pablo a los fieles de Corinto nos llama a la reconciliación. «Si alguno está en Cristo, dice el Apóstol, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos encargó el ministerio de la reconciliación… Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,17-20). Y en la misma carta insiste: «Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios… Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación» (2Co 6, 1-2). De hecho, en la visión cristiana de la vida habría que decir que cada momento es favorable y cada día es día de salvación, pero la liturgia de la Iglesia refiere estas palabras de un modo especial al tiempo de Cuaresma. Así se entiende en la llamada que el austero rito de la imposición de la ceniza nos dirige al comienzo de este camino de preparación para la Pascua: «Convertíos y creed en el Evangelio».

 

Reconciliación y penitencia son temas de los que hablamos poco entre nosotros. San Juan Pablo II, en su Exhortación Reconciliación y penitencia (1984), ya tomaba nota de ello y nos quería introducir en su verdadero sentido: «hablar de reconciliación y penitencia es, para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, una invitación a volver a encontrar –traducidas al propio lenguaje– las mismas palabras con las que nuestro Salvador y Maestro Jesucristo quiso inaugurar su predicación: ‘Convertíos y creed en el Evangelio’ (Mc 1,15), esto es, acoged la Buena Nueva del amor, de la adopción como hijos de Dios y, en consecuencia, de la fraternidad» (RP,1).

 

El bautismo fue considerado en las comunidades cristianas nacientes como el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Ahora, la llamada a la conversión se nos dirige permanentemente a los bautizados. El gozoso anuncio del Evangelio por parte de Jesús –rostro misericordioso de Dios– va unido a la invitación a la conversión. Jesús nos llama a cambiar el corazón, a hacer un cambio radical en el camino de nuestra vida, para emprender con firmeza el camino del Evangelio. El júbilo del Evangelio sólo puede ser experimentado en la medida en que va transformando a quien lo recibe, a la vez que se deja seducir y atraer por él. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas, sino que expresan la misma realidad. Conversión es ir contracorriente, donde la «corriente» es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal, o en cualquier caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, aspiramos a vivir en serio la vida cristiana, y nos adherimos al Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo, Aquél que se nos ha ofrecido como Camino, Verdad y Vida.

 

La Iglesia sigue llamando a la conversión y proclamando la necesidad de la reconciliación con Dios, que consiste en descubrirle como Padre misericordioso, y acogerse a su amor que es paciente, benigno (cf. 1Cor 13,4) y compasivo. Y lo hace mediante el sacramento del perdón, de la penitencia o reconciliación, acontecimiento de gracia por el que cada bautizado puede experimentar de manera singular que la grandeza del perdón de Dios es más fuerte que el pecado y es para quien lo recibe fuente de gozo y de verdadera paz interior.

 

La Cuaresma es un tiempo fuerte de gracia que se nos ofrece como ocasión de revisión y de salvación. Por ello, quiero invitaros a que en estos días nos reconciliemos con Dios, acercándonos al sacramento del perdón y acogiendo agradecidos el amor misericordioso que Él nos regala. Escribe el apóstol Juan: «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia» (1Jn 1, 8-9).

 

Sigamos caminando hacia la Pascua del Señor, acogiendo de corazón las palabras del Papa en su mensaje para esta Cuaresma: «No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora sobre toda la creación».

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