El arzobispo llama al clero a vivir una comunión real y una fraternidad palpable
El arzobispo, don Fidel Herráez Vegas, ha presidido esta mañana en la Capilla de Santa Tecla la solemne Misa Crismal, concelebrada con el obispo emérito de Jaén, don Ramón del Hoyo López, los abades de Santo Domingo de Silos, dom Lorenzo Maté Sadornil, y de Cardeña, dom Roberto de la Iglesia, y el clero diocesano, que ha renovado sus promesas sacerdotales. En esta eucaristía se han bendecido también los óleos que se utilizarán a lo largo del año para administrar los sacramentos del bautismo y la unción de enfermos y se ha consagrado el santo crisma, que se emplea en el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal y la consagración de basílicas e iglesias.
En su homilía, don Fidel ha hecho cuatro consideraciones. La primera, «la indispensable unión vital con Cristo de cada bautizado, pero sobre todo de los presbíteros»: «Estamos unidos a Él sacramental y ontológicamente, no solamente en nuestras formas externas, sino en nuestro ser, primero en nuestro ser cristiano pero también en nuestro ser sacerdotal. Que en el conjunto de ser y hacer seamos coherentes con lo que realmente somos, existencia sustentada en Él y quehacer diario entregado de verdad a los demás».
Posteriormente, el arzobispo se ha referido a la «importancia decisiva» de la vida sacerdotal en la Iglesia diocesana,y ha planteado una suposición: ¿Qué consecuencias tendría la desaparición de todos los sacerdotes sin ser sustituidos por otros? «Evitando todo planeamiento meramente clerical, sigamos imaginando ¿qué consecuencias, en el anuncio de la Palabra, en la vida sacramental, en la acción caritativa, tendría nuestra desaparición? Pienso que las consecuencias realistas serían gravísimas. Seamos pues, seriamente conscientes y activamente coherentes de la importancia que Dios ha querido que tenga nuestra mediación sacerdotal aquí y ahora».
La tercera consideración que ha expuesto el arzobispo al clero diocesano ha sido que «si estamos unidos realmente por el único sacerdocio y mismo sacerdocio de Jesucristo, es evidentemente coherente que en nuestro ser y hacer vivamos una comunión real y una fraternidad sacerdotal palpable; es lo sacramentalmente coherente. Lo contrario siempre será dolorosamente incoherente».
Por último, ha recordado que «si por la llamada de Dios, y la respuesta de cada uno de nosotros, tenemos comprometida toda nuestra vida cristiana y sacerdotalmente, deberá ser normal afirmar que a pesar de las dificultades que pueden presentarse en nuestro recorrido, lo coherente es que lo vivamos con ilusión y alegría la misión que estamos llevando; es una misión a la que nada menos que Dios mismo nos llamó, Dios mismo nos consagró y Dios mismo nos acompañó, lo normal es que nos acompañen el gozo y la alegría». En consecuencia, ha sugerido, «tendremos que preguntarnos también hasta qué punto nuestras vidas concretas están suscitando vocaciones», tanto para «lo fundamental, para vida cristiana», como para la vida sacerdotal, la vida consagrada. «Nuestras vidas, si son coherentes, tienen que estar suscitando vocaciones. Parece coherente afirmar que la pastoral vocacional ha de tener una de sus referencias importantísimas en la vida misma de nosotros, los sacerdotes. Es una gozosa responsabilidad la que tenemos: responsabilidad pero gozosa; gozosa pero responsabilidad», ha concluido.