El virus entra en clausura: «Gracias al Covid ha surgido una nueva comunidad»

Los monasterios de clausura la archidiócesis sufren también las consecuencias del coronavirus. En algunas comunidades han fallecido varias religiosas por la enfermedad.
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Foto: abadiadesilos.es.

 

No saben cómo, pero lo cierto es que los gruesos muros de sus monasterios y la observancia de la clausura no han bastado para impedir que el coronavirus penetrase en sus comunidades e hiciera mella entre sus miembros. Si ya de por sí están apartados del mundo y del foco mediático, durante la pandemia los monasterios de clausura parecen estar más olvidados que nunca y, sin embargo, también están sufriendo sus desgarradoras consecuencias. Algunos de forma dramática. Además de la caída de ingresos económicos derivados de la ralentización o paralización de sus trabajos, algunas comunidades han sido testigo de la virulencia de un patógeno que se ha llevado por delante incluso vidas humanas. Madre Trinidad, abadesa del Real Monasterio de las Huelgas, aún lamenta el fallecimiento de una hermana el pasado mes de noviembre, cuando la segunda ola de la pandemia se cebó especialmente con la provincia de Burgos. Aunque la finada pudo ser enterrada finalmente en el cementerio del monasterio, lo hizo en soledad, sin funeral, sin capellán y sin estar arropada por sus hermanas de comunidad, confinadas como estaban en sus celdas por un brote que contagió a las 22 moradoras de este cenobio cisterciense: «Fue duro, muy duro. Un día de una tristeza muy grande».

 

«Apenas estuvo dos días en planta», recuerda la abadesa. «Cuando por fin se la llevó la ambulancia ella se sabía ya muy malita y se despidió de nosotras. «El Señor me llama, no sé si volveré»… y no volvió», relata trayendo a la memoria esos días en los que la comunidad contemplativa vivió con incertidumbre una situación inédita, quizás nunca antes vista en este histórico monasterio. «Jamás imaginé que tendríamos que anular el oficio y la misa, que tendríamos que estar separadas y comer cada una en nuestra habitación. Ha sido algo totalmente extraordinario. Cada una rezaba en su celda lo que podía, el Rosario o algunas de las Horas… El Señor conoce nuestra imposibilidad», parece confesar ante él. «Pocas palabras le bastan; entiende todo cuando se lo dices con amor».

 

Aunque nunca lo sabrán a ciencia cierta, Madre Trinidad sospecha que el virus pudo colarse en las Huelgas a través de alguna hermana que visitó al médico o viajó en el autobús durante aquellos días de otoño, pues lo cierto es que el resto de personas vinculadas al Real Monasterio –propiedad de Patrimonio Nacional y en el que trabajan varios empleados– resultó negativo en las pruebas covid. Además de la difunta, otra religiosa tuvo que ser hospitalizada, tres o cuatro experimentaron tos, fiebre y alguna que otra molestia más intensa y la mayoría resultaron asintomáticas. La enfermera fue una de las que peor lo pasó debido al cuidado de las más convalecientes antes de que la comunidad decidiera dividirse en dos grupos para controlar mejor el brote en el monasterio, asesoradas siempre por personal sanitario, que ha dedicado tiempo y mimo a las monjas, que se muestran agradecidas por su atención. «A medida que fuimos mejorando, comenzamos poco a poco a rezar Laudes juntas, aunque seguíamos viendo la misa por televisión y yo distribuía la comunión a las hermanas». También han retomado ya su servicio de lavandería y sus populares trabajos manuales de cerámica.

 

Prácticamente en las mismas fechas, un poco más al oeste, también en la zona sur de la ciudad, el coronavirus entraba de lleno en uno de los monasterios de clausura mas modernos de la capital, el de las Cistercienses de San Bernardo, contagiando a todas las hermanas de la comunidad. Dos religiosas perdieron la vida. El covid despertó a una un cáncer cronificado. En otra, desencadenó una fuerte neumonía. «Fue una etapa muy intensa, pero también de resurrección. Gracias al covid ha surgido una nueva comunidad», indica sor Rosana, maestra de novicias.

 

Cuidado mutuo

 

Las diez mujeres que sobrevivieron aquella dura oleada aseguran ahora que, gracias a la pandemia, han salido más fortalecidas, «la comunidad vive más unida». Rosana asegura que esos días fueron «providenciales» pues la vida de la comunidad nunca se paralizó: «La primera en dar positivo fui yo, que me aislé con las cuatro novicias. Cuando nosotras fuimos dadas de alta, enfermó el resto de la comunidad. Así pudimos cuidarnos unas a otras».

 

«Fue una etapa muy intensa, pero también de resurrección. Gracias al covid ha surgido una nueva comunidad», indica sor Rosana, maestra de novicias del monasterio de San Bernardo.

 

La misma dinámica siguieron en Santo Domingo de Silos, donde un brote de coronavirus invadió el monasterio a finales de enero, contagiando a 20 de sus 24 moradores. Por fortuna, solo dos han necesitado hospitalización y los síntomas leves con los que han cursado la enfermedad ha facilitado que los monjes pudieran cuidarse mutuamente. Con todo, también tuvieron que cerrar el monasterio a las visitas y cancelar su seña de identidad más profunda, la oración litúrgica comunitaria: «Fue una sensación extraña al faltarnos algo fundamental en nuestra vida, como es la celebración coral comunitaria de la alabanza divina; pero lo aceptamos con naturalidad, como cuando un monje está enfermo, y en una situación de pandemia con mayor razón sabiendo que todas las medidas se encaminaban a preservar la salud de los miembros de la comunidad. Clausurar los actos comunitarios de oración no equivale a clausurar la celebración de las alabanzas del Señor; hemos celebrado el oficio divino de forma individual, pero sin dejar de sentirnos comunidad, de sentirnos Iglesia», relata su abad, Lorenzo Maté.

 

Él, junto a la abadesa de las Huelgas, indican que su mayor preocupación ha sido la de velar por la salud y la prosperidad de sus respectivas comunidades de clausura: «Personalmente lo he vivido desde la confianza y desde la fe. Me ha preocupado especialmente la salud de los monjes ancianos; pues, aunque los síntomas fueran leves, el desconocer cómo evolucionaría el contagio no dejaba de preocuparme». Madre Trinidad, por su parte, apostilla: «No sabía a que agarrarme, y pedía que no se me fuera nadie, que tengo que estar con ellas…». Una dura experiencia de la que desean salir cuanto antes: «Que el virus no vuelva por aquí, que harto hemos pasado ya…».

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