«Mi tarea es ser una ‘esponja pastoral’»

La archidiócesis cuenta con 511 misioneros. En el día del Domund, hablamos con Javier Martínez, para quien la misión le ha ayudado a ser un sacerdote «más sensible a los problemas de la gente».

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La archidiócesis de Burgos cuenta a día de hoy con 511 misioneros en activo, repartidos en 64 países. Es cierto que la media de edad –76 años– es cada vez más elevada y que muchos regresan a su tierra después de haber desgastado la vida anunciando el evangelio en los cinco continentes. Otros están de paso a la espera de que su salud mejore para volver a marchar a la misión. Javier Martínez Moradillo es uno de ellos. Actualmente reza con intensidad el «hágase tu voluntad» del Padrenuestro con la idea de «vencer» el «bicho malo que tiene dentro» y poder regresar a la América Latina que «tantísimo le ha dado» y donde ejerce su ministerio desde 1978. 

 

Moradillo –como muchos le conocen– fue de los primeros sacerdotes diocesanos en marchar a la misión. Apenas cuatro años después de su ordenación, partió con los sacerdotes de la OCSHA (la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana) a Gutemala, donde estuvo más de 25 años. En 2003 saltó a Cuba, donde estuvo hasta finales de 2019, cuando volvió a España buscando unos días de descanso. La pandemia frenó su regreso a la isla –las autoridades le sugirieron «sutilmente» que no volviera– pero su afán misionero le empujó de nuevo a Honduras, donde trabaja en la actualidad. Reside en La Lima, una ciudad de la diócesis de San Pedro Sula con 100.000 habitantes y con apenas un tercio del clero con el que cuenta la archidiócesis de Burgos. 

 

«Yo admiro a los curas que están aquí, atendiendo tantos pueblos y tantas celebraciones, sobre todo los fines de semana, con el coche todo el día de un lado para otro. Pero yo siento que soy más útil allí que aquí», explica. Tras toda una vida al otro lado del charco, Javier reconoce que la pastoral de Occidente es totalmente diferente a la que él realiza, donde «el consumismo y el relativismo aún no han arraigado» y donde existe todavía un fuerte rescoldo de la religiosidad popular. «Me gusta estar con la gente y charlar, porque allí la gente te busca para charlar y todo el mundo te recibe en su casa, hasta los protestantes». Su jornada se reparte entre visitar enfermos y distribuirles la comunión, realizar actividades sociales –ha puesto en marcha una nueva clínica médica–, visitar colegios… «Eso aquí es impensable, la gente está muy ocupada y no tiene tiempo para recibirte. No sé cómo se podrá llevar aquí eso del primer anuncio, porque la gente no tiene tiempo para escucharte. Yo estoy más cómodo allí», defiende. 

 

Reconoce que la situación económica, política y cultural de Honduras no es halagüeña y que «las quejas y los lamentos» de sus fieles por la situación educativa, sanitaria y política es contínua. «Ellos te cuentan tu vida y tú tienes que invertir en ellas tu tiempo. A veces no puedes hacer nada, pero puedes escuchar y acompañar. Mi tarea es ser una esponja pastoral». 

 

Escucha y denuncia

 

Además de la escucha, Moradillo sostiene que su trabajo también es el de despertar, en cierta medida, de la anestesia o resignación con la que la gente se ha habituado a la corrupción, la violencia, las mafias y la impunidad: «Todos los meses sale una caravana de Honduras y muchos emigran a pie atravesando Guatemala y México hasta Estados Unidos buscando el sueño americano. La obsesión de los cubanos, por ejemplo, es huir del país», explica. Por no hablar de la extorsión, el tráfico de armas y el sicariato, estilo de vida de las maras y otros grupos guerrilleros. 

 

Pero en medio de la oscuridad, él desea «ser sal y luz», ser capaz de «sentir lástima y ser más sensible a los problemas de la gente y tener un corazón más humano». Asegura que la misión «me ha dado muchísimo más de lo que yo he podido dar» y está «muy agradecido a Dios», porque todo lo vivido le ha «ayudado a ser mejor sacerdote» y denunciar las atrodicades que sufren las gentes de aquellas zonas: «A veces me han llamado guerrillero, y en Cuba me decían contrarrevolucionario, pero mis ideas nunca han cambiado y yo siempre he sido el mismo, el cura que ha querido estar al lado de los problemas de la gente». «La situación allí te facilita oler a oveja e implicarte con ellos y sus dificultades», revela. 

 

Moradillo siente preocupación por que el secularismo, el capitalismo y el relativismo que atenazan Europa «están entrando a saco» en América y el «use, goce y tire» está empezando a ser una constante. Sostiene por ello que la Iglesia tiene que dar «la batalla cultural» y que es necesaria la conversión personal allí y aquí para ser auténticos misioneros: «Deberíamos ser capaces de convertirnos en un interrogante para toda la sociedad».

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