Tiempo libre… para evangelizar

Más de 1.600 niños y jóvenes participan en alguna de las 30 actividades de ocio y tiempo que organizan parroquias y entidades de Iglesia durante este verano.
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Preparar un campamento no es tarea fácil. Además de disponer de un equipo cualificado de monitores y un plan educativo a desarrollar, la burocracia y el papeleo son cada vez más rigurosos. En Castilla y León se exigen titulaciones, protocolos para la creación de espacios y actividades seguras con especial protección hacia los menores, planes de evacuación y hasta proyectos para disminuir el impacto ambiental en el desarrollo de estas actividades, tan típicas del verano. Es normal, por tanto, que estas propuestas tiendan a profesionalizarse y que la oferta de campamentos sea cada vez más amplia. De hecho, crece cada año el número de empresas privadas y entidades públicas que los ponen en práctica. Sólo en Castilla y León se desarrollaron el año pasado más de 1.000 campamentos, 176 de ellos en la provincia de Burgos, según datos facilitados por la consejería de Juventud de la Junta de Castilla y León.

 

Con todo, y a diferencia de lo que ha ocurrido con los centros de tiempo libre o incluso la liga de fútbol, que antes lideraban las parroquias, los campamentos de verano siguen brillando como una de las propuestas estrellas de muchas entidades eclesiales. Este año suman un total de treinta los organizados por parroquias (algunas de ellas realizan hasta dos e incluso tres), arciprestazgos y otros organismos diocesanos, como Voluntared, que ha desarrollado cinco campamentos urbanos en el colegio de los Jesuitas y otro más con pernoctación en Santibáñez Zarzaguda. «No nos importa tanto lo que hacemos sino cómo lo hacemos. En nuestros campamentos no hay tirolinas ni cosas espectaculares, no estamos preocupados en lo que ofrecemos, sino en el modo en que hacemos las cosas», explica Esther Catalina, del equipo directivo de Voluntared. «Nuestra forma de mirar a los niños, de estar con ellos, de acompañar, de acoger, dice mucho de los campamentos parroquiales y esa es nuestra diferencia respecto a otras propuestas».

 

Para Catalina, la apuesta de las parroquias por estos campamentos no debe perderse, pues en muchas ocasiones suponen el punto culminante de los procesos catequéticos desarrollados durante el curso y el punto de arranque del sucesivo. En los de este verano, trabajarán cerca de 300 monitores, casi la mitad con su titulación oficial correspondiente. Algunos son catequistas, otros, viejos acampados que desean continuar con la estela aprendida en aquellos nostálgicos días de verano en los que participaron. Su motivación es distinta a los que buscan una remuneración económica: «No vamos sólo a entretener a los chavales, sino a ayudarles a conocerse, convivir, aprender», «a encontrarse con la naturaleza y con Dios», señala Esther.

 


Casi 300 monitores (prácticamente la mitad con la titulación oficial correspondiente) y más de 20 voluntarios para los equipos de cocina y logística se encargarán este verano de llevar a cabo la treintena de campamentos que organizan parroquias y entidades diocesanas, como Voluntared o el Seminario de San José. 

En total, más de 1.600 niños a los que habría que sumar otros 180 jóvenes participarán en actividades de tiempo libre entre las que, además de los habituales campamentos, se encuentran campos de trabajo, trayectos por el Camino de Santiago o convivencias con toda la familia. También hay campamentos urbanos, como los que se ofertan desde Villarcayo para la comarca, en la que se ofrecen alternativas de ocio a más de un centenar de niños, ayudando de esta manera a la conciliación familiar.


Por eso, es vital la formación de los monitores, razón de ser de Voluntared – Escuela Diocesana para la educación de animadores de juventud. «Para los niños no todo vale. Muchas veces funcionamos desde el buenismo, pero cuanto más formados, cuanto más cualificados estemos en los procesos de acompañamiento, nuestra función será más eficaz. La acogida, el acompañamiento a las familias, el estar presente para ellos… son matices sutiles que marcan la diferencia» y que desde la escuela desean trasladar a los futuros monitores que en ella se forman.

 

Por sus aulas han pasado 160 alumnos durante este 2024, el 30% procedente de parroquias, que se han tomado en serio la formación de sus voluntarios en la educación del tiempo libre. Su perfil es diferente al de otros monitores, «son personas creyentes que quieren acompañar procesos de maduración y crecimiento en los chavales» y para quienes la Escuela Diocesana, además de impartir las materias exigidas por la Junta de Castilla y León, ofrece otras que trabajan habilidades sociales, la interioridad, ayudar a vivir momentos de silencio, de búsqueda o cómo acompañar la escucha activa de los chavales.

 

Menos tecnología, más Dios

 

De hecho, uno de los objetivos de los campamentos es que los niños «no se enganchen a las nuevas tecnologías», un ‘pecado’ habitual cuando el tiempo libre se hace más extenso. «La convivencia, estar en contacto entre iguales y posibilitar el encuentro con la naturaleza ayuda a que los niños crezcan en habilidades personales». Y es que «la diversión no solo se encuentra en una tablet o en un teléfono móvil».

 

Es más, como señala Catalina, la naturaleza, el cuidado de la Casa Común, el ocio y la diversión también son lugares clave para lograr la evangelización de niños y jóvenes. De esta manera, los campamentos también pueden «ser un primer anuncio importante para acercar a los menores a Dios». «El evangelio viviente es lo que motiva, lo que convence y refuerza el encuentro con Dios. Con monitores motivados para esta tarea, podemos ser reflejo del amor de Dios que queremos transmitir».

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