Cerca de 35 personas del arciprestazgo de San Juan de Ortega han celebrado este sábado, 14 de junio, el Día del Arciprestazgo en el santuario dedicado al santo burgalés. Allí, han tenido ocasión de ganar el jubileo, dado que el santuario es templo jubilar de la archidiócesis en el año santo Peregrinos de Esperanza.
Allí, los asistentes, llegado desde todos los puntos del arciprestazgo, han tenido la ocasión de participar en la celebración eucarística presidida por el arcipreste, Heriberto García Gutiérrez.
Tras la misa, los participantes han comido, compartiendo lo llevado al santuario y, tras la comida, el párroco del santuario, Andrés Picón Picón, les ha preparado una visita turística al santuario de San Juan de Ortega, antes de concluir con el rezo cantado de la salve.
El día se ha convertido en una jornada fraterna en la que los participantes han tenido la ocasión de conocerse, compartiendo necesidades y aportando colaboraciones entre las distintas realidades del arciprestazgo.
Este domingo, 15 de junio, el arciprestazgo de Amaya ha celebrado «su día» en Sasamón, pueblo que tiene en la archidiócesis uno de los templos jubilares del año santo Peregrinos de Esperanza, por ser una de las sedes episcopales que tuvo la provincia de Burgos hasta su asentamiento definitivo en la ciudad hace ahora 950 años.
La celebración comenzó a las 18:00h, con el rezo de las vísperas en la iglesia. A continuación, los cerca de 60 participantes, llegados de todos los puntos del arciprestazgo, realizaron una procesión por el claustro del templo con una imagen de la Virgen.
Concluida la procesión, los asistentes acudieron a los soportales del Ayuntamiento de Sasamón, donde disfrutaron de un rato de convivencia, amenizados por los dulzaineros de Castrillo de Murcia.
Un buen grupo de voluntarios de Cáritas Arciprestal de Burgos-Gamonal ha disfrutado los días 9 y 10 de junio de un merecido descanso por tierras asturianas, gallegas y leonesas.
El viaje comenzó a las 7:00h del lunes, 9 de junio, con dirección a Gijón, donde la guía les ha mostrado el encanto de esta ciudad asturiana, comenzando con la espectacular Universidad Laboral y siguiendo por su puerto y la plaza del Ayuntamiento.
Por la tarde iniciaron el viaje a Mondoñedo (Lugo). Allí les esperaba el obispo de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, Mons. Fernando García Cadiñanos, muy querido por los voluntarios y técnicos ya que, antes de ser obispo, fue durante unos años delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Burgos.
Después del emotivo encuentro, Mons. García-Cadiñanos les mostró la catedral basílica de la Virgen de la Asunción que recibe el sobrenombre de «la Catedral arrodillada» por su escasa altura, y les regaló un tour por el precioso municipio y su rica tradición artesanal.
A la interesante visita, le siguió la celebración de la eucaristía, momento intenso de acción de gracias por todo lo vivido y compartido durante el curso.
Al día siguiente, los voluntarios de Cáritas Arciprestal de Burgos-Gamonal continuaron su viaje dirección Lugo, donde visitaron su preciosa Catedral y pasearon por su casco antiguo y la famosa muralla romana.
Después de degustar el tradicional cocido maragato en Castrillo de los Polvazares, el viaje finalizó con un recorrido por las históricas calles de Astorga.
Día de fiesta para la archidiócesis de Burgos, que este domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad, ha celebrado la ordenación de dos nuevos sacerdotes, que engrosan el presbiterio de la archidiócesis. Se trata de Guillermo Pérez Rubio, formado en el Seminario Diocesano de San José, y del monje Fr. Enrique García Malo ECMC, del Yermo Camaldulense de Nuestra Señora de Herrera.
El altar mayor de la catedral de Burgos ha acogido la ceremonia de ordenación, que ha presidido Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, y que ha concelebrado gran parte del presbiterio diocesano, junto a algunos miembros de la comunidad camaldulense.
«Sacerdotes creíbles y ejemplares»
«Vivimos en el seno amoroso de Dios», ha recordado el arzobispo al inicio de su homilía. Ha afirmado que «la vida cristiana es, antes que comprometerse, recibir», y ha advertido contra el riesgo de pensar que uno puede alcanzar su plenitud por sí mismo: «El gran error de hoy es vivir como si no necesitáramos el amor de Dios».
Mons. Iceta ha centrado parte de su reflexión en el sacerdocio como don recibido y entregado, especialmente en su relación con la Eucaristía. «No hay Iglesia sin Eucaristía», ha insistido, recordando que «la Eucaristía es el centro, fuente y culmen de la vida cristiana», y que «nada puede sustituirla». Ha lamentado que la falta de sacerdotes impida en ocasiones su celebración en todos los pueblos de la archidiócesis.
A los nuevos ordenados les ha pedido ser «sacerdotes creíbles y ejemplares en la conciencia de su propia fragilidad», como ha exhortado recientemente el papa León XIV, y evitar caer en la tentación del protagonismo o la autorreferencialidad: «El Señor no se fía de nuestras fuerzas, sino de nuestra disponibilidad». Añadió que «el pueblo de Dios no nos pertenece: somos sus servidores, para lavar sus pies».
También ha subrayado la importancia de la fraternidad sacerdotal y de la vida espiritual como sostén del ministerio. «La primera reacción ante la dificultad no debe ser encerrarse», ha advertido. «Lo que puede salvarnos es la gracia de Dios y la ayuda de los hermanos».
El arzobispo ha alentado a los ordenandos a ser «ministros de la esperanza», capaces de mirar la realidad «bajo el signo de la reconciliación» y no con criterios meramente humanos. «Para Dios nada hay perdido», ha dicho, y ha animado a vivir el ministerio como un testimonio profético ante los desafíos del mundo de hoy.
Finalmente, ha confiado el camino de los nuevos presbíteros a la Virgen María, «madre de los sacerdotes», y ha pedido que, como ella, aprendan a recibir el don de Cristo y a ofrecerlo con fidelidad y humildad.
Con la imposición de manos y la oración consagratoria, los dos ordenados han recibido el segundo grado del Orden Sacerdotal. Los sacerdotes concelebrantes les han impuesto las manos también. El rito de ordenación ha concluido cuando los dos ordenandos se han revestido con la casulla y sus manos han sido ungidas con el Santo Crisma.
Tras la celebración eucarística, los fieles que han acudido han podido besar las manos de los nuevos sacerdotes.
La liturgia de la Iglesia conmemora hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio más insondable de nuestra fe, la comunión de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que realizan la afirmación de la Sagrada Escritura: Dios es Amor.
El Dios Amor, Comunión de las Tres Personas, es el sello indeleble más profundo de la vida del cristiano, el misterio de Dios en sí mismo, la fuente de los demás misterios de la fe. La Santísima Trinidad «es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe», afirma el número 234 del Catecismo de la Iglesia Católica. Porque toda la historia de la salvación «no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo».
San Juan de la Cruz escribía, en su Cántico Espiritual, que el mirar de Dios es amar (cf. Comentario a la Canción XXXII). Un amor que brota de la mirada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pues Dios nos impulsa a vivir con y para los demás.
E igual que la Trinidad, con el gesto de la cruz, nos enseña a vivir a imagen de Dios, esta solemnidad recuerda, de un modo especial, a quienes contemplan el mundo con la mirada de Dios, aquellos que rezan por la Iglesia y por el mundo: los religiosos de vida contemplativa.
Este día de la Vida Contemplativa es una acción de gracias por tantas vidas entregadas sin descanso a la alabanza trinitaria. Es un recuerdo para esos hermanos y hermanas que, cada uno según la propia vocación que Dios les ha regalado, son testimonios vivos y ofrendas derramadas postradas por entero al ejercicio de la caridad. Esta mañana tendré la dicha de presidir los votos solemnes de una hermana de Iesu Communio y por la tarde, en nuestra catedral ordenaré sacerdote a un hermano de la Camáldula de Herrera junto con un sacerdote diocesano. Todos ellos un auténtico regalo de Dios para nuestra Iglesia diocesana.
La jornada Pro Orantibus fija su mirada en tantos rostros desconocidos para el mundo que, atraídos por el amor de Dios, contemplan cada detalle con la misma mirada que a ellos les mira: amando cada silencio, cada esperanza, cada grito, cada lágrima, cada consuelo, cada anhelo, cada plegaria, cada emoción, cada tristeza y cada herida.
Los contemplativos, con la ofrenda de sus vidas, no son llamas autónomas que alumbran cuando sólo quedan desiertos sin luz; son una llama perpetua en la comunión de la Iglesia y para todo el mundo que mantiene despierta la luz de la esperanza, de la fe y de la intercesión ante Dios. En vela, siempre en vela, como faros que brotan del corazón de Dios para llevar a todos hasta Él.
Queridas comunidades contemplativas: oramos para que el amor entrañable que donáis generosamente a través de vuestro carisma, coseche abundantes frutos, resuene allí donde más hiere la soledad y viva cada día la alegría de Dios Amor, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ataviados con el costal de la oración, el silencio fecundo y la soledad habitada, dais testimonio de un Amor que nunca se apaga y siempre nos envuelve, prestáis vuestras vidas y transformáis la humanidad desde vuestros monasterios, poblando las manos de Dios de nombres, rostros e historias. Y el Señor, como roca de la eternidad (cf. Is 26, 4) conoce lo más profundo de vuestro corazón y vuestra entrega.
Ponemos vuestras vidas al abrigo del amor de la Virgen María, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu, para que Ella os ayude a testimoniar –en cada gesto, en cada silencio y en cada oración– el misterio del amor de Dios.