In memoriam Pablo del Olmo Amo

por administrador,

Hay textos que uno, nunca, quisiera tener que escribir; noticias que, nunca, desearía tener que trasmitir, papeles que, nunca, quisiera tener que firmar: la muerte de un maestro, de un amigo, de un hermano. Pero, la realidad se impone. Y, hoy, tengo que escribir, comunicar y firmar: ¡D. Pablo del Olmo ha muerto!.Con su muerte, se pierde un testigo cualificado de la historia de la Iglesia, en Burgos, en los últimos sesenta años. También, por paralelismo, de la historia civil. Me atrevería a decir que nadie como él ha vivido tan cerca los acontecimientos que han jalonado nuestro devenir como pueblo.

Buen sacerdote, hombre recio, tenaz, austero, de fe, forjada en un pueblo, Padilla de Abajo, y por tanto, sencilla, auténtica y firme. Amigo del que te podías fiar. Así lo entendieron los cinco Obispos con los que él, en fidelidad, lealtad y silencio, tan estrechamente, colaboró.

Hombre inteligente, con una memoria prodigiosa, conservada hasta los últimos minutos de vida; comprometido con y abierto a los grandes valores que están más allá del conservador perezoso y del progre imprudente, distinguiendo siempre lo permanente y lo temporal. Fiel a la verdad y a la misión recibida. Equilibrado, sensato y honrado. Sabiendo estar, siempre, tanto al decir como al callar. Ni una palabra de más, ni fuera de tono, sinceramente atento y delicado. Cuando, estosdías, hablábamos de tantas cosas, pensaba la cantidad de secretos que este hombre se lleva y lo mucho que habrían dado algunos por conocer sólo una parte.

D. Pablo se nos ha marchado. Conociéndole, estoy convencido que, por fin, habrá encontrado a Aquél con quien únicamente podía compartir las preocupaciones que tenía que sufrir en silencio. Por eso, aunque se nos ha ido, sabemos que no es así, que ahora, desde la otra orilla, está más cerca de nosotros y ahora, de nuevo, nos va a acompañar y a ayudar en nuestro caminar como Iglesia y sociedad de Burgos. Sabemos que, desde la otra parte del altar, concelebrará con los sacerdotes de esta Diócesis a los que él tan bien conocía, mucho quería y a los que muy mucho ayudó.

¡Maestro, Amigo, Hermano Pablo!

¡Descansa en paz!

Jesús Yusta Sainz

In memoriam José María Herrera

por administrador,

Hay personas cuya sencillez, sinceridad y simpatía hacen que sientas gozo en su compañía. Una de esas personas nos ha dejado, José María Herrera. No temo equivocarme que habrá pocos en la Provincia de Burgos que conozcan, por nombre y apellidos, a tantas personas como José María. Ir con él, andando, a algún sitio, era cosa imposible, exponerte a no llegar al destino pues a todo el mundo tenía que saludar y pasar lista a toda la familia.
Vivió en Brizuela, Fresno de Río Tirón, Santa María del Campo, Las Quintanillas. En todos ellos dejó grandes amigos, más aún pero conocía y compartía con los de los pueblos vecinos. Este cura alegre, brutalmente sincero, de pueblo, como le gustaba decir a él, nos ha dejado. Así, sin más. El día de Reyes dejaba de comunicarse. Ayer moría. ¡Descansa en paz!

En nuestro mundo del anonimato, de las prisas, del aparentar, del aspirar a “estar más arriba” ser servidos y adulados, para que nos aprecien y valoren, más por el tener que peor el ser, la partida de José María es un vacío difícil de llenar. Esta tarde en el Tanatorio he podido comprender cuántos y cómo le querían. Al ver esto uno se anima a ser cura. Sí eso que hoy no se lleva pero que a la postre resulta imprescindible porque, el cura, los buenos curas como José María, son los que escuchan, los que, conservando su identidad, se hacen uno con los últimos, y, al final, últimos y necesitados somos todos. Por eso, José María sabía estar con todos porque a todos, a todos, tenía algo que ofrecer, ese algo, mejor Alguién por el que un 21 de Diciembre de 1963 apostó y que hoy, seguro, ha salido a su encuentro, con los brazos abiertos: “José María, siervo bueno fiel y prudente, pasa al Banquete de tu Señor”.
Descansa en paz.

Jesús Yusta Sainz

In memoriam D. Nicolás López Martínez

por administrador,

¡Gracias! Esta es la última palabra que esta mañana, en la lucha fatigosa entre la vida y la muerte, en medio de un dolor espantoso, me balbuceaba, por dos veces. Poco después lo temido se confirmaba: D. Nicolás ha muerto.

Burgos, ciudad, provincia, Diócesis, han perdido uno de sus grandes hombres. Nacido, pronto iba a hacer 81 años, en la ciudad de los Condestables de Castilla, su Medina de Pomar; los años de formación en el Seminario de Burgos y en la Universidad Pontificia de Salamanca modelaron a un intelectual riguroso en el pensar, brillante en el decir, elegante y meticuloso al escribir.

Profesor a los 25 años, por sus aulas hemos pasado tres generaciones de sacerdotes. Todos le recordamos con cariño y respeto. Todos hemos “sufrido” aquellos exámenes orales en los que D. Nicolás intentaba adivinar lo que uno sabía o ignoraba. Profesor, de lejos, aparentemente, distante; en la cercanía, un sentimental. Aquél sabio, en tantas materias, se convertía en un hombre sencillo que gozaba contando sus aventuras o sus contactos con cardenales, obispos, hombres de estado, políticos, o, hablando de algo tan prosaico, para él una pasión, como es la pesca o las setas, aquí siempre él había encontrado la pieza mayor.

Investigador riguroso, escrupuloso a la hora de corregir pruebas, conocedor, como pocos de todas las posibilidades del lenguaje. Asistió como perito al Concilio Vaticano II; heredamos su mucho y bien hacer en la Facultad de Teología, en la Academia Fernán González, en la Hermandad médico-famacéutica “San Cosme y San Damián”, sus muchos escritos sobre la Catedral, Santa Casilda, San Juan de Ortega y otros muchos temas históricos y teológicos, sus colaboraciones en RNE: “¡Buenos días nos de Dios!”…. Dialogar con él, mejor, escucharle, una gozada, conocía, de memoria, capítulos enteros del Quijote, hace unos días, en la clínica me repitió unas páginas que, recitadas por él, ganaban en belleza. Del Quijote, me confesó, aprendió esa antología de adjetivos que solía colocar en el momento justo.

Le gustaba sorprender, a veces, te llamaba por teléfono o escribía una dedicatoria en un libro que te dejaba sin palabras, “Jesús, con estos detalles uno es consciente de que existe”. Claro que el mismo tono lo usaba para el ataque, no me hubiera gustado ser su blanco.

D. Nicolás. Usted esta mañana me daba las gracias. Esta tarde, haciéndome eco de muchos que tanto le debemos, en justicia ¡Gracias!
¡Descanse en paz!

Jesús Yusta Sainz

In memoriam D. Teodoro

por administrador,

D. Teodoro, nuestro obispo (1982-1992), ha muerto. La muerte de un padre siempre es dolorosa. Los cristianos el dolor lo vemos mermado gracias a la fe: memoria de la Resurrección de Cristo, que garantiza la esperanza de un futuro plenificador, preparado en un presente vivido en el amor.

Era el primer domingo de Adviento de año 1982 cuando D. Teodoro entraba en nuestra Diócesis; venía de la vecina Osma-Soria, ese día, así nos lo recordaba en su homilía, comenzaba a regir en la Iglesia universal un nuevo Código de derecho canónico. Esa fue precisamente su primera tarea dar a conocer las nuevas normas eclesiásticas.

Luego vendría su división de la Diócesis en zonas pastorales para responder mejor a aquella situación. Notable su deseo de conocer y estar cercano a todos.
Cercanía que llegaba a los mínimos detalles. Las manos rotas para repartir lo que tenía; recuerdo estando estudiando en Roma, como todo estudiante con las reservas financieras muy justas, precisamente por estas fechas llegó él.., nunca olvidaré aquellas liras que me dejó envueltas en un sobre de dulces.

Podríamos contar muchas cosas buenas de D. Teodoro. Sin duda, la que a todos nos ha dejado asombrados ha sido su silencio, su soledad, su prudencia, desde que pasó a ser emérito. En este tiempo, escaso en homilías, su silencio ha sido elocuente, ejemplar y fecundo.
Un abrazo, D. Teodoro.
¡Gracias!
¡Descanse en paz!.

Jesús Yusta Sainz