Vigilia Pascual

Catedral, 20 abril 2014

Hace ahora cuarenta días -el primer domingo de Cuaresma-, este grupo de catecúmenos vino a esta misma capilla de la catedral a pedir oficialmente el bautismo, la confirmación y la primera comunión. Yo, como Pastor de la diócesis y en nombre de la Iglesia, accedí gustosísimo a la petición y les dije que les administraría esos sacramentos la próxima Vigilia Pascual.

Pues bien, ese momento ha llegado, porque ahora estamos celebrando la Vigilia Pascual. Dentro de unos minutos, yo tendré la inmensa alegría de haceros cristianos y vosotros tendréis el gozo inmenso de ser y sentiros hijos de Dios. Gracias al Bautismo morirá en vosotros ese hombre y esa mujer que san Pablo llama “viejo”. Porque es el resultado del pecado original que contraemos al ser engendrados y de los pecados que habéis cometido desde que tenéis uso de razón: orgullo, egoísmo, vanidad, pereza, lujuria, mentiras, malos pensamientos y deseos, malas acciones, etc. Las aguas del Bautismo serán como las aguas del diluvio: destruirán ese “hombre viejo”.

Pero no sólo tendrán ese efecto negativo. Al contrario, crearán en vosotros lo que san Pablo llamaba el “hombre nuevo”. Es decir, un hombre y una mujer adornados con la gracia santificante, con las virtudes de la fe, esperanza y caridad, con la filiación divina, con los dones del Espíritu Santo, en una palabra: convertidos en otros cristos. Eso es lo que simboliza el vestido blanco que os entregaré después del Bautismo. Cuando salgáis de esta celebración, habréis nacido de nuevo, no a la vida natural sino a la vida de Dios. Por eso, saldréis convertidos en hijos de Dios. Vuestra alma se parecerá a un hierro encendido, incandescente, que, sin dejar de ser hierro, quema como el fuego. Así vosotros, sin dejar de ser hombres y mujeres, seréis hijos de Dios. Y, por eso, miembros de su familia, que es la Iglesia.

Nosotros –los ya bautizados- os acogemos como verdaderos hermanos y sentimos ahora una inmensa alegría. La misma que experimenta una familia cuando nacen nuevos hijos. Igual que nosotros, recibiréis de Jesucristo y de la Iglesia la misión de darle a conocer a los que no le conocen y hacerle amar a los que no le aman. Eso es lo que simboliza el cirio encendido que os entregaré, después de haberlo encendido en el Cirio Pascual, que es símbolo de Jesucristo resucitado. Eso lo haréis, sobre todo, con vuestro modo de comportaros, que tiene que ser reflejo de la nueva vida que hoy recibís. También con vuestra palabra; pero sobre todo, con vuestro ejemplo.

Sin embargo, no habéis llegado todavía a la meta. Ninguno de los aquí presentes ha llegado todavía. Llegaremos el día de nuestra muerte. Por eso, desde hoy tendréis que aumentar y robustecer la vida que ahora recibís. Para ello, es imprescindible que cada domingo participéis en la misa con la comunidad parroquial, que leáis a diario el Evangelio, que comulguéis con frecuencia si estáis en las debidas condiciones, que recéis a la Virgen al acostaros y al levantaros, que tengáis amigos cristianos que os ayuden en las dificultades que encontraréis, como las encontramos nosotros, y que améis a todas las personas que se crucen en vuestra vida, especialmente a los pobres y necesitados.

Ahora quiero dirigirme a los que ya sois cristianos. Estos catecúmenos necesitan que les acompañemos. Ante todo, los catequistas y padrinos. Los catequistas les habéis acompañado a lo largo de su largo itinerario. Jesucristo y la Iglesia –y yo mismo- os lo agradecen de verdad. Ahora tenéis que seguir haciéndolo: con vuestra cercanía, con vuestra amistad, con vuestro consejo y con vuestra oración. Necesitan del cuidado que necesita un niño recién nacido. Ahora tendréis que introducirles poco a poco en la vida y costumbres que tenemos los cristianos. ¡Qué tarea más hermosa! Yo agradezco profundamente todo lo que habéis hecho, y pongo en vuestras manos estas nuevas creaturas.

Los demás cristianos aquí presentes tenéis también vuestra misión. Me parece que lo mejor que podéis hacer por ellos es darles buen ejemplo de vida cristiana. Por eso, el bautismo de estos catecúmenos es una fuerte llamada del Señor a renovaros, interior y exteriormente. Dadles también vuestro cariño humano y acompañadles con vuestra oración. Pedid que perseveren en el buen camino que hoy han comenzado.

Queridos todos: demos gracias a Dios, porque es quien nos lo da todo y se lo da a estos catecúmenos. Demos gracias a Jesucristo que con su muerte y resurrección nos ha salvado y con sus sacramentos ha hecho posible que esa salvación llegue a cada uno de nosotros. Demos gracias al Espíritu Santo por toda la labor que ha realizado y seguirá realizando en ellos. Celebremos todos la Pascua de Cristo, y aspiremos a las cosas de arriba, no a las de la tierra.

Que la Santísima Virgen, que Jesucristo nos dio como Madre al pie de la Cruz, cubra con su manto maternal a estos nuevos cristianos y a todos nosotros.

Y ahora, dispongámonos ya para los sacramentos de la Iniciación cristiana.

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