Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Catedral, 22 junio 2014

Al celebrar este año la solemnidad del Corpus Christi hay dos mensajes sobre los que me gustaría decir una palabra: el mensaje de la fiesta y el mensaje de la caridad. El mensaje de la fiesta es el más importante, porque es la raíz y la fuente. Pues si no reconocemos y vivimos  la presencia de Jesús en la Eucaristía, la unidad se queda en mero deseo y la caridad se rebaja a filantropía.

Recordemos, por tanto, el mensaje de la fiesta. Cuando el papa Urbano IV la instituyó, en 1264, quiso hacer suyo el clamor del pueblo cristiano, que deseaba honrar de modo especial la verdad de la presencia de Jesús entre nosotros. El pueblo fiel, en efecto, un siglo antes había reaccionado contra la posición del canónigo de Tours, Berengario, que negaba la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo y ponía en serio riesgo la presencia real, quedándose en una presencia simbólica.

El pueblo –junto con sus pastores- creó una corriente muy poderosa para promocionar el culto eucarístico fuera de la misa. La monja Juliana de Cornillón, de Lieja, en Bélgica, fue más lejos y promovió la creación de una fiesta solemne para honrar la presencia de Jesús en la Eucaristía. Y el Papa Urbano IV, que la había conocido en Lieja, donde fue canónigo arcediano, una vez elegido papa la instituyó para toda la Iglesia. Su muerte, dos meses después de firmar la Bula Transiturus –en la que instituía el Corpus para toda la Iglesia-, hizo que fuese el papa Clemente V, en 1342, el que la extendiese de hecho a toda la Iglesia.

La liturgia de este día no se cansa de cantar la presencia real de Jesucristo. “Ave, verum corpus, natum ex María Virgine” (Salve, cuerpo verdadero nacido de la Virgen María). Pange lingua gloriosi corporis mysterium, (Canta, lengua, el Sacramento glorioso del Cuerpo y de la Sangre del Señor), “Adoro te, devote, latens deitas” (Te adoro con devoción, Dios escondido), “Tantum ergo sacramentum” (Veneremos, pues, postrados, tan grande Sacramento). El pueblo cristiano canta hoy en todas las calles y plazas de España: “Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí”. Sí, Dios está aquí hecho verdadero hombre por nosotros. En la Eucaristía no está una idea, una fotografía, un símbolo, una fuerza de Jesucristo. No. Está el mismo Jesucristo, como verdadero Dios y como verdadero hombre. Como una Persona viva. La misma que estuvo con los apóstoles y se mezclaba con la gente.

Necesitamos tener fe. Necesitamos mucha más fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Porque el sagrario –donde se reservan las hostias consagradas en la Misa, es decir, el mismo Señor y Redentor, Jesucristo- no es el centro de la vida de tantísimos cristianos y de muchas comunidades y parroquias. ¡Cuántos cristianos no han ido ni una sola vez en su vida a estar un rato con el Señor! ¡Qué pocos son los que lo hacen a diario o con frecuencia! ¿Qué diríamos de un hijo que vive a pocos pasos del piso de su madre y no va nunca a verla?

No tengamos miedo a caer en el espiritualismo y en el pietismo. El verdadero peligro que hoy acecha a los obispos, a los sacerdotes y a los fieles es el secularismo, la increencia, la frialdad, la tibieza y el ser un funcionario.

Como escribió san Juan Pablo II: “Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el arte de la oración ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?”

Queridos sacerdotes: promoved el culto eucarístico dentro y fuera de la misa. No tengáis miedo a estimular entre vuestros feligreses la visita diaria, la adoración nocturna, la adoración perpetua, otras adoraciones. Una parroquia que arde en amor eucarístico es una parroquia viva, apostólica, misionera, caritativa.

Esto es lo que han intuido los obispos de España al establecer que el día del Corpus sea también el “Día de Cáritas, el Día de la Caridad”. Porque donde hay verdadera eucaristía hay caridad, y donde hay verdadera caridad, hay vida eucarística. Una y otra son inseparables y se reclaman, porque nadie puede amar a Dios y no amar al prójimo, y nadie puede amar al prójimo de verdad si no es por amor a Dios. Al celebrar la Eucaristía, la Iglesia se hace un solo pan, se hace el Cuerpo de Cristo. Lo decía muy bien san Pablo en la segunda lectura: porque todos comemos el mismo pan, todos somos uno. Porque todos comemos al mismo Cristo en la eucaristía, todos quedamos hechos miembros de un mismo cuerpo. Por eso, no podemos desentendernos unos de otros, ni despreocuparnos unos de otros, ni –menos todavía- ir los unos contra los otros.

Por eso, no se puede celebrar la Eucaristía y dar la espalda a los pobres. Comulgar con Cristo es darse como él a los demás, amar hasta el extremo. No se puede celebrar la Eucaristía olvidándose de las necesidades de los demás. Así lo han entendido los santos. Nadie como ellos ha amado la Eucaristía y nadie como ellos ha hecho tantas cosas por los demás: hospitales, escuelas, colegios, universidades, visitas a enfermos crónicos y contagiosos, etc. etc.

Es indudable que los que participan habitualmente en la Eucaristía han echado una mano importante a tantas personas afectadas por la crisis que padecemos desde hace años. Sigamos en esa línea y no nos cansemos de hacer el bien, de ser cada vez más generosos, de comprometernos cada vez más en hacer un mundo justo y solidario.

Después de la misa seguirá la procesión, en la que llevaremos la Hostia que hemos consagrado en ella. ¡Todo un símbolo de lo que tiene que ser nuestra vida!: llevar la Eucaristía –llevar al Señor- a las plazas y calles de nuestras familias, de nuestras fábricas, de nuestros sindicatos, de nuestros parlamentos, de nuestras universidades y colegios, de nuestros lugares de ocio. Para que así rehagamos este mundo y le conformemos según lo quiere Dios. Y llevar todo ese mundo hasta los espacios y lugares donde se celebra la Eucaristía.

Después de la procesión el Señor seguirá expuesto en la Capilla del Santo Cristo hasta las 7 de la tarde. Os invito a todos –y os animo a que invitéis a vuestros amigos y parientes- a venir a estar un ratito con el Señor para pensar estas cosas y contarle vuestras necesidades, penas y proyectos.

Que el Señor nos lo conceda.

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