Dedicación de la iglesia parroquial de San Josemaría

Homilía del arzobispo de Burgos, Francisco Gil Hellín, en la dedicación del templo de San Josemaría Escrivá de Balaguer · Burgos, viernes 26 de junio de 2015.

 

1. El acontecimiento que estamos celebrando en este momento actualiza lo que acabamos de proclamar en la Palabra de Dios. El pueblo de Dios había vuelto del destierro de Babilonia. Durante esa experiencia sumamente dolorosa, había descubierto el amor compasivo que le profesaba Yahvé y la necesidad de ser fiel a la alianza. Ya en Jerusalén, mandó al escriba Esdras que trajera y leyera la ley de Moisés. Esdras así lo hizo y leyó esa Escritura santa desde el amanecer hasta el mediodía. Todo el pueblo le escuchó atentamente. Más aún, lloraba de alegría al escuchar las palabras de la Ley. Al verlo llorar, Esdras, el sacerdote, y Nehemías, el gobernador, les dijeron: “No lloréis. Hoy es un día de alegría. Celebrad un gran banquete, porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza”.

 

La comunidad parroquial de san Josemaría ha estado, como los israelitas, sin un lugar propio para escuchar la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos y vivir el ministerio de la caridad. Ciertamente, la disponibilidad y generosidad de las Religiosas Esclavas han sido muy grandes, pues desde el primer momento facilitaron su capilla para que la parroquia echara a andar; y asumieron con gusto las molestias que podría suponerles. Se lo agradezco muy de veras en mi nombre y en el de don José Luis y sus colaboradores. Desde hoy, esa comunidad parroquial ya tiene su iglesia propia y parte de las dependencias necesarias para realizar su misión.

Es, pues, un día de gran alegría para ella. Más aún, para toda la diócesis, de la cual forma parte, como una parroquia más. Por eso, a los que formáis parte de la parroquia os digo lo mismo que dijeron Esdras y Nehemías a su pueblo: estad alegres y celebradlo, incluso con algún extraordinario material de fiesta.

 

2. La segunda lectura señalaba el camino que esta comunidad cristiana tiene que seguir: ser colaboradores de Dios y campo de Dios. Los sacerdotes vienen a ser colaboradores de Dios con su ministerio y los fieles con su vida y su testimonio. Y unos y otros a ser y sentirse miembros de una única familia: la familia de los hijos de Dios.

 

Ser colaborador es ser servidor, no protagonista. El protagonista es Dios, el protagonista es Jesucristo, el protagonista es el Espíritu Santo. Sin su gracia y sin ayuda, todo el esfuerzo es inútil. “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde”.

 

Dios ejerce su acción salvadora por medio de su Palabra, que provoca la fe y la conversión y va llevando a la santidad; por medio de los sacramentos, especialmente los del Bautismo, la Eucaristía y la Penitencia; y por el servicio de la caridad. Colaborar con Dios es, por tanto, dedicarse en cuerpo y alma a la evangelización, a la catequesis, a la confesión, a los que sufren la pobreza tradicional y las nuevas pobrezas, a los enfermos, a los matrimonios rotos o en crisis, a los alejados. Sin olvidar lo que sabiamente decía Benedicto XVI: que “la mayor pobreza es no tener a Dios”. ¡Cómo me agradaría que en esta parroquia surgiera con el tiempo una gran labor social y asistencial!

 

Ser campo de Dios es dejar que Dios pueda hacer en cada uno lo que hace un labrador en sus tierras: roturar, arar, sembrar, abonar, sulfatar y tantas cosas que son necesarias para que la semilla pueda sembrarse y luego produzca fruto. Ser campo de Dios es sentirse querido y cuidado por Dios; sentirse, sobre todo, hijos amados de Dios. Los miembros de esta parroquia no sois extraños, indiferentes o lejanos unos de otros sino hijos de un mismo Padre y, por ello, hermanos y miembros de una misma familia. Quereos, ayudaos, estad muy unidos unos a otros, sed como decía vuestro titular, san Josemaría: “no versos sueltos sino versos de un poema”,

3. El evangelio trazaba el programa: Jesús llamó a unos pescadores del lago de Galilea para que cambiaran sus redes y sus barcas y se convirtieran en pescadores de hombres. ¡Ser pescadores de hombres, ganar las almas para Jesucristo! No hay otro programa posible.

 

Para ello es imprescindible potenciar el apostolado de los seglares, en línea del mensaje del titular de la parroquia, san Josemaría: todos, absolutamente todos, en virtud del bautismo y sin necesidad de más títulos, sean cuales sean sus situaciones personales, religiosas y sociales están  llamados a ser santos en medio de sus quehaceres ordinarios. Él no se cansaba de repetir que el templo no es sólo ni principalmente el lugar de los seglares. Su lugar propio es: su familia, su profesión, sus compromisos políticos y sociales, sus lugares de diversión, y ese inmenso panorama que es el mundo de las realidades temporales.

 

¡Cómo le gustaban a él las palabras del Señor a Pedro: duc in altum, métete en alta mar, deja la placidez y comodidad de las orillas y ponte a pescar en donde está la vida real, donde están los problemas, los amores, las ilusiones de los hombres. ¡Ese es el campo donde se curten y enrecian los seglares! Está bien que colaboren en las tareas de la parroquia. Pero su lugar propio es el mundo, la calle, el quirófano, la cátedra, el sindicato, el barrio, y, por encima de todo, la familia. Es ahí y desde ahí donde el seglar vive y testimonia su fe y donde ejerce su apostolado específico.

 

El templo del seglar es la calle, la oficina, el taller, el hogar, el lugar donde están sus hermanos los hombres. ¡Con qué claridad lo dijo san Josemaría y lo enseñó el Vaticano II. Y, sin embargo, qué lejos estamos de ello! Pido a san Josemaría que interceda por los fieles de esta parroquia puesta bajo su protección, para que vivan esta doctrina y la vivan con alegría y paz. Porque los cristianos somos sembradores de paz y de alegría en un clima de compresión y amor a la libertad, sin miedo a ir de la mano con los que no piensan igual que nosotros.

 

Cristo, María, el Papa. Esos eran los tres grandes amores de vuestro Patrono. Estos deben ser también los amores de los sacerdotes y de los fieles de esta parroquia que hoy dedicamos al Señor. Amad mucho al Papa, rezad por él, meditad, vivid  y difundid sus enseñanzas. Y amad entrañablemente a la Virgen. San Josemaría decía que él no era modelo de nada, pero que si en algo quería que le imitáramos era en el amor a la libertad –en lo humano- y en el amor a la Virgen –en lo divino-. Amemos todos a Santa María, Reina y Madre de misericordia.

 

Así sea.

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