Misa de Nochebuena
Catedral – 24 diciembre 2012
«El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado». Estas palabras –que el profeta Isaías dirigía a Israel, anunciándole que un enviado de Dios le libraría de las manos de su opresor–, se hacen realidad en la Noche Santa de Navidad. En la ciudad de David, en Belén, ha brillado esa gran luz. En ella ha nacido ese Niño. Este es el gran mensaje que el ángel anuncia a los pastores: «Hoy, en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor».
Desde hoy, Dios se ha hecho un «Dios con nosotros», un Dios que está a nuestro lado. Dios ya no es un Dios lejano que nos habla a través de la creación y de la propia conciencia, sino que se ha hecho uno de nosotros. Ha entrado en el mundo y está a nuestro lado. Lo que el ángel anunció a los pastores, Dios nos lo vuelve a anunciar a nosotros ahora, en esta Noche Buena de 2012. Esta noticia no puede dejarnos indiferentes, porque, si es verdadera y es cierta –¡¡ y lo es!!–, me afecta a mí. Y me afecta de tal modo, que hace que en mi vida cambie todo. Por eso, cada uno de nosotros hemos de responder como respondieron los pastores: ellos fueron presurosos a Belén, dejando sus ganados y sus cosas. Y, cuando fueron, se encontraron con lo que les había dicho el ángel: «un Niño recostado en un pesebre». Y se llenaron de inmensa alegría.
Los pastores de Belén, como los demás pastores de Palestina, era gente sin estudios, de baja posición social y no muy religiosos. En nada se podían comparar con los escribas y fariseos. Tampoco se podían comparar con la gente buena de aquella comarca. Sin embargo, ellos fueron los primeros destinatarios de la gran noticia anunciada y esperada durante muchos siglos. Ellos fueron los que recibieron la realidad de la gran profecía de Isaías: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo que será el Emmanuel, Dios con nosotros». ¿Por qué los pastores de Belén fueron los primeros que conocieron que el Mesías se había hecho presente en medio de su pueblo?
Sólo Dios podría contestarnos con toda verdad. Pertenece a sus designios inescrutables. De todos modos, ellos no hubieran podido recibir tan gran noticia, si no hubiesen estado tan cerca de los hechos. Pero estaban tan próximos a los hechos, que no tuvieron más que atravesar al otro lado, como se atraviesa una plaza o una campera. Los Magos, que son los representantes de los que tienen ciencia y alcurnia, estaban muy lejos, tenían que recorrer un largo y difícil camino para llegar a Belén. De hecho, llegaron mucho más tarde. Los pastores, además, estaban despiertos, porque estaban velando sus rebaños; y, sobre todo, era gente sencilla, sin complicaciones, prontos a aceptar los mensajes humanos y divinos.
Si nosotros queremos descubrir a Dios en un Niño recién nacido, no necesitamos mucha ciencia ni poseer un rango social elevado ni tener un cargo de gran responsabilidad. Lo que necesitamos es ser tan sencillos como aquellos pastores, tan vigilantes como ellos, tan dispuestos a dejar nuestras cosas para ir al encuentro del Señor. Navidad es la fiesta de las almas sencillas y humildes; de las almas que se sienten poca cosa delante de Dios; de las almas que necesitan a Dios. Pidamos al Niño de Belén que nos haga más humildes, más pobres de espíritu, más necesitados de él.
Cuando los pastores oyeron el mensaje del ángel, se dijeron unos a otros: «Vayamos a Belén». Y añade el evangelio: «Y fueron presurosos», es decir, inmediatamente, sin demora alguna, sin preocuparse de sus ovejas y de sus viandas. Ciertamente, les impulsaba una cierta curiosidad, pero les impulsaba –sobre todo– la conmoción que les había producido la gran noticia que se les había comunicado.
¡Qué ejemplo para nosotros, que tantas veces posponemos las cosas de Dios y las relegamos a un lugar muy secundario! En la lista de nuestras prioridades Dios se encuentra muchas veces en último lugar. Sin embargo, el Evangelio nos dice que Dios tiene la máxima prioridad. Pensemos que si algo no admite tardanza en nuestra vida, ese algo es la causa de Dios. Esta es la prioridad que nos enseñan los pastores. Aprendamos de ellos a no dejarnos subyugar por las urgencias de cada día. Aprendamos de ellos a poner en segundo lugar nuestras cosas, nuestras preocupaciones y nuestros planes. Desechemos la idea de que el tiempo dedicado a Dios y a los demás es tiempo perdido. El tiempo dedicado a Dios y por él a los demás, especialmente a los necesitados, es el tiempo en que vivimos más como personas.
Los pastores «fueron y encontraron al Niño en un pesebre». Nosotros hemos venido presurosos a esta Eucaristía y ella nos brinda la misma dicha: la dicha de encontrarnos al mismo Niño ¡Esta es la gran noticia de esta noche: encontrarnos aquí con aquel Niño! La Eucaristía hace posible el gran milagro de hacer presente aquí y ahora el misterio de Belén. Estos días se harán muchas representaciones navideñas y no faltarán representaciones de belenes vivientes. Bienvenidas sean. Pero el verdadero Belén viviente es la Eucaristía, en la que se hace presente el mismo Niño de la primera Nochebuena de la historia. Este altar será el pesebre de esta noche; luego, lo será el sagrario. Pero todavía hay un belén más cerca de nosotros: es el Belén de nuestro corazón, una vez que recibamos sacramentalmente la comunión. ¡Que el Niño Dios nos conceda la fe humilde y sencilla de los pastores para ser capaces de reconocerle y llenarnos de una alegría desbordante.
Felices Pascuas, hermanos. Alegría, gozo y paz. Dios se hace Emmanuel. Dios está con nosotros. Dios nos ama y cuida de nosotros. ¡Santa María, tú que has hecho posible este prodigio, pide a tu Hijo que seamos verdaderos discípulos suyos y comuniquemos a los demás nuestro tesoro!