La dictadura del relativismo y la paz

Cope – 30 diciembre 2012

«Es una mini encíclica sobre la paz». Así han calificado algunos el Mensaje que Benedicto XVI ha dirigido a los hombres de buena voluntad con motivo de la Jornada de la Paz, que celebraremos el próximo uno de enero. Ciertamente, es muy amplio el horizonte en que se sitúa el Papa y muy hondos los juicios que emite sobre las diversas cuestiones implicadas. Él es consciente de que son tantos y tan densos los nubarrones que se ciernen sobre el firmamento de la paz mundial, que «causan alarma». ¿Cómo no alarmarse, en efecto, por «los focos de tensión y contraposición por la creciente desigualdad entre ricos y pobres», por el «capitalismo financiero no regulado», por «las diversas formas de terrorismos y delincuencia internacional», por «los fundamentalismos y fanatismos»? Pero el Papa tiene la firme convicción de que «el hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios» y que Jesucristo tiene una bienaventuranza sobre la paz, en la que asegura que los que trabajan por ella, «no sólo en la otra vida sino ya en esta, descubrirán que son hijos de Dios».

Apoyado en estas convicciones, Benedicto XVI hace una fuerte apuesta por la paz a favor de todos los hombres y de cada hombre en toda su integridad. Porque «la paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre». La paz no es sólo ausencia de guerra, como tantas veces se piensa de modo reductivo. La paz implica tener «la paz con Dios viviendo según su voluntad, la paz interior con uno mismo y la paz exterior con el prójimo y con toda la creación» y «una convivencia basada en la verdad, la libertad, la justicia y el amor». De ahí que sea realmente enemigo de la paz, aunque verbalmente la defienda, el que no respeta «lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano en sus dimensiones constitutivas, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien, y, en última instancia, a Dios mismo». Porque «sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón, se menoscaba la libertad y el amor, y la justicia pierde el fundamento de su ejercicio».

Según esto, para aspirar a ser un «auténtico trabajador por la paz», es indispensable «cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios», ya que sólo así «podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas».

Ahora bien, todo esto suena a hueco y sin sentido cuando no se admite la verdad ni el bien, y se niega que el hombre tenga una naturaleza objetiva y unos derechos y deberes también objetivos, y que en él no sólo existan las dimensiones biológica y física sino también su dimensión espiritual y trascendente. Tal es el caso del relativismo intelectual y ético, del biologismo y del materialismo en todas sus gamas. Estas ideologías están hoy muy extendidas en todas las geografías y culturas actuales, especialmente en el mundo occidental. Más aún, el relativismo intelectual –no existe la verdad o no podemos conocerla,– y el ético –no existe el bien objetivo ni podemos alcanzarlo– tienen tanto poder económico, mediático y político, que es lícito hablar de una verdadera «dictadura».

Benedicto XVI lo viene denunciando y refutando intelectualmente desde hace tiempo. No es extraño que ahora, al hablar de la paz, pueda hacer esta severísima afirmación: «Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo». Es decir, si queremos aspirar a un mundo en paz, es requisito previo derrotar a la «dictadura del relativismo» mediante la defensa y vivencia de la verdad y del bien. Pues, sólo superando la versión moderna de la ancestral Babel, podremos entendernos y aspirar a un bien que sea tal para todos los hombres.

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