Tiempo de agradecer y de pedir
Cope – 17 febrero 2013
La renuncia de Benedicto XVI al Pontificado ha sido la noticia estrella de la semana. Ha ocupado la cabecera de los medios de comunicación de todo el mundo y ha hecho correr ríos caudalosos de tinta periodística y televisiva. Tras la primera y gran sorpresa han llegado los comentarios, muy elogiosos en la mayor parte de los casos. Verdad es que tampoco han faltado las clásicas y esperadas voces críticas de dentro y de fuera. Pero han sido la excepción. En general el mundo ha quedado asombrado por la humildad que supone reconocer ante uno mismo, ante Dios y ante los demás que ya no se tienen las fuerzas necesarias para pilotar la nave de Pedro en unos momentos como los actuales. El Beato Juan Pablo II dio una respuesta distinta. Ambas son igualmente válidas, porque los dos brotan del mismo amor incondicional a Jesucristo y a su Iglesia. Desde ese amor incondicional, el uno siguió hasta que Dios le llamó a su presencia; el otro le ha dicho al Señor: «yo no puedo, sigue Tú y busca otro que pueda».
En mis palabras a la prensa, cuando me pidieron una primera valoración, manifesté que, además de acatar filialmente su decisión y valorarla muy positivamente, sentía una profunda gratitud. Pasados esos primeros momentos de estupor y sorpresa, veo aún más claro que ésta ha de ser mi postura como bautizado y como obispo. ¿Cómo no dar gracias a Dios porque alguien haya podido escribir: «Soy una atea. Pero me siento menos sola, cuando leo sus libros» (Forlani, famosa periodista italiana) o «Los católicos pierden ahora a su Papa más brillante en siglos. Los no creyentes, al único cuya interlocución estuvo a la altura del envite. Yo añoraré esa lengua» (Gabriel Albiac, filósofo español no creyente)?
Efectivamente, Benedicto XVI ha tocado muchas cabezas y muchos corazones de no creyentes y de creyentes. Ha sido un enorme teólogo-catequista, que ha hecho comprensible lo más incomprensible. Pero ha sido, sobre todo, un testigo creíble de Jesucristo. Por eso, ha puesto a su servicio lo que él podía poner: su gran sabiduría y su prodigiosa capacidad para hacerse entender. Ha sido una verdadera delicia escucharle sus homilías, catequesis y discursos hablando con pasión sobre Jesucristo. Al cabo de los años hemos podido constatar que escribía su propia biografía en estas palabras de su primera encíclica: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona (con mayúscula), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, orientación decisiva». Esa Persona es Jesucristo. Sin esa referencia no se entiende nada de cuanto ha dicho y hecho Benedicto XVI. Y, al contrario, desde ella se comprende todo. También su renuncia al Pontificado.
Demos gracias a Dios por habernos dado un Papa que ha sabido hablarnos de las cosas esenciales, de esas que hablan los santos y los sabios: que existe un Dios que es Creador y Padre, que ese Dios es amor, que de su corazón llega hasta nosotros el mayor bien que posee: su Hijo, Jesucristo, que la fe y la razón son dos hermanas muy bien avenidas cuando las dos son lo que deben ser, que la sociedad y la persona tienen que vencer al relativismo, porque, en caso contrario, el relativismo acabará con nosotros, que verdad-libertad-amor se exigen y complementan.
Invito a todos los que leáis estas líneas, a uniros a mi acción de gracias por el regalo de Benedicto XVI. Os invito a encontrarnos en una Eucaristía de Acción de Gracias a Dios el jueves día 28 de este mes a las 8 de la tarde en la Parroquia de San Lesmes. Será también la ocasión para que pidamos «ese otro» por el que suspiraba Benedicto XVI cuando nos daba a conocer su renuncia. Recemos y ofrezcamos muchos sacrificios para que «ese otro» sea capaz de llevar la Iglesia hasta alta mar en la nueva evangelización.