Vigilia Pascual
Catedral – 30 marzo 2013
Estamos celebrando la liturgia más importante de todo el año litúrgico; la madre de todas las vigilias; el corazón y en núcleo de todo el misterio de Cristo; la fuente de donde ha manado la Iglesia y la cumbre hacia la que se encamina la vida entera de cada bautizado y la de todas y cada una de las comunidades cristianas.
Esto es así, porque Jesucristo ha resucitado; porque Jesucristo no ha sido vencido por el mal y la muerte sino que él ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Quienes vamos detrás de Él, no somos unos pobres hombres que siguen a un vencido y se refugian en la vana esperanza de una vida que no llegará nunca. No. Nosotros sabemos a dónde caminamos y cuál es el sentido de nuestra vida. Tenemos la firme voluntad y la no menos firme esperanza de cambiar el rumbo del mundo y de la historia. Porque Jesucristo nos acompaña y nos guía con la luz de su resurrección. Ese Cirio Pascual nos lo recordará durante los cincuenta días de Pascua y siempre que se realice un Bautismo o celebremos las exequias de un fiel cristiano.
Como nos lo han recordado las lecturas, esta Noche ha comenzado la nueva creación. Esta noche salimos del destierro del pecado hacia la tierra prometida de la salvación. Esta noche nos asociamos al triunfo del Resucitado, con plena conciencia de que la muerte no será nuestro último y definitivo destino. Porque nosotros también resucitaremos y nos uniremos al triunfo de Cristo.
Esa resurrección ya ha comenzado. El Bautismo nos hace participar de modo sacramental pero real en la muerte y resurrección de Jesucristo. El Bautismo es, en efecto, morir a la vida de pecado y resucitar a la nueva vida conseguida por la muerte de Cristo. Gracias a él, pasamos de la muerte causada por el pecado de Adán a la vida de los hijos de Dios, ganada por el Nuevo Adán, Jesucristo.
Dentro de unos momentos, Arturo va a recibir esta vida nueva, cuando yo derrame sobre él las aguas regeneradoras del Santo Bautismo. De este modo, hoy será para él el día más importante de toda su vida. Cuando ha venido a esta celebración, ha llegado como esclavo del demonio; cuando salga de ella, se habrá liberado de las cadenas del pecado original y de sus pecados personales, y se habrá revestido de Cristo y convertido en una criatura nueva.
Arturo, felicidades, muchas felicidades. Esta comunidad cristiana de Burgos te recibe con alegría y gozo. Con el gozo y la alegría que una familia recibe la llegada de un nuevo hijo, de un nuevo hermano, de un nuevo miembro. Tu bautizo, querido Arturo, es también una gracia especial para nosotros y un compromiso. Porque nosotros nos hacemos responsables de ayudarte a recorrer el camino que hoy has iniciado. El Bautismo es, como sabes, el punto de partida, no el término de llegada. Nosotros estamos en ese camino y desde hoy te acompañaremos con nuestra oración, con nuestro ejemplo y con nuestro cariño. Te acompañarán, de modo especial, la comunidad de tu parroquia y la comunidad neocatecumenal en la que has descubierto a Jesucristo.
Conscientes de esta responsabilidad de bautizados, del compromiso que contraemos contigo y del mandato recibido de Cristo de darle a conocer a los que todavía no le conocen y no han recibido el Bautismo, vamos a renovar nuestros compromisos bautismales; tú los harás por primera vez. Esta renovación la haremos con la boca, pero será expresión de los sentimientos que hay en nuestro corazón y del deseo de ser cada día mejores discípulos de Jesucristo.
Como eres una persona adulta, la Iglesia te otorga los tres sacramentos de la Iniciación cristiana y te los confiere según su lógica interna: primero el Bautismo, luego la Confirmación y, finalmente, la Primera Comunión. Con el bautismo te harás cristiano; con la Confirmación, te harás más cristiano; con la Eucaristía te harás plenamente cristiano. Cuando comulgues, dale muchas gracias a Jesús, por haberte hecho el inmenso don de la fe y de los sacramentos que hoy recibes.
Hermanos todos: dispongámonos a participar en la liturgia bautismal, uniéndonos a Arturo en la renuncia al demonio y a sus obras, y a la profesión de nuestra fe en el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y la Iglesia. Luego, en la Eucaristía. En ella tendremos la inmensa alegría de encontrarnos con el mismo Resucitado, que se hará presente entre nosotros, como se hizo presente la noche del domingo de Resurrección a la primera comunidad apostólica, en el Cenáculo de Jerusalén; después nos invitará a compartir su Cuerpo y Sangre, devolviéndonos la alegría y la esperanza, como a los discípulos de Emaús.
Alegría, hermanos: Cristo ha resucitado y nosotros resucitamos con él; ahora de modo sacramental, un día de modo pleno y definitivo.