Misa de acción de gracias por la beatificación del venerable Cristóbal de Santa Catalina

Salesas de los Infantes – 25 abril 2013

El pasado 7 de abril, Octava de Pascua y Domingo de la Misericordia, fue beatificado en Córdoba el Venerable Cristóbal Fernández Valladolid. Hoy venimos a dar gracias a Dios por la elevación a los altares de este gran sacerdote español, Fundador de la Congregación de Hermanos y Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno. Queremos unirnos a las religiosas que regentan nuestra casa sacerdotal desde hace años y son hijas suyas; y acompañarles en esta efemérides tan gozosa, para manifestarles el profundo agradecimiento que les profesamos por su dedicación y entrega a todos los residentes, especialmente a los enfermos. Que el nuevo Beato les siga bendiciendo, hermanas, y a nosotros nos conceda la suerte de seguir beneficiándonos de sus cuidados y solicitud amorosa.

El Beato Cristóbal nació en la ciudad de Mérida, Badajoz, el 25 de julio de 1638. Era el segundo hijo de una familia de seis hermanos, pobre y humilde, pero profundamente cristiana. Al ver su gran corazón y piedad, el Director del Hospital de san Juan de Dios le propone ser sacerdote e ingresa en el Seminario de Badajoz. El 10 de marzo de 1663 recibe la ordenación sacerdotal y comienza su ministerio en Mérida. Pronto fue destinado como ayudante del capellán de uno de los Tercios españoles en guerra con Portugal. Enferma gravemente y tiene que volver a la casa paterna. Reflexiona en su interior y piensa que Dios le llama a la vida eremítica y decide incorporarse a la que existía en la sierra de Córdoba. Cuando llega al Eremitorio se dirige al Hermano Mayor en estos términos: «Soy un pecador, que viene buscando quien le enseñe a hallar a Dios por el camino de la penitencia. Te pido que me recibas como hijo y me enseñes como Padre, que yo prometo ser obediente a tus mandatos». En 1670 profesa en la Orden Tercera de San Francisco de Asís y toma el sobrenombre de «Santa Catalina».

Como hacían los demás ermitaños, se ve obligado a bajar a la ciudad en ocasiones para resolver algunos asuntos. Allí conoce la situación real de aquella Córdoba de finales del siglo XVII, corrompida, llena de escándalos y donde los ricos y poderosos se desentienden de la suerte de los más pobres y miserables. El humilde eremita oye la voz de Dios en el grito de los pobres y decide consagrar su vida futura al cuidado del prójimo necesitado y dolorido. Deja la vida eremítica y funda la Congregación de Hermanos y Hermanas Hospitalarios de Jesús Nazareno, estableciendo un hospital en Córdoba. Es un hospitalito de seis camas, propiedad de la Cofradía de Jesús Nazareno. Poco a poco se le va añadiendo gente de Córdoba; y algunos hombres y mujeres deciden entregar su vida a la causa. Son los primeros Hermanos y Hermanas Hospitalarios. En adelante, toda su vida estará dedicada a esta Hospitalidad al servicio de los más pobres. Surgen las dificultades desde dentro y desde fuera. Pero él se fía de Dios y Dios le saca adelante. Él tiene que salir a pedir limosna por las calles de Córdoba e incluso por las de Sevilla, Cádiz y otras ciudades.

En 1690 se declara el cólera, que infecta a la ciudad. El Padre Cristóbal cuida de los afectados por la enfermedad, dentro y fuera del Hospital. Al fin, él mismo contrae el contagio y el 24 de julio de 1690 descansa en la paz del Señor.

La Hospitalidad fundada por él continúa hasta hoy a través de la Congregación de las Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno Franciscanas y se encuentra presente en varios países de Europa y América. La rama masculina, en cambio, dejó de existir –por diversas causas– a finales del siglo XIX.

La Iglesia no se ha olvidado de este hijo, pobre, humilde y entregado en cuerpo y alma a la causa de los pobres y enfermos; el contrario, ha reconocido la heroicidad de sus virtudes y un milagro obrado por su intercesión; finalmente, le ha elevado a los altares, como Beato. Demos gracias a Dios.

2. Queridos hermanos: La situación social de Córdoba y del resto de ciudades españolas es muy distinta a la que conoció el Padre Cristóbal. Hoy no es fácil encontrar hombres, mujeres y niños enfermos que están tirados en las calles; aunque, por desgracia, todavía existen no pocos sin techo. Los servicios sociales del Estado Moderno han llegado a todas las capas de la sociedad y un mismo hospital abre sus puertas y presta idénticos cuidados a todos los ciudadanos. Tanto la iniciativa pública como la privada han creado residencias para los ancianos y los necesitados de gran asistencia.

Sin embargo, siguen abundando las personas necesitadas de ayuda para subsistir y, sobre todo, para llevar una vida digna de hijos de Dios. Hay muchos ancianos que viven solos, en sus casas o en residencias; muchos pobres de solemnidad que no tienen trabajo, bienes ni subsidios adecuados; la crisis económica que nos oprime está creando nuevos pobres en la clase media, que tienen que optar entre pagar la hipoteca y asistir a los comedores de Cáritas; muchas madres, sobre todo solteras, que están en riesgo de eliminar el fruto que llevan en sus entrañas; esposos y esposas abandonados por el otro cónyuge, que rumian su propio dolor en soledad. Es la comprobación de aquellas palabras del Señor: «pobres los tendréis siempre».

Todo esto nos está indicando que la vida y el ejemplo del Padre Cristóbal siguen siendo un modelo actual y atractivo. No se trata de que imitemos su retiro a un eremitorio o que pongamos una talega al hombro y vayamos como él por las calles, dando de comer a los necesitados. Alguno puede tener esta vocación concreta. Se trata de que tengamos su mismo espíritu e imitemos sus virtudes allí donde trascurre nuestra vida. Seamos sacerdotes, religiosos o seglares, el Padre Cristóbal nos enseña a ser almas de profunda vida interior: almas de oración, de penitencia, de sacrificio, de amor a Dios y amor al prójimo por Dios.

Muchos de vosotros residís en la Casa Sacerdotal, y algunos en la Residencia de Barrantes. Todos estáis próximos a san Juan de Dios. Tenéis familiares y amigos ancianos, enfermos, parados, quizás separados. Ahí hemos de aplicar el espíritu del Padre Cristóbal y llegar a donde nos sea posible. Podemos hacer mucho más de lo que nos parece. Acompañaos cuando tenéis que ir al hospital, cuando estáis enfermos, cuando conocéis que un compañero está pasando un mal momento. Sed generosos en vuestras limosnas, a través de Cáritas o de modo directo.

¡Que el Beato Cristóbal sea nuestro intercesor en el Cielo, para que ahora le imitemos en la tierra y un día gocemos con él de la vida eterna!

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