¿Cuándo un Nathanson o un Oriente español?
Cope – 19 mayo 2013
El primero fue Nathanson, el famoso ginecólogo estadoudinense que realizó más de 75.000 abortos, antes de darse cuenta que el feto era «un ser humano» y convertirse en un luchador a favor de la vida incipiente. Lo ha dejado escrito en su famoso libro «La mano de Dios».
Esa mano continúa trabajando. Eso explica que Italia tenga también su propio Nathanson. Se llama Antonio Oriente. Lo mismo que su colega, durante años practicó abortos a diario. Él mismo lo ha explicado recientemente en un Congreso realizado por la Asociación Italiana de Ginecólogos y Obstetras Católicos, de la que él es fundador y actual vicepresidente. «Me llamo Antonio Oriente, soy ginecólogo y, hasta hace pocos años, yo, con estas manos, mataba a los hijos de los demás». La frase es tan cortante como el silencio que reinaba en el auditorio. Pero verdadera y transida de la convicción y lógica de quien ha comprendido y pagado ya las consecuencias. En ella hay dos palabras que son portadoras de dos grandes verdades: la palabra ‘mataba’, que desnuda el engaño del término ‘interrupción voluntaria’ y la palabra ‘hijos’, no embriones, no agrupaciones de células.
Lo mismo que Nathanson, el doctor Oriente pensaba que lo que él hacía a diario era «una forma de ayudar a las personas que tenían un ‘problema’». Lo cuenta él con la misma sencillez con la que dijo «con estas manos mataba a los hijos de los demás». «Venían a mi despacho y me decían; Doctor he tenido una aventura con una mujer, yo no quiero dejar a mi familia, amo a mi esposa. Pero ahora esta mujer está embarazada, ayúdeme. Y yo le ayudaba. Quizás venía una chica y me decía: Doctor, era la primera vez… No es el chico con el que me quiero casar. Mi padre me matará si se entera.
¡Ayúdeme! Y yo la ayudaba. No pensaba que me estaba equivocando».
Una noche, en la que no tenía valor para volver a casa, donde siempre encontraba a su esposa muy triste y desesperada –porque querían y no podían tener hijos– «desesperado –dice él– apoyé la cabeza en mi escritorio y comencé a llorar como un niño». En ese momento entró en acción la mano de Dios. Se sirvió de una pareja que, extrañada de que la luz estuviese encendida a esas horas, entró en el despacho y encontró al doctor en una actitud que necesitaba «compasión». Le dijeron: «Doctor, nosotros no tenemos solución a su problema. Sin embargo, podemos presentarle a una persona que sí lo tiene: Jesucristo».
Pasó el tiempo y una noche en que volvía a casa a pie, al pasar por un edificio se sintió atraído por la música. Entró y encontró un grupo de oración, en el que, casualmente, estaba la pareja que le había hablado de Jesucristo e invitado a un encuentro de oración. En un instante se encontró de rodillas y llorando. Allí vio el contrasentido de su vida: «¿Cómo puedo pedir un hijo a Dios, si yo mismo mato a los hijos de los demás?». Conmocionado, cogió un papel y escribió su testamento espiritual: «Nunca más muerte, hasta la muerte».
Han pasado los años. Ahora tiene dos hijos y su vida ha cambiado profundamente. Tiene menos dinero y es menos famoso. Pero él se considera inmensamente rico en alegría familiar, valores y amor de Dios. ¡Él sabe que es una gota, pero una gota limpia en el océano viscoso del aborto!
En España no tenemos todavía la réplica del doctor Oriente ni del doctor Nathanson. Pero uno confía en que lo tendremos también. Será el día en que alguno de esos médicos, que considera todavía que «ayuda» a quien solicita un aborto como remedio a un engaño o a una vida desarreglada, descubra que sus manos están siendo instrumentos no de ayuda sino de muerte.