XXV aniversario de la llegada de las Angélicas a Burgos

Residencia – 30 mayo 2013

Nos hemos reunido hoy para dar gracias a Dios por todos los beneficios que ha dispensado a las Hermanas Angélicas, Residentes y demás personas que han vivido en esta Residencia a lo largo de sus veinticinco años de existencia. Corría el año 1988 cuando las Hermanas Angélicas llegasteis a Burgos para establecer un hogar en el que pudieran vivir personas necesitadas de compañía, consuelo humano y espiritual. Desde entonces habéis ejercido la misión que el Señor os ha confiado: ser para las personas solas y enfermas lo que quería vuestra fundadora, Santa Genoveva Torres Morales: «presencia misericordiosa, compañía amiga y Ángeles en su soledad».

Ella quería que vivierais el Evangelio haciendo de vuestras Residencias oasis de paz. Ella sabía por propia experiencia que no es necesario carecer de bienes materiales para sentir la mayor de las soledades y necesitar ayuda y consuelo humano y sobrenatural. Esta espiritualidad es la que ha estado detrás de esta Residencia desde sus orígenes hasta hoy. Gracias a ello, muchas señoras que vivían en soledad han podido reproducir, de alguna manera, su propio hogar, convivir con otras en una convivencia pacífica y respetuosa, con la libertad e independencia que cada una necesita.

El Papa Francisco ha repetido varias veces, en su todavía corto pontificado, que la Iglesia no es una ONG. Es decir, una institución que se dedica a prestar servicios sociales. Para eso, no era necesario que Dios se hiciera hombre y muriera en una Cruz. No. La Iglesia, ciertamente, pone remedio a las necesidades de las personas y presta unos servicios que tienen repercusión social. Pero la Iglesia presta esos servicios movida por el amor a Dios y a los demás, por Dios. Ella ve en todos, personas que son imágenes de Dios; más aún, hijos de Dios en Jesucristo. Cada persona es un reflejo de Dios y, si está bautizada, un hijo de Dios por el Bautismo. Por eso, en cada persona descubre un ser en el que hay que ver el rostro de Dios y al mismo Jesucristo. Además, contemplando la vida y la enseñanza de su Divino Fundador, Jesucristo, descubre en el pobre –material o espiritual– la presencia viva del mismo Jesucristo: «Todo lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a Mí me lo hicisteis». Vosotras habéis vivido y vivís este amor con las personas que han pasado por esta Residencia.

Llevadas de este amor, habéis procurado no sólo el cuidado material y físico de las residentes, sino también su bien espiritual. Por eso, habéis procurado ayudarles a vivir mejor su vida cristiana. De ese modo, les habéis ayudado a ir a las fuentes donde beber el agua necesaria para regar el campo de su vejez y ancianidad y así vivir esa etapa de su vida con paz y sosiego espiritual.

Santa Genoveva daba a sus hijas estos consejos: «Seamos para nuestras señoras sus Ángeles de la guarda, pues a las personas mayores no las ama más que el que posee el verdadero amor de Dios. Tengamos caridad con ellas. Caridad paciente que escucha sin cansarse, que abre el corazón y la mano, que goza cuando consigue aliviar al que sufre». Estoy seguro de que estas palabras han guiado la acción de todas las hermanas angélicas que han pasado o viven actualmente en esta Residencia. Ciertamente, habrán existido fallos y deficiencias, porque todos los humanos somos limitados e imperfectos, y no siempre hacemos las cosas bien. Pero también por estas deficiencias hay que dar gracias a Dios, porque os habrán hecho más humildes y os habrán descubierto la necesidad de acudir a Dios con más confianza y con más fe.

Elevemos, pues, nuestra gratitud al Señor y demos gracias por las innumerables bendiciones que ha derramado sobre quienes han vivido en esta Residencia durante estos veinticinco años. Esa gratitud sea también una súplica ferviente al Padre de todas las misericordias para que siga derramando sus gracias durante muchos años más, para que sean muchas las personas que encuentren en la Residencia un rinconcito que se parezca a su propio hogar.

Antes de terminar, me gustaría deciros una palabra de estímulo fraterno. Se la tomo prestada al Papa Francisco. El pasado 28 de mayo –es decir, antes de ayer– se refería a la Beata Teresa de Calcuta en la homilía que predicó en la misa que celebró en Santa Marta. Dijo el Papa: Todos hablan y se admiran de la labor social de esta mujer, que consagró su vida a recoger en las calles de Calcuta a los pobres más pobres y cuidarlos luego con todo esmero en su convento. Sin embargo, añadía el Papa, nadie habla nunca de la fuente de la que esta mujer sacaba sus fuerzas. Esa fuente era la Eucaristía, que oía todos los días, y el sagrario, delante del cual pasaba varias horas en oración cada día. Esto es verdad. Es verdad que la gente sólo se fija en el cuidado material; y también es verdad –como ella lo dijo muchas veces– que sacaba su fuerza y su amor de las horas que pasaba adorando la Eucaristía.

Yo os invito, queridas hermanas y queridas residentes a que hagáis vuestras estas palabras del Papa y de la Beata Teresa. No digo que paséis horas ante el sagrario, pero sí que no haya un solo día en el que vayáis allí a hablar con el Señor y contarle vuestra vida; es decir: vuestras penas, vuestras dolencias y vuestras alegrías. En esos ratos de adoración eucarística pedid por el Papa, por el obispo de esta diócesis, por el seminario, por la paz del mundo, por las vocaciones religiosas, por la santidad de los sacerdotes, por el apostolado de los seglares, por los que están más solos y en peores condiciones que vosotras, y por tantas y tantas cosas que necesita la Iglesia y el mundo.

Hermanas y residentes: seguid participando en la santa Misa con fe y devoción. Uníos a mi acción de gracias y a mis peticiones, para que Jesucristo se las pueda presentar al Padre como hostia agradable.

Que la Santísima Virgen, en este final del mes de mayo a ella dedicado, interceda por nosotros para que vivamos santamente en esta vida y un día vayamos a gozar con ella en el Cielo. Amén.

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