Fiesta del Curpillos

Monasterio de las Huelgas – 7 junio 2013

Un año más nos reunimos en este marco privilegiado de Las Huelgas para celebrar la tradicional fiesta del Curpillos. Lo hacemos coincidiendo con la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús y en unos momentos en que la crisis político-social-religiosa nos oprime con fuerza especial. Me gustaría detenerme, brevemente, en cada una de esas tres palabras, que, por cierto, comienzan con la misma letra: curpillos, corazón y crisis.

1. En primer lugar, hoy celebramos el Curpillos. Como todos sabemos, esta fiesta fue – desde sus orígenes– un doblaje de la del Corpus. Dado que las monjas no podían subir a la ciudad por la clausura, se pensó que la ciudad bajara hasta Las Huelgas. Al decir ciudad, me refiero a las autoridades eclesiásticas, civiles y militares y al pueblo cristiano. De modo que aquí se repetía lo que se había celebrado en la Ciudad. Se hacía también con toda solemnidad. Es bueno recordar esto, para que tomemos conciencia de que estamos celebrando no tanto una fiesta popular de tipo folklórico, sino una fiesta religiosa profundamente enraizada en el pueblo de Burgos. La fiesta de la profesión solemne de la presencia real de Jesucristo entre nosotros, gracias a la eucaristía.

Efectivamente, cuando dentro de unos minutos los concelebrantes pronunciemos las palabras consecratorias sobre el pan y el vino, el pan y el vino se convertirán en el mismo Jesucristo: «Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre», es decir: «este soy Yo». No se hará presente un símbolo, una imagen, una fotografía. NO. Se hará presente el mismo Resucitado. No cabe milagro más grande ni don más precioso. Jesucristo mismo en Persona se hace presente entre nosotros. Nosotros repetimos con fe las palabras que santo Tomás incluyó en el himno Adoro Te devote, que compuso para la fiesta del Corpus: «Se engaña la vista, el gusto y el tacto y se cree firmemente lo que oye el oído. Creo lo que dijo el Hijo de Dios, nada hay más verdadero que la palabra del que es la misma verdad».

Los cristianos con fe no se han quedado indiferentes ante semejante prodigio y regalo, sino que han prorrumpido en un cántico de adoración y alabanza y han creado la fiesta que estamos celebrando. Toda la creación: la música, el canto, las flores, los signos, todo, se postra ante su Señor y le rinde honor y homenaje como a su Dios y Señor.

Hermanos: hagamos un acto de fe rendida y digamos con el mismo santo Tomás: «Te adoro devotamente, Dios escondido, que estás oculto en estas figuras, a ti se entrega mi corazón, porque se deshace de amor al contemplarte». Cuando, más tarde, llevemos al Señor por las calles y plazas del Compás, que la procesión sea una verdadera manifestación de fe: en silencio, con recogimiento y respeto, con los cantos que salgan de nuestro corazón.

2. En segundo lugar, celebramos el Corazón de Jesús. En realidad no se trata de un nuevo misterio sino de una nueva faceta del mismo misterio. Nos lo dice claramente el evangelista san Juan, cuando nos describe la lanzada que el soldado dio al corazón de Cristo muerto en la Cruz: «Al punto salió agua y sangre». El agua es el sacramento del Bautismo, la Sangre es el sacramento de la Eucaristía. La eucaristía es, por tanto, el don de la Cruz que Cristo nos hace para que nosotros –al tenerlo delante cuando la celebramos– podamos ser alcanzados por la fuerza de su amor y de su salvación. La Eucaristía brota del corazón de Jesús, muerto por nuestro amor.

Al hablar del corazón no nos referimos sólo al órgano físico de Jesús. Cuando nosotros decimos que alguien tiene un corazón de oro o, al contrario, un corazón de piedra, nos estamos refiriendo a la totalidad de la persona. Queremos decir, en el primer caso, que es una gran persona y en el segundo que es una persona fría y egoísta. Cuando nos referimos al corazón de Jesús, nos estamos refiriendo a la totalidad de su Persona, bajo el símbolo del amor. Es Jesús que nos muestra hasta qué punto nos ama y hasta qué punto le interesamos. Nos ama tanto, y le interesamos tanto, que ha dado su vida por nosotros, muriendo en la Cruz y, luego, resucitando y quedándose con nosotros en la Eucaristía.

Hermanos: amor con amor se paga, y nobleza obliga. ¿Cómo podemos quedar indiferentes ante tanto amor? ¿cómo podemos blasfemar contra el que ha dado la vida por nosotros? ¿cómo podemos no ir nunca a visitar al que se ha quedado para siempre entre nosotros en el sagrario de nuestras parroquias? Hermanos: propósitos, propósitos de cambio y de mejora.

3. Por último, el Curpillos de este año, además de coincidir con el Sagrado Corazón de Jesús, tiene lugar en el marco de la crisis que estamos padeciendo. Los medios de comunicación social nos están vendiendo una crisis de tipo económico y financiero. Ciertamente, estamos padeciendo una gran crisis económica y financiera. Pero ni es la única ni es la más importante. Además, la crisis económica y financiera no es la fuente, no es la causa, sino la consecuencia, el efecto de una crisis mucho más profunda y mucho más seria: es la crisis del hombre. Lo que ha entrado en crisis es el hombre. Es lógico que, si se envenena el agua de la fuente, el agua que llega al grifo de nuestras casas, esté también envenenada. Por eso, si queremos remediar de verdad el problema, no nos limitaremos a desinfectar el agua del grifo sino el de la fuente. Si queremos poner verdadero remedio a la crisis económica y financiera, hay que ir a la causa que las ha provocado. Y esa causa no es otra que el alejamiento de Dios y de la imagen que él ha dejado impresa en sus criaturas, especialmente en el hombre. El remedio es volver a Dios y recuperar su imagen en el hombre.

Hermanos: tomemos conciencia de la gravedad de las cosas. No podemos seguir matando a seres inocentes antes de nacer o cuando ya son inservibles; no podemos preocuparnos de mimar a los animales domésticos, mientras dejamos morir a las personas; no podemos tirar alimentos, mientras otros pasan hambre; no podemos permitir que haya sueldos multimillonarios mientras otros no tienen ni uno mínimo; no podemos imponer una legislación matrimonial sobre lo que no es matrimonio; no podemos decir que nada es verdad ni mentira, mientras imponemos las nuestras a los demás; en una palabra, no podemos vivir como si Dios no existiera y como si el hombre fuera una cosa o un número, en vez de una persona.

Hermanos: ser cristiano es la máxima dignidad que hay en este mundo; seguir a Jesucristo no tiene parangón con ningún otro discipulado. Pero hace falta que no echemos agua al vino, que no rebajemos las exigencias de la fe, que seamos la sal de la tierra y la luz del mundo: sal que impide la corrupción y luz que elimina la oscuridad y las tinieblas. Hagamos un mundo nuevo, un mundo más humano, más habitable, más digno del hombre.

No podremos lograrlo con nuestras propias fuerzas, tan limitadas y tornadizas. Pero contamos con el poder y la fuerza de Cristo en la Eucaristía. Vayamos cada domingo a su encuentro en la misa, para que con él seamos capaces de hacer lo que nosotros solos no podemos. Amén.

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