Las «Hermanas de la Vida»
Cope – 23 junio 2013
El agua que fecunda nuestros campos siempre cae del mismo cielo y sobre la misma tierra. Pero produce efectos distintos y adecuados a la estación del año en que nos encontremos. Unas veces, embellece las flores, otras alimenta los frutos, otras prepara el terreno para la siembra. Así es el Espíritu Santo. Siempre es el mismo, siempre actúa sobre la Iglesia, pero siempre suscita los carismas que ella necesita. Hubo tiempos en los que lo más necesario era suscitar modelos estables de vida contemplativa apartados del mundo y pobló de monjes las riberas del Nilo y los monasterios de Occidente. Otros, en cambio, había que hacerse presente en la escuela laicista nacida de la Revolución francesa, y suscitó abundantes institutos dedicados a la enseñanza católica. Ahora, cuando el mundo necesita el fermento de los laicos, ha prodigado los carismas laicales. Y, al generalizarse la nueva cultura de la muerte, ha dado origen a instituciones que promuevan el valor de la vida.
En España desde muchos decenios tenemos, entre otras, a las Siervas de la Pasión. Entre las de reciente fundación, quizás la más significativa, es la congregación «Hermanas de la Vida». Esta Congregación fue fundada hace veinte años por el cardenal Jonh O’Connor, arzobispo entonces de Nueva York. Su carisma es «únicamente la protección y promoción de la vida humana: un misterio de reverencia por cada persona, y, en particular, por las más vulnerables», en palabras de la Hermana Mary Elizabeth, Vicaria General.
Las Hermanas combinan la vida contemplativa y la vida activa. Hacen algo parecido a lo que hacía la Madre Teresa de Calcuta con los enfermos. De hecho, las Hermanas de la Vida rezan cuatro horas al día y luego se dedican a acoger a mujeres embarazadas en dificultad, ofrecen sanación post-aborto, dan formación y dirigen la oficina provida de Nueva York. Además de los clásicos votos de pobreza, castidad y obediencia se comprometen con un cuarto de «proteger la vida humana» y cada hermana se ofrece a si misma y toda su vida en reparación de los ataques contra la vida. Dios las está bendiciendo, pues en veinte años son ya setenta. La actual Vicaria, sor Elyzabeth lo atribuye a la gracia de Dios y a que «nuestro carisma proporciona a las mujeres una expresión de maternidad espiritual que responde a los anhelos más profundos de su corazón», y, al mismo tiempo, «a la necesidad más crítica en nuestros días».
Pienso que el carisma de las Hermanas de la Vida, nacido precisamente en vísperas de la gran encíclica del Beato Juan Pablo II «Evangelium Vitae», el Evangelio de la Vida, viene a confirmarnos la necesidad de ser conscientes de las amenazas que se ciernen sobre la vida y es un aldabonazo a nuestra conciencia para no quedarnos insensibles ante tantos millones de seres no nacidos o terminales que son eliminados por una pseudocultura de progreso que es, en realidad, la negación más radical del progreso verdadero de la sociedad.
En España esto se ve con especial claridad. No en vano cada día nacen menos niños, envejece la población, no hay recambio generacional y se invierte la pirámide poblacional, con un número cada vez mayor de ancianos y cada vez menor de niños y jóvenes. Incluso desde el punto de vista egoísta hay que preguntarse: ¿quién pagará las pensiones de jubilación del futuro?, ¿qué repercusión tendrá la escasísima natalidad y el inquietante aumento de los abortos en el crecimiento económico, por ejemplo en producción y consumo de alimentos y ropa infantil y en la producción y consumo de bienes de toda la sociedad?
Todo apunta al valor inigualable que posee la vida humana, sea cual sea la perspectiva desde la que se contemple. ¡Cuidémosla con todo cariño y hasta con mimo!