Día del Misionero Burgalés

Cope – 7 julio 2013

Ocurrió el pasado 27 de junio y su protagonista es conductor de autobuses en Madrid. Se llama Raúl. Según ha contado él mismo, los hechos sucedieron así. «Yo bajaba por General Ricardos a Marqués de Vadillo por el carril-bus con media docena de viajeros. De pronto vi un hombre que venía corriendo en sentido contrario. Pité para que se quitara pero inicialmente no lo hizo. Acto seguido vi cómo se tapaba una herida que llevaba en el pecho que manaba sangre abundante. El hombre se apartó». En ese momento, el conductor del autobús vio que «detrás, corriendo, venía su agresor con una pistola». Al mismo tiempo advirtió que el herido cruzó la calle, intentando zafarse del hombre que le perseguía. Pitó para que no le atropellasen otros coches. En su intento de proteger al herido, Raúl cruzó su autobús cortando el tráfico.

«Abrí la puerta para que subiera, con mucho miedo. Sangraba mucho. El hombre que llevaba la pistola rodeó el autobús. Los viajeros me gritaban que estaba pegando más tiros». Sin pensarlo dos veces, Raúl arrancó el autobús. «Mientras conducía les di varios papeles a los viajeros para que taponasen la herida». Los viajeros le ayudaron y evitaron que se desangrara. También le dieron aire, para que no se desmayara.

Raúl siguió conduciendo hasta llegar a una glorieta. Consciente de lo que se estaba jugando, se saltó todos los semáforos y dio largas a los policías que suele estar por allí. «La rodeé pisando parte del césped y, finalmente, pude avisar a una pareja de municipales». Al fin, pudo respirar tranquilo. Acaba de salvar a un ucraniano de morir a balazos por un compatriota suyo, al que luego detuvieron, tras su aviso a la policía.

Al leer este hecho, no he podido menos de relacionarlo con los accidentes que este verano ocurrirán, con toda probabilidad, en las carreteras de España. No es aventurado pensar que más de una vida estará al borde de morir desangrada por las heridas de un accidente desgraciado. Quiero pensar que se repetirá la escena del autobusero de Madrid. Quizás no de modo tan espectacular y con tanto riesgo, pero sí con idéntica humanidad y solidaridad.

Es la actualización moderna de la parábola que narra el evangelio sobre el buen samaritano. Cuando cogió el autobús ese día, Raúl pensaba en una jornada rutinaria de idas y venidas. Sin embargo, se encontró con un herido de muerte. Pudo seguir conduciendo sin preocuparse de nada y sin buscarse complicaciones. No fue así. l mismo ha confesado que pasó «mucho miedo». Por él y por los viajeros, a los que podía disparar el homicida. Pero pudo más su hombría de bien. Es difícil que olvide que ese día, gracias a que no miró para otra parte sino que reaccionó con generosidad y talento ante una emergencia, un extranjero, como el samaritano, había salvado una vida.

Sin embargo, no es preciso esperar grandes cosas para realizar heroicidades. Quizás pasen inadvertidas y no salten a las páginas de sucesos de los medios de comunicación. Pero el día a día nos deparará múltiples ocasiones de olvidar nuestro egoísmo, nuestra comodidad, nuestra superficialidad para ayudar a los demás. Puede ser una sonrisa, un saludo afectuoso, un pequeño favor, una descortesía olvidada, una de esas mil cosas que podemos hacer o no hacer a lo largo del día. Si este verano se prodigan en carretera o en cualquier parte las personas que saben ayudar como el conductor de autobuses de Madrid, no sólo servirá para que nuestra vida sea más grata, sino para purificar un ambiente social tan enrarecido como el que estamos padeciendo. No consintamos que el aire emponzoñado del individualismo y de la insolidaridad prevalezcan en nuestro entorno.

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