Misa de clausura de la Semana de Misionología

Facultad de Teología – 11 julio 2013

Con esta Eucaristía clausuramos la 66 Semana de Misionología que ha estado centrada en el testimonio de la fe hasta la muerte. Damos gracias a Dios porque, una vez más, la realidad ha superado las previsiones, tanto en participación como en interés por las ponencias, comunicaciones y experiencias.

La fiesta litúrgica que hoy celebramos san Benito nos sitúa en un marco privilegiado a la hora de despedirnos unos de otros y marchar a nuestros respectivos compromisos pastorales y misioneros. San Benito es considerado como uno de los padres fundadores de la Europa Cristiana. En efecto, además de ser, junto con Casiano, el creador del monacato occidental, es también uno de los hombres que más influyó a través de sus escritos, su obra y sus discípulos en la primera evangelización de Europa. En su época se habían dado ya notables avances en la propagación del cristianismo y regiones enteras habían recibido el bautismo. Otras, en cambio, todavía no estaban evangelizadas, como ocurría con Alemania, Inglaterra, Polonia, Rusia, etc. Cada una de ellas tuvo un gran evangelizador. Baste pensar en san Agustín de Cantorbery, san Bonifacio y los santos Cirilo y Metodio. Sin embargo, los monjes de san Benito y los que nacieron después al abrigo de su Regla y comunidad, fueron un factor decisivo en la inserción del cristianismo en todos los estamentos y actividades de las que hoy llamamos naciones europeas. El ora et labora de san Benito, junto con la predicación y vida de los frailes mendicantes, fue el fermento con el cual obispos, monjes y simples fieles alumbraron la Europa de las Catedrales y Abadías, de las Universidades, de las grandes pinturas y esculturas, de la ciencia y de las artes, del comercio y de la agricultura, de los autos poetas y de los grandes predicadores, la Europa cristiana hasta la médula. Esa Europa siguió escribiendo páginas gloriosas de fe, entre las que sobresale en palabras del Beato Juan Pablo II la evangelización del Nuevo Mundo. Gracias a aquellas legiones de misioneros franciscanos, agustinos, dominicos y jesuitas la luz del Evangelio y de la fe llegó a aquellos inmensos territorios, donde hoy vive la mitad de los católicos de todo el mundo.

Por diversas causas que todos conocemos , desde hace unos siglos Europa inició un camino de alejamiento progresivo de la fe. Hoy nos encontramos con una Europa muy alejada de Jesucristo y muy necesitada de una nueva evangelización. Dios nos ha llamado a nosotros en este momento para que seamos colaboradores suyos. Monjes y seglares, obispos y fieles, sacerdotes y religiosos, todos estamos llamados a sembrar el Evangelio en estas tierras a las que se puede llamar con toda verdad «tierras de misión».

En efecto, si hasta hace poco esa expresión iba muy unida a ciertos territorios, muy lejanos geográficamente de nosotros: África, Asia y Oceanía, hoy ya no es así desde el punto de vista de la fe. Amplísimos sectores de personas: jóvenes, matrimonios, mundo universitario y mundo del trabajo manual, científicos y artistas, creadores de opinión pública y difusores de cultura en toda su amplia gama, necesitan oír por primera vez el kérigma, el primer anuncio gozoso y fundamental de la fe, la primera llamada a convertirse al Dios de Jesucristo y -en tantos casos- incluso a recibir el Bautismo. Es verdad que muchos de nuestros contemporáneos ya oyeron ese anuncio. Pero lo oyeron de modo muy parcial y, desde luego, ahora se encuentran en una situación tal que es casi idéntica a la de quienes nunca lo oyeron.

Queridos hermanos: Dios cuenta con nosotros para realizar esta apasionante tarea. Y por ello, nos convoca a ser seguidores de Jesucristo con verdadera radicalidad evangélica: colocando el trato personal con Jesucristo por encima de todo, siendo verdaderamente pobres como hemos leído en el evangelio , no teniendo otro horizonte ni otra meta que anunciar el Evangelio con nuestra vida y con nuestra palabra.

Como nos dijo el gran Juan Pablo II necesitamos «nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas propuestas» para la nueva evangelización. El Papa Francisco nos lo viene recordando desde el primer día de su elección. El sábado pasado tuve ocasión de volvérselo a escuchar en la reunión con los seminaristas de todo el mundo en Roma. Nos dijo el Papa: «Quiero una Iglesia mucho más misionera». Lo que él entiende con esa expresión, lo explicaba al clero de Roma hace unas semanas, cuando les decía: en el evangelio se habla de un pastor que perdió 1 oveja y dejó las otras 99 para ir a buscarla. Nosotros hemos de convencernos de que los términos de han invertido: tenemos 1 en el redil y 99 fuera; hay que ir a buscarlas. Hay que ir a buscarlas a todos los rincones del mundo. También a todos los rincones de Europa y España.

Pero no nos engañemos. Para ser apóstoles hay que hacerse antes discípulos. Y para ser discípulos hay que seguir la hoja de ruta que siguió Jesús: hay que estar con él, hay que tratarle y conocerle a fondo, hay que estar dispuestos a seguirle sin condiciones. Eso se llama oración, contemplación, vida de intimidad con Jesús. Nos lo decía el Papa en la concelebración del domingo pasado en san Pedro: «La nueva evangelización hay que hacerla de rodillas». Nosotros no somos activistas político-sindicales ni vendedores de empresa. Somos testigos de algo que ha cambiado nuestra vida y queremos darlo a conocer a quien quiera escucharlo.

Que san Benito y la Santísima Virgen intercedan por nosotros, para que firmemente enraizados en la fe y el amor a Jesucristo y con un buen bagaje de doctrina salgamos a todos los senderos del mundo a anunciar que Jesucristo es el Único Salvador del mundo y de la historia.

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