Día del Misionero Burgalés
Monasterio de Santo Domingo de Silos – 24 agosto 2013
1. Dentro de unos momentos, la Iglesia y esta comunidad Benedictina de Silos contará con un sacerdote más. Este hecho es motivo de profundo agradecimiento a Dios por haberte dado esta maravillosa vocación, haberte dado incontables gracias durante el camino y haberte demostrado tantas veces su benevolencia de Padre. Es también un motivo de gran alegría para tus familiares, sobre todo para los padres, para tus hermanos de comunidad y para cuantos, de una manera u otra, han colaborado con Dios para que llegaras ahora al sacerdocio. Finalmente, es motivo de alegría para mí, porque además de conferirte la ordenación , tengo la suerte de agradecer públicamente a tus padres el que te trasmitieran la fe desde la más tierna edad, que te enseñaran a rezar y a preocuparte por los demás, y haber acogido con santo orgullo tu llamada. También agradezco a esta comunidad benedictina haber sido tu maestra y pedagoga en el seguimiento total y radical de Cristo y haberte preparado para este ministerio.
2. El sacerdote, hermanos, sigue siendo un don necesario más aún, indispensable para la Iglesia y para el mundo. Es verdad que todo el Pueblo santo de Dios es un Pueblo de sacerdotes, profetas y reyes; y que participa realmente del único sacerdocio de Jesucristo, gracias al Bautismo. Pero el mismo Jesucristo ha dispuesto que algunos miembros de ese pueblo sacerdotal desempeñen en su nombre y con su autoridad el ministerio de anunciar el Evangelio, celebrar los sacramentos y apacentar el pueblo de Dios. Desde hoy, este hermano entrará en esta órbita y se convertirá en ministro de Cristo para pastorear a su Pueblo.
La ordenación sacerdotal no es un encargo una especie de misión diplomática por parte de Jesucristo. Es una consagración, una unción espiritual que el Espíritu Santo derrama sobre él, que le configura con Jesucristo Maestro, Sacerdote y Pastor. ¡Qué trasformación tan íntima y tan profunda se verificará en él, pues, cuando diga: «Esto es mi Cuerpo, éste es el Cáliz de mi Sangre», «Yo te absuelvo de tus pecados»; se realizará el prodigio del cambio del pan y del vino en el mismo Jesucristo y los pecadores verdaderamente reconciliados con Dios y con la Iglesia.
3. Los seglares, como todos los cristianos, pueden y deben anunciar el Evangelio, participar en la sagrada liturgia y construir la ciudad terrena. La suya es una vocación maravillosa y una tarea imprescindible. Pero no pueden celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados ni regir al pueblo en nombre y con la autoridad del mismo Jesucristo. Esto es propio y exclusivo de los sacerdotes ministros: sólo ellos pueden celebrar la Eucaristía, perdonar los pecados, ungir a los enfermos, conferir el Espíritu Santo, regir al Pueblo de Dios y edificar la comunidad con la misma autoridad de Cristo.
Los seglares, para cumplir bien con su misión, necesitan que los sacerdotes ministros les enseñen la doctrina de Jesucristo, les santifiquen con los sacramentos y les dirijan debidamente, de modo que con plena libertad y responsabilidad participen en la edificación de la sociedad según el espíritu del Evangelio. Por eso, tu, que hoy recibes la ordenación sacerdotal, eres consagrado para dedicarte en cuerpo y alma al ministerio de servir a tus hermanos, según la autoridad y disposición del mismo Jesucristo.
4. Los sacerdotes ministros son consagrados para ser enviados; son segregados del Pueblo para ser insertados de un modo nuevo en ese mismo Pueblo. Esta misión no la reciben para realizarla durante unos años o con una comunidad concreta. La misión que Cristo les confía es ¡para siempre!, ¡para todos los hombres! y ¡para todas las geografías y culturas! Es verdad que la fragilidad humana es tan grande que puede frustrar este proyecto tan maravilloso y quebrantar la Alianza que Cristo establece con ellos. Pero, aunque los hombres seamos infieles, él permanece siempre fiel; de modo que el que hoy recibe la ordenación será sacerdote siempre: «tu es sacerdos in aeternum».
5. Jesucristo te llama en una encrucijada histórica difícil pero apasionante. Difícil, porque los aires que hoy soplan sobre Europa y España son, con frecuencia, refractarios cuando no hostiles al Evangelio. Incluso los mismos valores humanos de la vida, de la familia, de la verdad, de la distribución justa de la riqueza, de la paz, del respeto a las creencias de cada uno.., son rechazados por tanta gente.
Pero es un momento apasionante. Porque apasionante es llevar a cabo el proyecto de «trasformar un mundo selvático en humano, y de humano en divino» (Pío XII). Apasionante es ver que la globalización y los medios de comunicación hacen posible hoy llegar hasta el último rincón de la tierra. Apasionante es tener la posibilidad de proponer a Jesucristo a los hombres de nuestro tiempo como lo que realmente es: Redentor del hombre, Salvador de la historia, revelador del rostro verdadero y atrayente de Dios. Apasionante es gastarse y desgastarse por servir con amor y gratuidad a los demás.
6. Hermano: vas a ser sacerdote de la Iglesia de Jesucristo con el carisma específico de S. Benito. Tu familia ha producido muchísimos y ubérrimos frutos de santidad y apostolado. Los monasterios benedictinos no han pasado de moda. Tampoco los medios que S. Benito propuso para vivir la vocación monacal: la oración y el trabajo. Muy al contrario, la entrega incondicional y el testimonio de vuestra vida santa, resuena hoy con fuerza especial en un mundo que necesita despertadores de la transcendencia. Seguid siempre su ejemplo.
La Iglesia particular tiene necesidad de la vida consagrada. Una diócesis que estuviera desprovista de monasterios de especial consagración estaría privada de un elemento que pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia, del que no se puede prescindir. La Iglesia de Burgos se alegra por ello de los distintos monasterios, entre ellos este de Silos, que enriquecen la comunidad diocesana, de las vocaciones que los alimentan y muy concretamente de esta ordenación sacerdotal para el servicio fundamentalmente de la comunidad benedictina.
7. Que la Santísima Virgen sea la Madre a la que recurras siempre como hijo pequeño que necesita de su ayuda y protección. Y que la Eucaristía sea el centro, la raíz, la fuente y la meta de tu sacerdocio.