Dos espejos para mirarse

Cope – 25 agosto 2013

Los dos son italianos y deportistas de alta competición, pero su vida ha recorrido caminos muy distintos. Sus nombres son: Mara Santangelo y Carlo Ancelotti. Ella es tenista y él ha sido futbolista de élite y ahora entrenador del Real Madrid.

Santangelo es una tenista de talento y decisión. A pesar de un problema congénito en los pies, le prometió a su madre llegar a Wimbledon y convertirse en una campeona de tenis. Estuvo a punto de lograrlo en junio del 2005, cuando se enfrentó a la estadounidense Serena Williams y le iba ganando el primer set. Pero en ese momento sus dolores del pie se hicieron tan insoportables que tuvo que retirarse al baño, tras obtener el preceptivo permiso. Allí comprobó que chorreaba sangre. Vuelve al campo pero no se tiene en pie. Pierde el partido y la oportunidad de ser campeona del mundo.

Se pone furiosa y se dirige a su madre fallecida en accidente cuando Santangelo tenía 16 años, porque piensa que la ha abandonado cuando más la necesitaba. También se enfada con Dios. Sigue jugando y formando parte del equipo nacional italiano de tenis y ganando torneos como individual y en dobles. Pero en 2009 tiene que rendirse ante una nueva lesión que le impedirá jugar más a nivel profesional.

Su vida no fue fácil. Sus padres se separaron cuando ella era todavía una niña. No aceptó esta muerte de su madre ni el dolor del pie, lo que le llevó a estar enfadada con todo el mundo. Así lo ha puesto de relieve en un libro que acaba de escribir, en el que toda la primera parte es una historia de esta rabia y de su incapacidad para aceptar el dolor.

Un día decide ir a Medjugorje. Y allí cambia su vida. En el mismo libro confiesa que ella, que «apenas era capaz de hacer la señal de la Cruz y apenas recordaba el Avemaría» y que no se había confesado desde el día de su Primera Comunión, es tocada por la gracia y decide confesarse. Mientras está en fila aguardando su turno, siente miedo de acercarse al confesor. Pero piensa: «Jesús entenderá mis fragilidades» y se dice a sí misma: «Forza Maretta». Después de arrodillarse, confiesa todo río caudaloso de aguas sucias. Pero se siente amada, entendida, escuchada y con una serenidad que nunca había experimentado. Como ella escribe en su libro, «ha sido el inicio de una nueva vida. Ella, que siempre había sido muy reservada, comienza a acoger y ayudar a los demás y entra en el grupo «Nuevos Horizontes». «¡Qué felicidad ser útil al prójimo!, ¡Qué alegría acoger con amor, buscando ser fuente de compartir!», ha escrito. Cuando alguien le pregunta el porqué de esta actuación, siempre responde igual: «Nuestra existencia no es nada sin amor, sin un corazón dispuesto a amar y a ser amado». En algún momento ha añadido: «El verdadero renacimiento espiritual está en entender que a través de ti, otros pueden ver una luz que va más allá de tu persona, más allá de la carne y de la materia: la luz resplandeciente de Cristo».

La vida de Ancelotti ha ido por un camino muy distinto. A pesar de su fama como futbolista y entrenador, nunca ha perdido de vista sus orígenes humildes. En su familia una familia de campesinos le inculcaron unos valores cristianos que todavía conserva. Tiene verdadera devoción por su padre, del que recuerda que trabajaba horas y horas para sacar adelante la familia y que nunca se enfadaba. Aunque pueda parecer que la vida de mi padre y la mía no se parecen en nada ha comentado en una entrevista reciente «veo comparaciones con el fútbol en todo momento».

Todo el mundo sabe que Ancelotti es muy devoto del Padre Pío, del cual lleva siempre consigo una estampa. «Hizo milagros y me siento muy movido emocionalmente por su vida», reconoce. En esa misma entrevista habla de su oración: «Creo en Dios y le pido cosas, aunque por cuestiones personales, no por fútbol. Creo que Dios tiene mejores cosas que hacer».

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