Fiesta de la Exaltación de la Sta. Cruz

Catedral – 14 septiembre 2013

«Nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo». Estas palabras –con las que comienza la liturgia de este día en que celebramos la Exaltación de la Santa Cruz– son no sólo una invitación sino un mandato. Porque no se nos dice: «podéis gloriaros en la Cruz», sino «gloriaos», que es un imperativo. La traducción más aproximada sería: «tenéis que gloriaros en la Cruz de Jesucristo».

Quien nos lo dice es san Pablo. Precisamente él había sido un encarnizado enemigo del Crucificado y de quienes le seguían como discípulos. Él, ferviente fariseo judío, veía no sólo inconcebible sino blasfemo decir que el Crucificado era el Mesías enviado por Dios y esperado durante siglos y siglos. Él soñaba con un Mesías glorioso, triunfador y dominador. ¿Cómo podía seguir al que había sido condenado a muerte, más aún, a la muerte más ignominiosa, pues la cruz estaba destinada a los esclavos y a los más perversos criminales?

Además, san Pablo manda gloriarnos en la Cruz de Jesucristo en una carta que escribió a la comunidad de Galacia, de mentalidad judía pero de cultura helénica. Precisamente, por ser de cultura griega, los gálatas consideraban que la Cruz era una locura, porque para esa cultura, la salvación del hombre y de la humanidad venía de la sabiduría, de la ciencia.

¿Por qué Pablo cambió tan radicalmente, hasta el punto de llegar a escribir que él no quería predicar más que a Cristo crucificado, que era escándalo para los judíos y necedad y locura para los griegos? ¿Por qué Pablo deja de combatir contra el Crucificado y se convierte en su mayor apóstol?

¿Por qué cambió el esquema del poder y gloria por el de la humillación?

Él mismo nos lo dice. Tras el encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco, comprendió que nosotros hemos de gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, porque «en ella está nuestra salvación, vida y resurrección; Él nos ha salvado y liberado».

Esta es la clave para entender, aceptar, vivir y comunicar a los demás la Cruz de Jesucristo. Ella es el árbol de la vida, el árbol del que pende no un malhechor sino Dios hecho hombre por nuestro amor. La Cruz es el árbol Nuevo que se ha levantado frente al árbol viejo del Paraíso, y en él Cristo le ha vencido: no enfrentándose a Dios y queriendo ser más que Dios, sino aceptando la voluntad de Dios y haciéndose humilde hasta el extremo. Frente a la desobediencia soberbia, la obediencia humilde.

Lo canta maravillosamente el prefacio que diremos enseguida: «Te damos gracias Señor, Padre Todopoderoso… porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo Señor Nuestro».

San Andrés de Creta lo dice con gran belleza y lirismo en el Oficio de lectura de hoy: «Sin la Cruz, Cristo no hubiese sido crucificado. Sin la Cruz, aquel que es nuestra vida no hubiese sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado en el leño, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en el que constaba nuestra deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, y el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no habría sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos».

2. Dios es siempre imprevisible y desconcertante en sus planes. Pero en ninguno lo es tanto como en el medio elegido para demostrarnos el amor infinito que nos tiene. El Padre determinó en su designio de salvación –concebido en la eternidad y revelado en el tiempo– que el plan destruido por el hombre en el paraíso, sería restaurado por su Hijo, mediante su sacrificio en la Cruz. Eso llevaba consigo que el Hijo se hiciese hombre, se despojase de su gloria divina y pasase como un hombre cualquiera. Más aún, que fuera tomado por un malhechor y, siendo completamente inocente, cargase con las culpas de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. El Hijo obedeció totalmente al Padre y se hizo hombre, humillándose hasta la muerte y morir por amor en una Cruz.

Sin embargo, el plan de Dios no sólo tenía la secuencia de la muerte y de la cruz. Incluía también la secuencia de la resurrección y de la glorificación. Más aún, estaba pensado de tal modo que la humillación hasta el extremo concluiría en la exaltación también hasta el extremo. ¡Qué bien lo decía la segunda lectura!: Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte y muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó y levantó sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre». La locura de amor del Padre y del Hijo, como decía el Evangelio, llevó a Cristo a clavarse en la Cruz, para desde ella reinar sobre todos los hombres, más aún sobre toda la creación.

Se comprende bien que hoy, hermanos, celebremos no el fracaso sino el triunfo de la Cruz, no la humillación sino la exaltación. La Cruz se ha trocado de patíbulo en trono de gloria. Desde ella Jesucristo ha establecido un reino que ya no tendrá fin. Sí, regnavit a ligno Deus, Dios ha reinado desde la Cruz.

3. Queridos hermanos: la Cruz sigue siendo hoy lo mismo que en tiempo de san Pablo. Muchos hombres y mujeres la miran con desprecio y hasta con odio. Ellos tienen otros dioses: el dinero, el poder, el placer, la fama, el sobresalir sobre los demás, el culto y la exhibición del propio cuerpo. Los nuevos dioses son los futbolistas, los cantantes, las actrices, los directores de las multinacionales, las pasarelas de la moda.

Muchas cristianas y muchos cristianos también se han dejado deslumbrar por estos nuevos dioses y van detrás de ellos. Basta observar cómo visten, qué comen, qué lugares y espectáculos frecuentan, qué modelos de vida siguen.

Ante esta situación, el Papa Francisco se encaraba paternalmente con los jóvenes en Rio de Janeiro y les preguntaba si estaban dispuestos a ir contracorriente y seguir a Jesucristo, o dejarse arrastrar por las corrientes de la moda: en el pensamiento, en los proyectos de vida, en el modo de vivir la vida de cada día. Y les decía: ¿Queréis ser como Pilatos o como la Verónica y el Cireneo, como los que gritaban «crucifícale» o con el centurión que confesaba «Este hombre es hijo de Dios»?

4. Miremos la imagen del Santo Cristo de Burgos y escuchemos de su boca rota la misma pregunta: ¿quieres ver en Mí tu salvación? ¿quieres seguirme, yendo a contracorriente de lo que hoy se piensa y se hace a tu alrededor? ¿O quieres ir donde todos van, hacer lo que todos hacen, volverme la espalda y seguir tus egoísmos y tus placeres?

Estoy seguro de que todos nosotros vamos a responderle: Santo Cristo de Burgos: Tú eres nuestra salvación, tú eres nuestro Señor y nuestro Dios. NO te dejaremos, no. Más aún, te prometemos cambiar nuestros criterios egoístas y de placer por otros de humildad y entrega generosa. Te prometemos hacer de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestros compromisos sociales un reflejo de tu Cruz salvadora. Queremos que ellos se rijan por el deseo ferviente de cumplir tu voluntad, no la nuestra ni la del mundo.

¡Virgen de los Dolores! –cuya fiesta celebraremos mañana–: enséñanos a estar al pie de la Cruz de tu Hijo para ser salvados y recoger las fuentes de salvación, para que así podamos nosotros salvar a nuestro mundo.

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