Fiesta de la fe

Polideportivo Maristas – 5 octubre 2013

1. Acabamos de escuchar unas lecturas que son muy adecuadas para concluir este día luminoso en el que estamos celebrando una fiesta de la fe, con una referencia muy particular a la familia cristiana. Todos somos parte, de una u otra forma, de una familia, que nos ha dado la vida, nos ha hecho cristianos y nos sigue acompañando en nuestra andadura humana y de fe.

En la primera lectura, el profeta Habacub se queja a Dios, porque no hace caso de la situación en que se encontraba su pueblo. Israel, en efecto, estaba sometido al dominio militar de Babilonia. Aunque era una situación injusta, pasaba el tiempo y Dios no actuaba. El profeta protesta, pero Dios le responde, diciéndole que confíe en él. Porque «el justo vivirá por la fe», mientras que «el incrédulo no tendrá un alma recta».

El mensaje de esta lectura es muy actual para nosotros. Porque la familia y el matrimonio a veces pasan por situaciones difíciles y que parecen injustas: situación económica apurada, paro, fracasos, dificultad para educar a los hijos, problemas especiales de convivencia de la pareja, etc. La fe nos dice que Dios es nuestro Padre y no nos dejará de la mano, como no dejó a su pueblo; y terminará resolviendo las cosas.

No quiere decir que la fe acabe con los problemas. Lo que quiere decir es que la fe nos dará fuerza para sobrellevarlos, y nos dará luz para entender que los planes de Dios pueden seguir unos caminos distintos a los nuestros. Puede sucedernos lo que le pasó a Enmanuel Josehh Bishop. Es un chico norteamericano que tiene ahora 16 años. Cuando su madre fue al ginecólogo, éste le dijo que lo eliminara, porque tenía rasgos del síndrome Down. Su madre reaccionó con fe y siguió adelante. Hoy ese hijo, a sus 16 años, habla cuatro idiomas -entre ellos el castellano-, toca el violín, da conferencias y ha protagonizado conciertos con varias orquestas sinfónicas. Por si fuera poco, es un católico muy devoto y él lo dice con orgullo.

¿Veis? Su madre reaccionó con fe ante una aparente injusticia de Dios con ella. Pero se fió de Dios y Dios no la defraudó.

2. Casos como éste y otros que pueden ser no tan graves, nos llevan de la mano al evangelio que hemos escuchado. Allí hemos encontrado a los apóstoles haciendo al Señor esta petición: «Señor, auméntanos la fe». ¿Por qué los apóstoles hacen esta petición? Porque se han dado cuenta, mientras habían acompañado a Jesús, que se fiaban todavía poco de él, que no acababan de entenderle, que les costaba mucho aceptar lo que enseñaba. No obstante, se dan cuenta de que esa situación tiene que cambiar. Pero se ven impotentes e incapaces para hacerlo. Supera sus fuerzas.

¿Qué hacer? No dejan a Jesús, no lo echan todo por la borda. Al contrario, reaccionan con humildad y sentido común, y le dicen a Jesús: «Auméntanos la fe». Y, efectivamente, Jesús les aumentó la fe mientras estuvo con ellos y, sobre todo, cuando les envió el Espíritu Santo después de su Ascensión al Cielo. El aumento de fe fue tan espectacular, que se lanzaron a predicar el evangelio por el mundo entero y confesaron a Cristo con su martirio.

Reaccionemos como ellos. No tengamos miedo en reconocer que tenemos poca fe, que dudamos, que nos tambaleamos, que, a veces, se nos viene el mundo encima. Acudamos al Señor a decirle: «¡Señor, tengo poca fe, no acabo de fiarme plenamente de Ti, sé que tengo que abandonarme en tus manos, pero soy incapaz. Ayúdame, auméntame la fe!». Y él nos la irá aumentando, y poco a poco iremos fiándonos más de él, hasta llegar a un total abandono. No dejemos de rezar, de pedir la fe, de pedir a Jesús que nos ayude y que nos aumente la fe.

3. Todos, pero sobre todo los padres, necesitamos hoy esta fe gigante. Porque nos encontramos en un momento en el que lo fácil es desertar y abandonar. El ambiente que respiramos es que lo que cuenta y vale es el dinero, el poder, el pasarlo bien a toda costa y a cualquier precio, el divertirse, incluso degradándose, el ir a los propios intereses sin hacer caso a los problemas de los demás. Y, por supuesto, no ir a misa los domingos o ir de pascuas a ramos, no rezar en familia, etc. En este ambiente suena con especial fuerza lo que hemos escuchado en la segunda lectura. San Pablo se encuentra prisionero en la cárcel y sabe que su muerte está cercana. En esa situación escribe a su discípulo más querido, Timoteo, para dejarle su testamento espiritual. Y lo que Pablo le dice en ese momento tan solemne de su vida es que sea fiel, que siga conservando la fe que ha recibido, que conserve el depósito de verdades que él mismo le ha entregado. Porque «eso», además de vivirlo personalmente, se lo tiene que trasmitir a los demás. Timoteo, efectivamente, a la muerte de san Pablo siguió conservando su fe y predicándola a los demás.

Queridos padres: vosotros sois los testigos y los predicadores de la fe a vuestros hijos. Sois sus primeros y principales catequistas. La parroquia y el colegio os ayudarán. Pero nadie os puede suplir. No penséis que no sabéis o que no podéis. Sabéis y podéis hacer lo más importante: darles el ejemplo de vuestra fe, rezar ante vuestros hijos, vivir el amor al prójimo ante ellos, acompañarles en sus problemas y dificultades con vuestro amor, con vuestra comprensión y con vuestro consejo.

Quisiera añadir algo que el Papa dijo ayer en Asís, refiriéndose a los padres y animándoles a leer y meditar la Palabra de Dios. «Papá y mamá son los primeros educadores. ¿Cómo pueden educar si su conciencia no es iluminada por la Palabra de Dios? Si su modo de pensar y actuar no está guiado por la Palabra de Dios, ¿cómo pueden educar a sus hijos? … Papá y mamá se lamentan: ‘Este hijo…’ Pero tú, ¿qué testimonio le has dado?

¿Cómo le has hablado? ¿Has hablado de la Palabra de Dios o de lo que dice el telediario?» Y concluía: «Papá y mamá deben hablar de la Palabra de Dios». Por eso, os invito a que en todas vuestras casas haya un Nuevo Testamento y que lo leáis y meditéis todos los días.

No hay herencia que se pueda comparar con la herencia de trasmitir la fe a los hijos. Ninguna otra cosa les ayudará tanto ante los problemas que la vida traerá consigo. Ninguna otra formación les servirá para resolver los grandes interrogantes que, más pronto o más tarde, todos nos hacemos: de dónde vengo, a dónde voy, qué sentido tiene mi vida, por qué tengo que sufrir y morir.

Terminemos, hermanos, dando gracias a Jesús que nos acompaña en nuestro camino y pidiéndole con humildad: auméntanos la fe para fiarnos plenamente de ti y para trasmitir a nuestros hijos la fe que tú nos has dado a través del ejemplo y de la palabra de nuestros mayores, especialmente de nuestros padres.

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