Fiesta de santa Teresa de Jesús

Carmelitas Descalzas – 15 octubre 2013

Nos hemos reunido esta tarde en la que fue la última fundación de la santa de Ávila, para celebrar la fiesta de santa Teresa de Jesús. Lo hacemos en el marco del año de la fe, que se encuentra en su último tramo, y cuando nos disponemos a celebrar el quinto centenario del nacimiento de esta gran mujer y de esta gran santa. La palabra de Dios que hemos escuchado en el Evangelio va a ser nuestro acompañante y nuestro guía, para descubrir el mensaje que el Señor quiere comunicarnos a quienes hoy celebramos la fiesta de santa Teresa.

Un día caluroso de primavera, Jesús llegó fatigado del camino y se sentó en el brocal del pozo de Jacob, en Samaría. Al cabo de un tiempo, llegó una mujer a sacar agua del pozo, como había hecho tantas veces. Jesús le pidió que le diera de beber. Ella se sorprendió de que un hombre que, además era judío, le pidiese agua para beber; pues los judíos no se hablaban con los samaritanos. Jesús conocía su vida, que no era lo que llamamos «un modelo», pues había convivido con cinco hombres y con el que ahora convivía tampoco era su marido. Sin embargo, hoy ha tenido la suerte de encontrarse con Jesús, que no ha venido a condenarla sino a salvarla. Y, efectivamente, este encuentro personal con Jesús le cambió tan radicalmente su vida, que no sólo se convirtió y se hizo discípula suya, sino que se trasformó en apóstol. Si hubiéramos concluido la lectura del relato que hoy hemos proclamado, habríamos encontrado que después de este encuentro con Jesús corrió a la ciudad para comunicar a sus vecinos que había encontrado al Mesías. Y lo hizo con tal convicción, que éstos vinieron en busca de Jesús y le pidieron que se quedara unos días con ellos.

A Teresa le ocurrió algo parecido. Llevaba tiempo en el convento de la Encarnación de Ávila. Pero queriendo conciliar lo inconciliable: la vida regalada con la vida de oración, la afición a Dios y el apego a las criaturas. Pero un día se cruzó Jesús en su camino. Según ella misma nos lo ha contado en el libro de su vida, al entrar en el oratorio, «vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo, muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece que se me partía, y arrojándome cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle» (Vida, IX, 1). Este encuentro con Jesús le cambió de tal suerte, que le hizo una gran santa y la gran reformadora del Carmelo.

El encuentro personal con Jesucristo es lo que cambia la vida de toda carmelita y la vida de cualquier cristiano. Mientras ese encuentro no tiene lugar, no hay verdadera vida cristiana, no hay verdadera vida religiosa; hay sólo apariencia. Se sigue a Jesús a ratos y cuando las cosas salen bien. En cambio, cuando un cristiano se encuentra personalmente con Jesús, Jesús le lleva a ser un discípulo de verdad y siempre: en su vida de convento, en su matrimonio, en su familia, en su profesión y en su vida social. Además, le hace discípulo alegre, no un discípulo de mala gana y como a la fuerza.

Hay un síntoma evidente de que se ha producido ese encuentro: aumenta el trato con Jesús y crece el deseo de comunicárselo a los demás. Es lo que le ocurrió a Santa Teresa. A partir de ese encuentro con el Cristo tan llagado, su alma vuela por las alturas de la verdadera oración mental. Descubre que orar «no es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (Vida, VIII, 5). Esta oración le lleva a enamorarse de Jesús, y descubre que «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones, V, 2).

Al fin, Jesús le descubre el gran proyecto que tiene sobre ella. ¿Por qué no volver al fervor y rigor de la regla primitiva? Desde este momento, Teresa pone a disposición de Jesús todas sus fuerzas para llevar a cabo la magna empresa. No le resultará fácil, pero seguirá adelante, porque el mismo Jesús le dirá en los momentos críticos: «Ahora, Teresa, ten fuerte» (Fundaciones, XXXI, 26). Y verá que es verdad lo que nos ha dejado escrito para los siglos venideros: «Nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran» (Conceptos, III, 7). Así irán saliendo uno a uno los conventos de san José, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Sevilla, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y este de Burgos, que fue su última fundación.

Hace unos días decía el Papa Francisco a las monjas de clausura de Asís: «Esta es vuestra contemplación: la realidad. La realidad de Jesucristo. No ideas abstractas, porque secan la cabeza. ¡La contemplación de las llagas de Jesucristo! Es el camino de la humanidad de Jesucristo. Siempre con Cristo, Dios-Hombre». Este fue el camino de Teresa y éste ha de ser nuestro camino: el vuestro, como carmelitas; y el nuestro como personas que vivimos en medio del mundo.

¡Cuánto necesitamos mirarnos en Santa Teresa! Ahora que estamos metidos en lo que llamamos «nueva evangelización», sus palabras tienen una fuerza iluminadora especial: «Para esto es la oración, hijas mías –apunta la madre a sus descalzas–; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras» (Moradas, séptima, IV, 6). Obras de obediencia, obras de pobreza, obras de apostolado. Eso son sus escritos, realizados siempre por obediencia; ese fue el ajuar que llevó a san José para realizar su reforma: una esterilla de paja, un cilicio de cadenilla, una disciplina y un hábito viejo y remendado; y eso fueron sus caminatas por todos los caminos de España para realizar sus fundaciones.

Queridos hermanos: vivimos en tiempo de posconcilio, como vivió ella. Vivimos un tiempo que pide reformas, externas e internas, como las pedía el suyo. Vivimos en «tiempos recios», como fueron también los suyos.

¿Qué hacer para no errar el camino ni trabajar en vano? Teresa nos lo ha dejado bien señalado: encuentro personal con Jesucristo, vida intensa de oración –entendida como trato de amistad con el Señor–, afán apostólico para llevar a Dios a los que están alrededor nuestro, aunque sean muchas las dificultades, y poner la confianza no en nosotros mismos sino en la fuerza de Dios.

Que la Santa castellana nos lo alcance del Señor, mientras nos vamos preparando al centenario ya próximo del 2015.

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