El papa Francisco quiere una Iglesia mariana

Cope – 20 octubre 2013

Aunque el pontificado del Papa Francisco está todavía en sus primeros compases, ya están marcadas algunas líneas del rostro de la Iglesia que quiere el Papa. Una de ellas es, sin duda, la mariana.

Baste recordar, por ejemplo que, al día siguiente de su elección y pese al cansancio acumulado del cónclave, muy de mañana fue a visitar la basílica de Santa María la Mayor. Él mismo ha dicho por qué y para qué lo hizo: «Fui con el fin de encomendar a la Virgen mi ministerio como Sucesor de Pedro». No sabemos lo que le dijo y le pidió a María de cara al ejercicio de su ministerio como Pastor supremo de la Iglesia. Quizás su oración fue la de un niño pequeño que, ante la magnitud de la tarea que su Hijo había puesto encima de sus espaldas, quiso ponerse en manos de la Madre, para que Ella le tratara como un hijo pequeño que necesita una protección especial. Y, ¿quién mejor que María, la Madre de Jesús y madre nuestra?

Esa escapada no fue un acto aislado. El Papa ha acudido ya más veces y, quizás, no sabemos cuántas han sido en realidad. En cualquier caso, sabemos que la víspera de comenzar el viaje a Río de Janeiro para la Jornada de la Juventud volvió a la misma basílica; en este caso, para poner en manos de María los frutos espirituales que esperaba de ese magno acontecimiento.

No contento con ello, a las 24 horas de haber llegado a Brasil, le faltó tiempo para acudir al Santuario de Nuestra Señora de Aparecida y poner de nuevo en manos de María la Jornada Mundial, pero añadiendo una precisión importante: «Vengo a llamar a la puerta de la casa de María –que amó a Jesús y le educó– para que nos ayude a todos: Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a trasmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno».

El último hecho mariano significativo del Papa Francisco tuvo lugar la semana pasada. El Papa ha querido que la celebración mariana, prevista con motivo del Año de la fe, tuviera un significado especial. Para ello mandó traer a Roma la imagen de la Virgen de Fátima que se venera en el santuario que lleva su nombre. En una magna celebración en la Plaza de san Pedro, el Papa ha querido poner la Iglesia y el mundo –con sus preocupaciones y esperanzas, con sus alegrías y penas, con sus problemas y anhelos– en manos de María. Más que una «consagración» ha sido un acto de «abandono confiado».

El Papa Francisco es consciente de que la Iglesia tiene que buscar a Cristo, para hacerse cada vez mejor discípula y más apóstol. La Iglesia necesita importantes reformas de estructuras y métodos. Pero no es eso lo más urgente y necesario. Él mismo se lo ha dicho al director de la Civiltà Cattolica, en una reciente entrevista. Lo realmente trascendental es que los cristianos, pastores y fieles, seamos verdaderos discípulos de Jesucristo. Ahora bien, como el mismo Papa decía en Río, «la Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide Muéstranos a Jesús».

No deja de ser significativo que después de un Papa que vivió un «totus tuus» –»todo tuyo»– en un crescendo ininterrumpido y nos impulsó a tratar a María como verdaderos hijos, haya venido otro Papa que, pese a tener una procedencia y sensibilidad muy distintas, no encuentre mejor camino que proponernos que el camino de María. ¿Qué nos querrá decir Jesucristo a través de los gestos marianos del que ahora es su Vicario en la tierra? ¿Qué gracias estarán condicionadas a que pastores y fieles metamos de verdad a María en nuestros planes y proyectos, en nuestras ilusiones y anhelos, en nuestros temores y esperanzas? No lo sé. Pero estoy seguro de que si imitamos al Papa en su ardiente y confiado amor a María, la Iglesia saldrá renovada y remozada.

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