¿Se respeta en Europa la libertad religiosa?

por administrador,

Cope – 24 noviembre 2013

Hace unos días, comentaba con una persona la situación religiosa en el mundo. En un momento de la conversación dije que cada año son asesinados cien mil cristianos en el mundo. Mi interlocutor me interrumpió: «Ha dicho cien mil ¿he oído bien?» La cifra le dejó tan sorprendido como a mí, cuando la leí en una publicación reciente. La cifra es correcta, porque la ha confirmado –y nadie la ha desmentido– el observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas. Durante la 23 sesión del Consejo de Derechos Humanos, del pasado mes de mayo, Silvano Tomassi afirmó: «Una investigación reciente ha llegado a esta conclusión impactante: más de cien mil cristianos son asesinados cada año debido a su relación con la fe».

Sólo en agosto de 2008, en la India fueron asesinados 500 cristianos. En enero de 2012 hubo un atentado en una iglesia de Nigeria donde murieron cuarenta personas y en todo el año 2011 fueron asesinadas 550. Entre 2003 y 2012 han emigrado de Iraq seiscientos cincuenta mil cristianos y desde 2003 han sido asesinados dos mil. En Egipto, la situación de los cristianos ha empeorado con la subida al poder de los Hermanos musulmanes.

En Occidente no se dan este tipo de casos. Sin embargo, hay leyes y prácticas que limitan también la libertad religiosa. Un informe sobre Intolerancia y Discriminación presentado recientemente en Tirana (Albania), en una Conferencia de Alto Nivel de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), presentó 169 casos llamativos de intolerancia contra los cristianos en la Unión Europea durante el año 2012.

Esta intolerancia no se refiere exclusivamente a cuestiones meramente religiosas. El espectro es más amplio y se centra en estos cinco aspectos fundamentales: la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión y asociación, las políticas de igualdad y los derechos de los padres a la educación de sus hijos. Por ejemplo, la objeción al aborto o a la dispensación de anticonceptivos representa un serio problema para los profesionales de la salud que se oponen a estas prácticas en diversos países. Así mismo, encuentra un freno severo quien disiente de entender la homosexualidad como una práctica normal y sin reparos éticos. También hay poca tolerancia con las manifestaciones pacíficas pro-vida ante las clínicas abortistas.

En una obra colectiva, publicada por la universidad de Georgetown (EE.UU), un grupo de expertos defiende que la libertad religiosa es nuclear para la dignidad humana, la democracia y la paz mundial. Por eso, no sólo es un derecho humano que hay que defender, sino también una necesidad de los estados para su propia seguridad y pervivencia. Por lo que respecta al cristianismo, esto tiene una vigencia más especial. Porque, como sostiene por ejemplo Haro en su libro sobre «Cristianos y leones», esta confesión supone un freno al poder omnímodo de las dictaduras que penalizan el ejercicio del derecho a la libertad religiosa.

En este sentido, no puedo menos de recordar una anécdota del Beato Juan Pablo II al Pontificio Consejo para la Familia, donde yo trabajaba entonces. En una reunión sobre los derechos de la familia nos dijo: Hay que defender la libertad religiosa con todos los medios pacíficos a nuestro alcance, porque se trata de un derecho no sólo fundamental sino fundamentalísimo; uno de los primeros derechos. El Papa se refería, y así hay que entender ese derecho, no sólo a la libertad para ir a una iglesia y participar en los cultos religiosos que en ella se celebran, sino para orientar las diversas facetas de la vida: la profesión, la familia, las relaciones sociales, los acontecimientos deportivos, literarios, artísticos, las leyes… según las propias creencias. Evidentemente, respetando las opciones legítimas de los demás, incluidos los que no tienen ninguna creencia.

Clausura del Año de la Fe en Burgos

por administrador,

Iglesia del Carmen – 23 noviembre 2013

Nos hemos congregado aquí para clausurar el Año de la fe en nuestra diócesis. No podíamos elegir otro marco mejor: la fiesta de Cristo, Rey del Universo, que recapitula el dominio de Dios sobre todas las cosas y nuestra incorporación gozosa a ese reino y la celebración de la Eucaristía para responder con un agradecimiento justo y adecuado a tantas gracias que Dios ha derramado sobre nosotros a lo largo de este camino que comenzamos hace ahora poco más de un año. Sin miedo a exagerar podemos decir ahora que Dios se ha volcado sobre nuestra diócesis. ¡Cuántas indulgencias plenarias lucradas a nivel personal y parroquial, cuántas confesiones y comuniones, cuántos obras de caridad y de servicio al prójimo, cuánto crecimiento hacia adentro, con la plegaria insistente: «Señor, yo creo, pero aumenta mi fe»! Demos, pues, gracias a Dios.

Sin embargo, esta lluvia de gracias que hemos recibido no puede quedar en un acontecimiento puntual y del pasado. Al contrario, tiene que lanzarnos hacia el futuro para encararle con absoluta confianza y con inmenso gozo. Por eso, más que clausurar el Año de la Fe, esta celebración inaugura un nuevo tiempo, para ser mejores evangelizadores, hoy y aquí, en íntima comunión eclesial, y a nivel personal y comunitario.

El Plan Diocesano «Seréis mis testigos» –que acabamos de aprobar–, es la hoja de ruta para este nuevo camino que comenzamos hoy. No voy a repetir ahora lo que en él está indicado. Pero sí quiero hacer algunos subrayados.

El primero y más importante es que deseo que entre todos hagamos una diócesis mucho más evangelizadora y mucho más misionera, centrada en la persona de Jesucristo. No tenemos oro ni plata para resolver todos los problemas materiales que acucian a tantos hermanos nuestros. Pero tenemos a Jesucristo. ¡Ese es nuestro tesoro y ese es el tesoro que hemos de ofrecer a los demás! Como nos ha recordado el Vaticano II, «el misterio del hombre encuentra únicamente su respuesta en el misterio del Verbo Encarnado» (GS 22).

El hombre y la mujer de hoy tienen muchas necesidades y están agobiados por múltiples problemas. Pero en el fondo, lo que el hombre y la mujer de hoy buscan por encima de todo –aunque sea de modo inconsciente– es a Dios, es a Jesucristo. Nosotros hemos tenido la inmensa suerte de conocerle y haber sido alcanzados por su amor. Tenemos la experiencia de que sólo Él colma las aspiraciones y da respuesta a las grandes preguntas del corazón. Como los Apóstoles tenemos la experiencia de que Jesús vive, que está entre nosotros, que es nuestro compañero de camino. Esta experiencia es la que hemos de comunicar a los demás.

Todos estamos, por tanto, invitados, más aún urgidos a anunciar con nuevo empuje y convicción la Persona de Cristo, muerto y resucitado. El Papa Francisco –el pasado domingo– nos ha señalado el horizonte hacia el que caminar: «Hay que salir de la propia comunidad y atreverse a llegar a las periferias existenciales que necesitan sentir la cercanía de Dios. Él no abandona a nadie y siempre muestra su ternura y su misericordia inagotables. Pues esto es lo que ha que llevar a toda la gente». ¡¡Pensad en tantas periferias existenciales que ha creado la inestabilidad en el compromiso matrimonial, el divorcio, el aborto, el abandono de los ancianos por sus hijos, la convivencia en pareja sin estar casados, el paro, la crisis económica, la inmigración, la droga y el alcohol, la tristeza de tantísimos jóvenes sin ganas de vivir!!

El Papa Francisco nos entregaba la falsilla sobre la que trazar nuestra evangelización. La tarea evangelizadora supone mucha paciencia, mucho sosiego para cuidar el trigo sin perder la paz por la cizaña, saber presentar el mensaje cristiano de forma serena y gradual, comenzando por lo más esencial y lo más necesario. Lo primero y más necesario es anunciar que Dios nos ama, que nos ha entregado a su Hijo Jesucristo, que en ese Hijo nos da la prueba más evidente de que nos quiere y desea nuestra salvación.

Sin embargo, esto no quiere decir que nuestra evangelización deba ser rutinaria o repetitiva. Todo lo contrario. Estamos en un nuevo escenario; un escenario que es muy distinto del que hemos conocido hasta ahora. Por eso, nuestra evangelización ha de tomarse al pie de la letra estas palabras del Papa: «Debe esforzarse por ser creativa en sus métodos. No podemos quedarnos encerrados en los tópicos del ‘siempre se hizo así’».

Los primeros convocados a la acción evangelizadora de nuestra iglesia diocesana son las familias. La familia es la iglesia doméstica y los padres son los primeros trasmisores de la fe a sus hijos. Como ha recordado con insistencia el Magisterio de los últimos Papas y confirma la experiencia de todos los tiempos, la educación religiosa que se realiza en la familia es insustituible. De tal modo, que si ella falta, la suplencia que realizan las otras dos instancias educativas: la parroquia y el colegio, nunca colma del todo ese vacío.

Son los padres quienes han de despertar la fe de sus hijos. Son los padres los que han de rezar con los hijos, participar en la misa del domingo con ellos, darles los criterios cristianos básicos, ayudarles a descubrir la vocación a la que Dios les llama y ayudarles y secundarla. En una palabra: la familia es la primera y gran educadora de la fe. Así ha sido durante siglos. Pero esa cadena se ha roto en muchísimos casos. Dios nos llama a pedir luces, a tener imaginación, a renovar esfuerzos para ir creando familias que sean las células de nuevas comunidades cristianas.

Evidentemente, soy yo –como obispo– y vosotros presbíteros –como indispensables colaboradores– los primeros impulsores de esta nueva etapa evangelizadora a la que Dios nos convoca. Somos nosotros los que primero tienen que ayudar a las familias en su tarea de trasmitir la fe; y a los seglares, en general, para que sean fermento en medio del mundo en el que viven: la propia familia, el trabajo, la cultura, el deporte, la política, etc. Hemos de pedir al Señor que nos enseñe a caminar más cerca de la gente, a enardecer su corazón, a entrar en diálogo con sus ilusiones y sus temores. En esta tarea apasionante, no podemos regatear esfuerzos, atenciones y acompañamiento.

Y junto al Obispo y los presbíteros los catequistas que hacen –como lluvia mansa y fecunda– que el misterio de Cristo anide en los corazones desde muy temprana edad.

Los consagrados y consagradas tenéis también una tarea preciosa que desarrollar. El Papa Francisco decía también el domingo pasado refiriéndose a vosotros: «Pido a los consagrados y consagradas que sean fieles al carisma recibido, que en su servicio a la Santa Madre Iglesia jerárquica no desdibujen esa gracia que el Espíritu Santo dio a sus fundadores y que deben trasmitir en toda su integridad. Es esa la gran profecía de los consagrados. Seguid adelante –concluía el Papa– en esa fidelidad creativa al carisma recibido para servir a la Iglesia».

La diversidad de carismas no es un problema sino una riqueza. La pluralidad de carismas sirve para presentar de modo más completo y más nítido el rostro de la Esposa del Espíritu Santo. Por eso, no sólo no hay que tenerles miedo o recelo sino acogerlos y potenciarlos con amor. ¡Abracemos todos con amor la gran variedad de carismas religiosos que hay en nuestra diócesis!

Queridos hermanos: un inmenso y apasionante panorama evangelizador se abre ante nosotros. Dios nos convoca a revitalizar la Iglesia y a salir a todas las encrucijadas del mundo a anunciarles la gran noticia de que Dios les ama y que Jesucristo ha muerto por todos. El martes será publicada la exhortación postsinodal «Evangelii gaudium», «El gozo del evangelio». Estemos muy atentos, porque el Papa Francisco no nos defraudará con sus propuestas.

¡Virgen del Carmen: a tu sombra clausuramos este Año de gracia, que ha sido el Año de la fe. Míranos con especial ternura; haznos conocer más y mejor a Jesucristo; enséñanos a hacer lo que él nos diga; aumenta nuestro celo; danos la audacia que necesitamos para emprender caminos nuevos; y, sobre todo, haz que sintamos tu amor de Madre. Señora nuestra, estrella de la evangelización: en tus manos ponemos la nueva evangelización de nuestra diócesis y la de toda la Iglesia!

Importantes acontecimientos diocesanos

por administrador,

Cope – 17 noviembre 2013

Celebramos hoy en toda España el «Día de la Iglesia Diocesana», bajo el lema «La Iglesia con todos, al servicio de todos». Como es lógico, los cristianos de Burgos también nos unimos a esta efeméride con nuestra oración, con nuestra aportación para hacer frente a tantas necesidades que la crisis económica ha agrandado y agudizado y con nuestro compromiso de vivir y difundir el Evangelio de Jesucristo en nuestros ambientes familiares, profesionales y sociales. En última instancia, se trata de un «Día» especial para tomar conciencia de que nuestra fe no la vivimos de modo aislado e independiente sino en comunión con los demás hermanos y con los pastores legítimos.

Pero ese «Día» no agota nuestra toma de conciencia y nuestra vivencia de que somos Iglesia. Es, más bien, un momento fuerte para impulsarla y vivirla a lo largo de todo el año. Un modo concreto es conocer los acontecimientos que en ella van teniendo lugar, pues lo que no se conoce, no se ama. Por eso, me parece muy oportuno hablar hoy de algunos acontecimientos que tendrán lugar estos días en nuestra diócesis. Concretamente, el «Encuentro Diocesano de Catequistas», la Clausura del Año de la Fe, el nuevo Plan Diocesano de Pastoral y la encuesta sobre la familia que nos ha enviado la Secretaría del Sínodo.

El Encuentro de Catequistas tendrá lugar el sábado próximo, 23, por la mañana, en el Seminario. Comienza a las 10,30 y concluye después de la comida. Los actos principales son: una conferencia de don Jesús Higueras, Párroco en Madrid, unos talleres de estudio-reflexión y una puesta en común. Es una buena oportunidad para iniciar a los nuevos catequistas y mejorar la formación de los ya veteranos en toda la diócesis. La catequesis, que fue siempre una tarea prioritaria de la Iglesia, hoy tiene una importancia excepcional, dada la ignorancia religiosa de amplios sectores y la necesidad de conocer nuestra fe para poder vivirla y comunicarla. Sería muy deseable que participaran no sólo los que ya son catequistas sino quienes desean serlo o, cuando menos, no descartan esta posibilidad.

La Clausura del Año de la fe tiene lugar a continuación, pero en la iglesia del Carmen. A las 4,30 nos concentraremos en el Paseo del Empecinado y seguidamente entraremos en la iglesia para celebrar una solemnísima Eucaristía en la que participarán sacerdotes y fieles de toda la diócesis. Los responsables la han preparado con mucho detalle y esperan que sea un acto profundamente religioso y apostólico.

El nuevo Plan Diocesano de Pastoral acaba de editarse y se irá presentando en arciprestazgos y parroquias. Se titula «Seréis mis testigos» y se llevará a cabo en el trienio 2013-2016. Su «Objetivo General» es «impulsar la nueva evangelización en nuestra diócesis». Para realizarlo se contemplan diversas líneas de actuación en un doble proceso: desde la vida a la fe y desde la fe a la vida. Algunas líneas tienen especial importancia, como «anunciar la Buena Noticia en tiempos de crisis» (1ª), el primer anuncio (2ª), la pastoral de adolescentes y jóvenes (5ª) y parroquias evangelizadoras (6ª). Puede adquirirse en la Librería de la Casa de la Iglesia.

Por último, el Secretario General del Sínodo de Obispos ha remitido a todas las diócesis una encuesta sobre la familia, para que se estudie y se envíen propuestas de acción sobre los desafíos pastorales que tiene planteados la familia. Ya la han recibido los párrocos.

Mañana, lunes, comienza la Sesión Plenaria de la Conferencia Episcopal. Entre los asuntos del día figura la presentación y estudio de una Instrucción que acompañará al Catecismo «Testigos del Señor», que aparecerá en breve. En el capítulo de elecciones, la más importante es la del Secretario General, que hasta ahora era monseñor Martínez Camino. Os agradezco que nos acompañéis con vuestra oración y con vuestro afecto.

Clausura del Año de la Fe en Aranda

por administrador,

Ermita de Ntra. Sra. de las Viñas – 16 noviembre 2013

Clausuramos hoy en Aranda el Año de la Fe. Y lo hacemos con una Eucaristía. Porque queremos dar gracias a Dios por tantos y tantos beneficios que nos ha dispensando desde que comenzamos a recorrerlo, el once de octubre de 2012, hasta hoy. Y también porque queremos prometer al Señor que, como fruto de este Año de la fe, queremos alimentarla, celebrarla mejor y, sobre todo, trasmitirla más y mejor.

En primer lugar, queremos que nuestra fe sea mejor alimentada. La fe no es algo que se adquiere de una vez para siempre, como ocurre con el carné de conducir o el título que nos dan al finalizar los estudios de la universidad. No. La fe es algo vivo, en continuo desarrollo, algo que puede robustecerse o languidecer y hasta morir. Por eso, como una realidad viva, necesita alimentarse y, además, alimentarse cada día. El alimento de la fe es, sobre todo, la Palabra de Dios y los sacramentos.

En la lectura de la carta a los Romanos se afirma que «la fe proviene de la predicación y la predicación por la Palabra de Cristo». Si no hay Palabra de Dios no puede haber predicación, es decir: anuncio de la salvación obrada por Cristo muerto y resucitado; y si no hay este anuncio no podemos conocerla ni adherirnos a ella. Es decir, sin Palabra de Dios no puede existir la fe. Por tanto, cuanto más nos alimentemos de la Palabra de Dios, más fe podremos tener; cuanto mejor conozcamos la Palabra, más ilustrada será nuestra fe; cuanto más penetremos en la Palabra de Dios, tanto más penetrará la fe en nosotros y en nuestro vida. Es preciso, por tanto, alimentarnos continuamente con la Palabra de Dios.

¿Dónde encontramos ese alimento? Hay dos lugares que están al alcance de todos: la lectura diaria del Evangelio y la lectura creyente de la Biblia en algún grupo de oración una vez a la semana. El Evangelio no fue escrito para los profesores de Sagrada Escritura y para los que hacen estudios para ser sacerdotes. Los Evangelios nacieron en el pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios. Cada uno de los cuatro evangelistas escribió su evangelio para los fieles de una comunidad concreta. Por ejemplo, san Marcos para los fieles de la Iglesia de Roma y san Mateo para los fieles de una comunidad de Siria, probablemente Antioquía, donde había judíos y paganos. Y los fieles lo escuchaban domingo tras domingo en las celebraciones eucarísticas y trataban de aprenderlo de memoria. Ha sido una desgracia muy grande que con el paso de los siglos, los fieles no lo entendieran y dejaran de leerlo. El Concilio Vaticano II urgió la lectura de la Biblia y los Papas posteriores, especialmente Juan Pablo II y Benedicto XVI han insistido mucho en este sentido.

Pienso que sería un fruto muy hermoso y muy provechoso de este Año de la fe, hacer el propósito de adquirir –si no lo tenemos– los Santos Evangelios y leerlos unos minutos cada día. Así mismo, crear grupos de oración para conocer la Biblia.

El segundo propósito al clausurar el Año de la fe es celebrar esa fe cada día mejor. Porque la fe de los cristianos no es un sistema de ideas ni un conjunto de verdades teóricas. Es la profesión de los hechos y palabras que Dios nos ha ido manifestando a lo largo de la historia de la salvación, tal y como se encuentran en el Antiguo y Nuevo Testamento, y que culminaron en la muerte y resurrección de Jesucristo. Esas realidades las hacemos presentes en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Por eso, si no participamos en los sacramentos y en la eucaristía, nuestra fe queda completamente empobrecida; más aún, corre el riesgo de perderse.

En este sentido, quiero recordar unas palabras del Beato Juan Pablo II al comienzo del nuevo milenio. Decía este santo Pontífice: «Después del Concilio Vaticano II la comunidad cristiana ha ganado mucho en el modo de celebrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor Resucitado». Y añadía con tono solemne: «No sabemos qué acontecimientos nos reservará el milenio que estamos comenzando, pero tenemos la certeza de que éste permanecerá firmemente en la manos de Cristo… y que, precisamente celebrando su Pascua, no sólo una vez al año sino cada domingo, la Iglesia seguirá indicando a cada generación lo que constituye el eje central de la historia. Por tanto quisiera insistir para que la participación en la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable, que se ha de ver no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente» (NMI 35-36).

Yo os animo a mejorar vuestra participación en la Eucaristía del domingo. Ante todo, no faltando nunca, ni siquiera cuando estáis de viaje y fuera de casa. Además, llegando con puntualidad, y diciendo alto, claro y con devoción todo lo que os corresponde: las respuestas, el gloria, el credo, etc. Sería un buen propósito aspirar a la mejor participación, que es la comunión sacramental, recibida en gracia santificante y en ayunas desde una hora antes. ¡¡Como mejoraría nuestra fe, si cada domingo participamos así en la Santa Misa!!

El tercer propósito al clausurar el Año de la fe es transmitirla más y mejor. Es, quizás, el reto más importante para cada uno y para nuestras parroquias. Necesitamos ser más conscientes de que necesitamos trasmitir la fe a los hijos con convicción y constancia. Los padres han recibido de Dios la misión de trasmitir la vida y educarla en la fe. Ellos son los primeros y principales trasmisores de la fe a sus hijos. La parroquia ayuda y el Colegio también. Pero el papel de los padres es insustituible. Nadie puede suplirlos y si ellos no trasmiten la fe a sus hijos esa laguna no la colmará nadie y el hijo será el gran perjudicado.

Por eso, yo os animo a que sigáis asistiendo a las reuniones que los sacerdotes organizan en las parroquias para ayudaros a realizar el despertar religioso con vuestros hijos, cuando todavía son muy pequeños. Y también en todo lo que ellos proponen para preparar el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación. Lo que hicieron nuestros padres con nosotros, eso mismo hemos de hacerlo nosotros con los hijos y nietos. Nosotros seremos también beneficiados. Porque la fe se fortalece cuanto se comunica.

Demos, pues, gracias a Dios por todo lo que él nos ha dado a lo largo del Año de la fe y hagamos el firme propósito de llevar a la práctica las tres propuestas que os he hecho: alimentar la fe con la lectura diaria del Evangelio, celebrar nuestra fe con la participación más consciente en la Eucaristía de cada domingo y trasmitir la fe a los hijos y nietos, tanto con nuestro ejemplo como con nuestra palabra, y aprovechando los medios que nos proporciona nuestra parroquia.

Se lo ponemos en manos de la Virgen de las Viñas para que Ella nos ayude en este empeño.

La Iglesia con todos, al servicio de todos

por administrador,

Cope – 10 noviembre 2013

Cuando el Señor instituyó la Iglesia, quiso que su labor evangelizadora se perpetuase en el tiempo, para que su salvación llegara a todos los hombres, en especial a los que son sus preferidos, los pobres. Para realizar esta misión, muchas personas marchan a países lejanos a anunciar el Evangelio y encarnarse hasta donde les es posible, con una generosidad sin límites. Otras –las más– no tienen ese carisma, pero están también llamados a realizar la misma misión en el lugar donde Dios les ha colocado. Es el caso de todos nosotros, los que formamos la Iglesia que vive en Burgos.

Al contemplar la realidad en que viven muchos hermanos nuestros afectados por la crisis económica que perdura en el tiempo: falta de trabajo, precariedad en el empleo, dificultades para hacer frente a las necesidades más elementales de la vida, etc. queremos tenerlos cada vez más presentes de modo afectivo y efectivo, Y queremos hacerlo no de cualquier manera sino como nos enseñó el Maestro: estando con todos y al servicio de todos. El Día de la Iglesia Diocesana, que celebramos el 17 de este mes de noviembre, es una gran llamada que el Señor nos hace a todos para que le ayudemos a ayudar a los demás, especialmente a los más pobres.

Tengo la certeza de que nuestra Iglesia de Burgos quiere estar al lado de toda persona que siente necesidad, sea de la condición social que sea, edad, confesión religiosa… Más aún, está haciendo un gran esfuerzo y en actitud de servicio y entrega, es decir atendiendo todas sus necesidades y hasta el final.

No siempre somos capaces de cumplirlo en su totalidad. ¡Hay tanto que hacer! ¡Necesitamos tantos recursos! De ahí que todos seamos necesarios e importantes. Sobre todo, si no limitamos la ayuda a lo exclusivamente económico. No cabe duda que ésta es importante. Pero hay otras necesidades no menos importantes y que reclaman nuestra ayuda. Pienso, por ejemplo, en los sufrimientos de tantas parejas desestructuradas o en peligro de romperse, en tantos niños a los que es preciso despertarles a la fe, en tantos padres que sufren el abandono y la soledad de sus hijos, en tantas personas sin ninguna esperanza y en otras que no conocen a Jesucristo.

Con motivo de esta Jornada tan nuestra, quiero hacer una llamada a todos los diocesanos para que todos acojamos a Jesús, prolongado en su Iglesia, para que todos nos comprometamos un poco más con su proyecto que la Iglesia nos hace cercano, para que todos seamos capaces de llevar a los demás a Quien la Iglesia nos da.

Comparte lo que eres y lo que tienes, ayuda a nuestra Iglesia de Burgos y tu aportación dará el ciento por uno en frutos. Tu donativo personal o familiar es muy necesario para lograr entre todos que nuestra Iglesia pueda estar siempre con los que más lo necesitan.

Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana el próximo domingo, 17 de noviembre, es lo mismo que hacernos cercanos y a la vez echar una mano a los que más nos necesitan. Nuestro compromiso no puede esperar.

Por eso con el afecto de pastor pido a cada uno de los diocesanos: Ayuda a la Iglesia, ganamos todos. Para todos, mi agradecimiento sincero y mi bendición.